Una de las series que más me ha llamado la atención en los últimos años es Sex Education, de Netflix. La serie se estrenó en enero de 2019 y resultó bastante llamativa por varios motivos. Uno de ellos es que era una serie de instituto difícil de ubicar, ya que los actores eran claramente británicos; los acentos eran británicos. Aunque es cierto que también había alguna actriz famosa de origen estadounidense que forzaba un poco el acento. Sin embargo, todo en la serie, desde la ambientación hasta los uniformes y las clases, se asemejaba mucho a un instituto estadounidense.
Lo más llamativo, sin duda, no era si la serie parecía americana o británica, sino su enfoque claro y sin tapujos sobre el tema del sexo. La serie lo mostraba de manera evidente en pantalla y exploraba estos temas con jóvenes protagonistas. Aunque los actores eran considerablemente mayores que sus personajes, lo cual es común, el enfoque en temas sexuales resultaba llamativo. A estas alturas, a la mayoría de nosotros no nos escandaliza hablar de sexo, pero siempre resulta interesante ver cómo se abordan estos temas en la pantalla.
Lo que destacaba en Sex Education, y digo destacaba porque su última temporada se emitió en septiembre pasado, a menos que alguien decida recuperarla de alguna forma milagrosa, es que a pesar de estar acostumbrados a temas sexuales, diversidad sexual y diversas formas de entender las relaciones y la sexualidad, siempre había algo nuevo que aprender en cada episodio. Al hacerlo a través de jóvenes personajes, resultaba más cercano al público joven.
No obstante, no escribo estas líneas para elogiar el enfoque inicial de la serie sobre el sexo y la sexualidad, sino para destacar la cuarta y última temporada. Esta última temporada ha sido relativamente criticada por su audiencia debido a un cambio de rumbo interesante. Me gustaría reflexionar sobre esto.
Tradicionalmente, en series que apuestan por el progresismo sexual y el enfoque en nuevas realidades sexuales, las tramas se centran en conflictos entre el conservadurismo y estas realidades. Por ejemplo, el típico padre que no quiere que su hijo sea gay o bisexual, o la abuela religiosa que no quiere que su nieto vista de manera escandalosa para ir a misa. Los personajes deben lidiar con su identidad religiosa y su orientación sexual de manera abierta, sin sentir una gran disociación en sus mentes. Estas son tramas comunes que hemos visto a lo largo de las tres primeras temporadas, incluso en la cuarta.
La novedad en esta cuarta temporada radica en que, debido a exigencias del guión, los protagonistas de Sex Education deben cambiar de instituto. Abandonan su instituto anterior, donde enfrentaban estos problemas, y se trasladan a uno de matiz muy progresista. Este nuevo instituto es un lugar democrático y asambleario, donde no existen aulas con puertas cerradas, los baños son unisex y se realizan actividades al aire libre como yoga en el jardín. Además, se imparten clases de sexualidad de forma gratuita, y todos los alumnos tienen una tablet para organizarse. Es un instituto donde todo está informatizado y promueve un enfoque muy inclusivo y diverso. La presidenta de estudiantes es una chica con un novio trans, y la mejor amiga es una persona con problemas de audición que además es bisexual y tiene una relación abierta, entre otras características.
En esta cuarta temporada, las situaciones problemáticas no provienen del conservadurismo, como era común en las anteriores, sino que atacan a los protagonistas desde el progresismo social. Estas situaciones incluyen problemas absurdos, como que un estudiante en silla de ruedas no puede asistir a clases porque el ascensor se estropea con frecuencia. Esto es interesante porque la serie, que había destacado por abordar temas progresistas y dar visibilidad a realidades poco comunes, como para algunas personas parecer demasiado “woke”, agrega un matiz importante: a veces, en la búsqueda de ser progresista, es fácil olvidar principios básicos, como garantizar accesibilidad para todas las personas, como el joven en silla de ruedas que necesita un ascensor funcional para asistir a clases.
Quería destacar esta cuarta temporada y la serie en su conjunto, no solo porque la última temporada atacó desde un ángulo diferente, sino porque en lo personal, aprecio toda la serie y su evolución desde el principio hasta el final. Aunque algunas personas que seguían la serie pueden no haber tenido la madurez necesaria para asimilar este cambio de paradigma, lo cual se refleja en la crítica negativa hacia esta última temporada, en mi opinión, representa un acto de madurez por parte de una serie dirigida a jóvenes. A veces, un toque de realidad es necesario para provocar una pequeña frustración que fomente la reflexión.
Termino reivindicando una serie que ha sido útil para muchas personas a lo largo de cuatro temporadas. La serie se ha arriesgado durante tres de ellas, y en mi opinión, la última temporada ha traído un cambio necesario y maduro, tanto en el enfoque como en la falta de un cierre definitivo, para ofrecer la información, educación y madurez que pretendía desde el primer día de su estreno en 2019.