Con el uso del masculino genérico y la visibilización de las mujeres en la lengua pasa como con otras muchas cuestiones que aparecen y reaparecen a lo largo del tiempo, de forma recurrente, cuando el oportunismo coyuntural ofrece un espacio para volver a imponer criterios que más tienen que ver con el ejercicio de poder que con una normatividad atemporal y universal. Me refiero al objeto de controversia que suscitan una lengua minorizada, un género femenino minorizado, unos grupos sociales minorizados, una cultura minorizada, etc. cuando quien dicta doctrina no es neutral sino parte interesada y, además, se encuentra en situación asimétrica aventajada.

Desde el feminismo llevamos muchos años explicando y argumentando el derecho de las mujeres y las niñas a ser visibilizadas en la lengua, y como sabemos que lo que no se dice no existe, persistimos a pesar de la inercia androcéntrica y los embates ideológicos de las fuerzas conservadoras y retrógradas que niegan y obstaculizan el ejercicio de derechos.

Dice la Doctora en Filología Románica Eulàlia Lledó y Cunill que, “cuando alguien mezcla lengua con mujeres y sesgos ideológicos, ya no sólo está hablando de una cuestión de lengua. Y no se limita a la lengua por varias razones. La primera podría ser la constatación de que, cuando se hace sitio a las mujeres en la lengua, puede ocurrir que haya gente (nunca la lengua) que se vea con ánimo de echarlas. Ella misma apunta a que, cuando se habla de la economía del lenguaje, sistemáticamente se trata de dejar de representar siempre a la misma parte de la realidad, a las mujeres”. Personalmente, recomiendo de forma convencida y fervorosa la lectura de su volumen De lengua, diferencia y contexto (2005), de acceso libre, a todas aquellas personas que quieran documentarse para posicionarse de manera crítica ante este tema.

Persistimos a pesar de la inercia androcéntrica y los embates ideológicos de las fuerzas conservadoras y retrógradas, que niegan y obstaculizan el ejercicio de derechos

El uso del masculino genérico no es una cuestión menor que se pueda dirimir y sentenciar partiendo de la falacia que supone que, como sujetos, nos movemos y nos relacionamos en un medio social aséptico. Justamente, como seres sociales, formamos parte de complejas redes relacionales que se definen por desigualdades multidimensionales. Las personas y grupos sociales estamos atravesadas por diferentes ejes de dominio-sumisión, y la defensa de los derechos y las libertades de quien se encuentra en situación de infrarrepresentación es una cuestión de justicia social. Éste es el caso de las niñas y las mujeres, cuyos derechos son vulnerados sistemáticamente desde el machismo y el androcentrismo estructural en todas las esferas de la vida social, también en la lengua.

Si se me permite, y salvando las distancias, tomo como ejemplo la reivindicación histórica del uso del catalán (y del gallego y del euskera) en la Cámara baja del Cuerpo legislativo del Estado español, un contexto donde todas las personas que participan conocen, entienden y pueden expresarse en castellano. La demanda la motiva, nada menos, el hecho de que un número importante de individuos quiere que su identidad, en este caso lingüística, sea reconocida y, por lo tanto, visibilizar a toda una comunidad política que no se siente representada. Para quien se opone, la demanda carece de valor y comporta un gasto innecesario.

Volvamos al ámbito de la lengua. Yo, como miles y miles de mujeres, chicas y niñas, y disidentes de género que se identifican en femenino, tampoco me siento representada en masculino; yo no soy un psicopedagogo simplemente porque no soy un hombre, y no creo que nadie, que ninguna persona, ni institución, esté legitimada para someterme a la tiranía de establecer cómo debo decirme, porque entre el decir y el no decir se esconde la opresión.

En una sociedad como la nuestra, androcéntrica y patriarcal, “las lenguas no se limitan a ser un simple espejo que nos devuelve la realidad de nuestro rostro”, como explica la Catedrática de Lingüística General María Luisa Calero Vaquera, y añade que “como cualquier otro modelo idealizado, como cualquier otra invención cultural, las lenguas pueden llevarnos a conformar nuestra percepción del mundo e incluso que nuestra actuación se oriente de una determinada manera“. Y, en relación con el ciberlenguaje, la lengua utilizada en los medios digitales, la Catedrática de Didáctica de la Lengua y Literatura Gallega, Aurora Marco López, afirma: “La lengua, que traduce el pensamiento, contribuye también a la persistencia del tópico: ¿se nombra este mundo en masculino por la creencia de que las cibernautas apenas existen o por seguir pautas rancias sexistas, que hoy ya deberían estar superadas?

