Decía Robert Owen, considerado uno de los padres del cooperativismo, que “sin coherencia no hay fuerza moral”. Últimamente pienso a menudo en esta idea, desde una doble vertiente. Por un lado, el abuso que de manera general se hace de la práctica de elaborar discursos llenos de compromisos y promesas que luego son incumplidas o directamente olvidadas. Y por otro, lo que algunos explicamos a través de la expresión “de los valores declarados a los valores practicados” o la incoherencia entre las proclamas y la práctica.

No hablo, sólo, de la política. En todos los ámbitos, profesional, educativo, mundo empresarial, asociativo e incluso el personal, se da cada vez más esta contradicción entre las promesas en los discursos y la falta de ejecución de los compromisos. Así, habría que preguntarse si la actitud de los dirigentes políticos es un reflejo de la sociedad que representan o al revés. Muchas de vosotras estaréis pensando que esto ha pasado toda la vida. Cierto, pero detecto que estos últimos años hemos normalizado hasta límites preocupantes una práctica absolutamente rechazable y perjudicial para la salud de la confianza colectiva.

¿Cuáles son las estrategias que podríamos utilizar para combatir esta anomalía? Entiendo que diversas, pero también complejas de activar. Para empezar y yendo a la raíz del problema, habría que exigir responsabilidad y transparencia a las organizaciones, empresas y entidades, así como a sus líderes. Sería interesante profundizar en los mecanismos de seguimiento y rendición de cuentas respecto a los compromisos adquiridos. A pesar de los avances hechos, la falta de tradición y cultura democrática de nuestro país se hace evidente cuando hablamos de estos temas, y las comparaciones con otras sociedades de nuestro entorno acostumbra a ser demoledora.

La educación es una segunda herramienta clave. Aprender de pequeños la necesidad de estar informados y tener el deseo de conocer son pasos indispensables para desarrollar pensamiento crítico. No tengo ninguna duda sobre la voluntad de la inmensa mayoría de nuestros docentes en su trabajo de hoy para educar a niños que se conviertan en ciudadanos críticos mañana. Pero hay que acompañarlos más y darles recursos. Como en tantos otros temas, la tarea de educar en valores democráticos es cosa de la tribu, no sólo de la escuela. Trabajemos para el futuro; una ciudadanía bien formada e informada es más capaz de detectar contradicciones y pedir responsabilidades.

Información quiere decir periodismo y aquí encontramos otro reto importante. Sé que es un tema de alta complejidad que daría para hacer unos cuantos artículos, pero hay que recuperar y revitalizar el periodismo de investigación, así como prestigiar y dignificar una profesión clave para la calidad democrática de nuestra sociedad. Hace unos días, escuché decir a un “ilustre” tertuliano que la mejor solución para luchar contra las fake news era desechar y hacer limpieza entre tantos periódicos digitales y redes sociales y apostar por los “medios serios” de siempre. ¿De verdad estamos así en pleno siglo XXI y con una sociedad en continua transformación? Apartemos dinosaurios, analistas de cuota y opinadores al servicio del capital y apostemos por los centenares, miles de buenos y buenas periodistas con ganas de trabajar de manera independiente y crítica que tenemos en Catalunya. El periodismo de investigación juega un papel crucial en la exposición de las contradicciones entre las promesas y las acciones. Nos toca a todas apoyar y valorar la tarea que expone estas contradicciones.

La participación ciudadana, en cualquiera de sus expresiones seria otra estrategia a fortalecer. Movilización, activismo. Participar de manera activa en colectivos, ya sea desde la militancia política, asociaciones de consumidores, plataformas en defensa de la vivienda, asociacionismo, cooperativismo u otras organizaciones civiles, permite influir en la toma de decisiones y presionar para que se cumplan las promesas y los compromisos.

Por supuesto, también utilizar el voto o la abstención militante como herramienta para expresar el rechazo a aquellos que incumplen es otra estrategia a nuestro alcance. Evidente, pero no habitual. ¿Y si empezamos a subir el nivel de la política exigiendo más rendición de cuentas y explicaciones por los incumplimientos como ocurre en otras latitudes? Y saliendo de la política, sería importante entender y asumir la inmensa fuerza que tenemos como consumidores. Aquí el voto es la decisión de compra. Usémoslo y plantémonos ante los abusos de multinacionales y grandes corporaciones.

Deberíamos aspirar a una sociedad que fomente la cultura de la responsabilidad y que promueva modelos en los que las organizaciones, empresas y entidades sean recompensadas para cumplir sus promesas y penalizadas cuando no lo hagan. Hacer frente a la contradicción entre las promesas en los discursos y la no ejecución de los compromisos implica una combinación de acciones individuales y colectivas que exigen responsabilidad, transparencia y una ciudadanía activa.

Este ejercicio de responsabilidad sería también deseable ante la posibilidad de caer en la incoherencia entre los valores que se declaran y aquellos que se practican. Ya sea a nivel individual, como a nivel colectivo en tanto que grupo, organización o empresa, debemos ser exigentes para que se mantenga la consistencia y la congruencia entre las creencias, principios y valores expresados y la conducta y las acciones reales. Hablamos de integridad, hablamos de ética.

Entendemos que los valores que una persona o una organización afirma tener son las creencias fundamentales y los principios morales que considera importantes. Son aquellos que expresa abiertamente en conversaciones, discursos, posicionamientos o declaraciones. Estos deberían estar alineados con la práctica de las acciones y decisiones diarias si no queremos que la falta de coherencia genere desconfianza, escepticismo y dudas, afectando de manera grave a nuestra credibilidad y confianza.

Esta autoexigencia debería ser válida para todos, pero se hace aún más imprescindible para todo aquello y todos aquellos vinculados a la política, los servicios públicos, las organizaciones cívicas y sociales que fundamentan su acción en unos determinados valores y las empresas que se definen desde los principios de la economía social. Porque sólo si los que hacen bandera de la integridad y la ética son escrupulosamente coherentes podremos avanzar hacia la verdadera transformación social y la radicalidad democrática.

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