Se suscita una polémica sobre la posibilidad de emplear la inteligencia artificial como asistente psicoterapéutico para abordar el sufrimiento psíquico, tan palpable en la epidemia de depresiones, ataques de ansiedad, intentos de suicidio, adicciones, trastornos alimentarios, violencias y demás. Para adentrarnos en esta cuestión conviene recordar la distinción entre concebir las palabras como simples trasmisoras de información o como algo más, capaz de resonar en nuestro cuerpo y generar afectos y emociones.

Si uno se aventura a entablar una comunicación con ChatGPT, puede quedar asombrado con su capacidad para responder todo tipo de preguntas y articular escritos coherentes. No obstante, hablar no equivale a comunicar. La palabra, en ocasiones, posee un poder evocador que nos toca en lo más íntimo. El pensamiento humano no se reduce a un simple procesamiento de información. Dialogar con alguien implica interpretar las intenciones de quien nos habla. Me dice esto, pero ¿qué es lo que verdaderamente pretende trasmitirme?

Si reflexionamos sobre un proceso psicoterapéutico, más allá de adquirir habilidades y transformar conductas para adaptarnos mejor a la realidad, quizá sea más interesante aventurarnos a descubrir que algunas palabras aparentemente banales han adquirido un valor que desconocíamos y han contribuido a forjar la realidad que percibimos como auténtica. Las palabras con las que concebimos la vida nos llegan desde temprana edad a través de aquellos que nos dan la bienvenida al mundo y configuran nuestra identidad. ¿Será la inteligencia artificial capaz de desactivar la nocividad de ciertas palabras y deshacer los nudos de nuestro destino?

Lo que construye mi realidad se encuentra ligado a ciertas palabras clave, cuyos poderes resulta imperioso dilucidar para modificar el efecto mortificante que pudieron ejercer. En un enfoque psicoterapéutico orientado por el psicoanálisis no es factible reproducir la misma sesión con dos personas diferentes, como exigen los criterios científicos. Eso no constituye una debilidad, sino precisamente la fortaleza de lo singular e irrepetible. No se trata de una ciencia sino más bien de un arte. Es eso lo que nos convierte en seres humanos y no en máquinas.

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