La lengua no sólo refleja la realidad, también la crea, la ilumina o la oscurece

Las relaciones intrínsecas entre pensamiento y lenguaje han sido ampliamente estudiadas en el ámbito educativo; Jean Piaget plantea las relaciones entre lenguaje, representaciones mentales y función simbólica; Jerome Bruner afirma que el lenguaje es un instrumento de la cultura y, simultáneamente, es creador de cultura y, Vygotsky, por su parte, argumenta que “el significado de la palabra es un fenómeno del pensamiento, del pensamiento verbal o del lenguaje significativo, una unión de palabra y pensamiento”. Insisto en la premisa inicial, lo que no se dice no existe. ¿Cómo puede imaginar ser bombera una niña que sólo ha oído hablar de bomberos? ¿cómo puede aspirar a ser astronauta si sólo se habla de los astronautas?. En otro orden, también podríamos pensar en el imaginario de los niños, sin masculinos para maestra de guardería, cuidadora o costurera. Necesitamos, como bien dice la sociolingüista y catedrática en filología inglesa Mercedes Bengoechea Bartolomé, “ojos” para “desfamiliarizar ciertos recursos lingüísticos que afectan profundamente a la vida de las mujeres y los hombres y que se utilizan constantemente en la redacción de las noticias, manuales escolares, narraciones y discursos escritos que nos circundan”.

Coincido totalmente con la profesora de educación secundaria, activista feminista y anticapitalista Teresa Meana Suárez cuando explica que “la lengua no sólo refleja la realidad, también la crea, la ilumina o la oscurece. En los medios de comunicación la lengua no es un reflejo, es una lente de aumento: lo que no se dice, no existe, se sabe, pero además cuando la relación es tan fuerte entre lengua y realidad, debemos incidir en paralelo en las dos. Si las lenguas son amplias, dúctiles, generosas, maleables, entonces lo que deben hacer es nombrar la realidad”. Y como resulta que en la realidad social no sólo participan hombres, el masculino resulta insuficiente, poco preciso y equívoco y, más importante aún, refuerza la sobre representación de una figura y una posición de poder.

Vivimos un momento en el que ya se han consolidado a nivel institucional algunos cambios necesarios. Un porcentaje importante de gobiernos municipales, de organismos gubernamentales de otras administraciones, de universidades, de colegios profesionales, de entidades y de entes de comunicación periodística ofrecen alternativas al uso androcéntrico del lenguaje. No creo que sea problemático ni que sea ningún desprestigio para la lengua hablar del Colegio Oficial de Psicología de Cataluña, del Colegio Oficial de Enfermeras y Enfermeros de Barcelona, ​​del Colegio Profesional del Audiovisual de Cataluña o del Colegio de Enólogos y Enólogas de Cataluña. Tampoco parece dañar la lengua la Guía de Comunicación Inclusiva del Ayuntamiento de Barcelona; la Guía para una comunicación inclusiva en las PIMEC, micro, pequeñas, medianas empresas y personas autónomas; o, la Guía de lenguaje inclusivo en el ámbito de la infancia y la adolescencia de la Generalitat Valenciana.

Se trata de darnos tiempo y de acompañar de forma positiva y coherente a todas aquellas personas dispuestas a mejorar su expresión lingüística

Si aterrizamos la reivindicación a la vida cotidiana y con mayor o menor agilidad con la que se utiliza la lengua, debemos tener presente que los cambios son relativamente recientes, en relación con los usos históricos, y que su interiorización comporta un proceso que no es ni rápido ni fácil. Son muchas las guías de acceso libre que ponen al alcance de quien las quiera consultar una serie de herramientas y estrategias (sintácticas, perifrásticas, léxicas, etc.) para que la expresión oral y escrita sea fluida, coherente y precisa. Los excesos o redundancias generadas en ciertos casos por hablantes que se encuentran en una fase inicial del proceso de este aprendizaje en ningún caso puede acarrear la censura de esta transformación.

En el ámbito educativo sabemos de la complejidad que conllevan los cambios conceptuales, del conflicto cognitivo y de los desequilibrios y perturbaciones en los esquemas de pensamiento que se realizan para que el aprendizaje sea significativo. Se trata de darnos tiempo y de acompañar de forma positiva y coherente a todas aquellas personas dispuestas a mejorar su expresión lingüística en un contexto social de igualdad. Creo que no queda lugar para la banalización ni para la presentación grotesca del período de transición entre el uso androcéntrico y el uso inclusivo de la lengua. Si la respuesta es que volvemos atrás, que se imponga el masculino genérico, que la reivindicación de visibilidad femenina no tiene importancia, significa que los derechos de la mitad de la población se desvanecen en el ámbito lingüístico bajo el pretexto de las propiedades textuales. Debemos elegir.

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