Hay un dicho popular que dice que el trabajo dignifica y no puedo evitar la risa sarcástica cada vez que escucho semejante frase. Mira que hay cosas que pasan por mi cabeza cuando hablo de dignidad: la educación pública, los servicios sociales, la seguridad social, la atención psicológica digna y asequible para todo el mundo, el acceso a una vivienda libre de especulación o un sueldo que nos permita vivir y no sobrevivir, pero, fíjate, que nunca en la vida hubiera dicho que el trabajo, tal y como lo tenemos actualmente en España (y bajo el subyugo del sistema capitalista), dignifica a la clase trabajadora.
Creo que mi descontento con el sistema laboral de nuestro país se debe, en gran parte, a mi experiencia personal. A pesar de lo que algunos pueden afirmar en internet, vengo de una familia humilde de la cual los pocos privilegios que he tenido se deben al sacrificio de mis padres, quienes trabajaron muchas horas extras para brindarme una vida mejor de la que ellos tuvieron.
He sido testigo, durante toda mi vida, de cómo mis padres se han levantado a las 5 de la mañan para ir a trabajar y de cómo mi madre, cuando era autónoma, trabajaba más horas que un reloj, ahogada en miles de impuestos y pésimas condiciones que el Estado ofrece a las PYMES que, por si alguien tiene alguna duda, no son Amancio Ortega.
He sido partícipe de cómo mis padres, a pesar de trabajar de sol a sol y de llegar a casa sin ganas de hacer absolutamente nada más que descansar, han tenido que hacer cálculos y malabares para poder pagar los innumerables gastos estratosféricos que, a su vez, son servicios esenciales.
Y también he sido protagonista, en primera persona, de cómo muchas personas jóvenes, con 16 años, salimos al mercado laboral para poder costearnos la vida, los estudios o la independencia, encontrándonos frente a un sistema capitalista que no permite que la gente joven podamos tener una vida autónoma a pesar de trabajar incansables horas y de tener una formación que ninguna generación anterior había alcanzado.
Soy plenamente consciente de que rebajar la jornada laboral de 40 horas a 37 horas y media no es, precisamente, el gran cambio de paradigma, pero sí es un pequeño avance que van a notar muchas personas humildes en su salud física y mental.
No me cabe en la sesera que dediquemos el mismo tiempo al descanso, al ocio y a la jornada laboral. No me cabe en la sesera que haya gente que no entienda que las personas no hemos venido a vivir para trabajar, sino a trabajar para vivir. No puede ser que la clase obrera de nuestro país esté contando los innumerables años que le quedan para jubilarse mientras que los políticos, que llevan toda la vida acomodados en su silla, estén pensando en aumentar dicha edad.
No puede ser que la clase obrera de nuestro país vea más a sus jefes que a sus hijos y no puede ser, y no lo va a ser, que el destino de la clase trabajadora sea enriquecer a unos pocos mientras se nos escapan los años de vida con el lomo doblado, le pese a quien le pese.