Si eres un hombre, es posible que sepas quién es Llados, un tipo que aparece con toda la dentadura postiza y semidesnudo para enseñar sus músculos y tatuajes en tus reels de Instagram, insultándote porque eres “pobre”, “mileurista” o “tienes panza”. Si Althusser pudiera volver a analizar hoy los “aparatos ideológicos”, seguramente no hablaría ni de la familia, ni de la escuela, ni de la Iglesia, sino de esta nueva clase de curiosos mecanismos que son los shorts o recomendaciones de Youtube. Como la ideología misma, los TikToks o reels de Facebook parecen previsibles, inofensivos y anodinos, elegidos además ahora cuidadosamente según tus preferencias por un algoritmo que se pretende “neutral”; y sin embargo, es donde mejor se puede vislumbrar la reproducción del contenido social hoy imperante. La ideología es, justamente, esa “naturalización” de una decisión originalmente política, y por esto cuando alguien dice que algo “no es ideológico” es la operación más ideológica que pueda haber. Representa la ideología par excellence.

Amadeo Llados es un coach, culturista y entrepreneur (con toques de autoayuda) español de 31 años, nacido en Tres Cantos (Madrid), pero que no obstante vive en Estados Unidos porque se lamenta de que “en España no sabemos emprender”. Cuando mira su reloj –un Rolex de 100.000 euros– asegura que no ve la hora, simplemente le recuerda cuán rico es: “siempre son las 100k”. Cuando se compró su primer “Lambo” [un Lamborghini], Llados nos cuenta que no lo disfrutó, ni tan siquiera le dio placer darse una primera vuelta, sino que se fue rápidamente a su casa a hacer 100 burpees [un ejercicio físico parecido a las flexiones]. Llados te da los mismos consejos que tu madre te ha recomendado siempre –no salir de fiesta, no beber y no drogarse– solo que a ella no se le pasó nunca por la cabeza cobrarte entre 100 y 3.000 euros por una sesión de coaching online. Separando el grano de la paja, la “gran lección” de Llados parece ser la enseñanza de que hay que “levantarse a las 5 de la mañana”. Como en el ejército o al salir de una depresión con terapia conductista, el hacer “pequeñas cosas” –hacerse la cama por la mañana, por ejemplo– tiene que generar una disciplina y una confianza en uno mismo capaz de conseguir logros mayores.

Recientemente, El Confidencial hizo una brillante entrevista a Llados, cuyo titular ya lo dice todo: “Gané mi primer millón sin leer un solo libro”. Llados no parece (querer) darse cuenta de que quizás sus vídeos no alcanzan tantas visitas por la profundidad de su mensaje, sino por lo ridículo de su neolengua y la fascinación que causa ver a alguien hablando con tanta seguridad de algo que sabe tan poco. (Uno de los mayores problemas que tiene que pensar la izquierda hoy en día es por qué el Mal resulta tan entretenido: despreciamos profundamente a Trump, Bolsonaro o Milei pero a la vez no podemos despegar nuestra mirada de la pantalla, completamente absortos). Llados tampoco parece ver la relación entre el hecho de que sufriera bullying de pequeño o vigorexia en Australia –“me miraba al espejo y nunca me veía suficientemente fuerte, fue horrible”– y que ahora se dedique a decir a la gente que “tiene panza”. Como sabemos gracias al psicoanálisis, la primera represión de todas es la represión de la capacidad de relacionar (recuerdos aparentemente inconexos, pero sin duda indefectiblemente unidos). El carácter ofensivo de los vídeos de Llados tampoco presentan mayor problema desde el punto de vista psicoanalítico. Uno de los cambios más profundos que acomete Freud al pasar de un primer modelo “topográfico” de la psyche humana a uno de más bien “estructural” es la inversión de su posición respecto de la agresividad: mientras que en Tres ensayos sobre teoría sexual de 1905 Freud situaba el sadismo (hacer daño a otros) como la disposición principal, fundamental y originaria, y el masoquismo (hacerse daño a uno mismo) como una interiorización secundaria y derivada, en Más allá del principio de placer de 1920 revierte las posiciones: lo primero es el auto-odio o el deseo de matarse (masoquismo), y la agresividad hacia los demás aparece como una proyección exteriorizada para calmar esos mismos instintos suicidas. Esta es la clave: Llados se odia profundamente, no es feliz haciendo burpees, no es capaz de disfrutar de una fiesta tranquilamente, siente un enorme vacío que ningún Rolex, Lambo o Penthouse es capaz de colmar y, para calmar estos instintos autodestructivos que le corroen por dentro necesita neurotizar al resto.

Este “psicoanálisis salvaje”, como lo llamaría Freud, de un personaje público no debería hacerse sino fuera porque Llados se presenta a sí mismo como un ídolo, y es por lo tanto importante desenmascarar que se trata de un ídolo falso, que las pasiones subterráneas que alimentan esta apariencia de “fuerza” son en realidad unas pasiones tristes. No me preocupa tanto él en sí mismo como los miles de chicos jóvenes que le siguen, potencialmente criptobros, que pueden encontrar en Llados un modelo de conducta a quien entregar gustosamente el poco dinero que tienen. En este sentido, Llados no representa más que la última excrecencia de una reacción de hombres neomachistas tales como Jordan Peterson o Andrew Tate, que se han colado por el agujero abierto entre un patriarcado que no acaba de morir, y un feminismo que no acaba de nacer. En ese claroscuro ha aparecido el monstruo del resentimiento, agraviado por las críticas del feminismo a la posición de dominio masculina, pero sin aun un imaginario alternativo en la cabeza distinto del de James Bond o Clint Eastwood que lo sustituya. Esto no es culpa del “feminismo”, así, en general, sino de la división del trabajo que le correspondería a los hombres que se llaman a sí mismos “feministas” en esta lucha. Los hombres que hoy en día aun se identifiquen con las demandas del feminismo, no deberían congratularse en una posición de “aliado” autocomplaciente, ni “deconstruirse” como unos huevos rotos (algo que ha pasado a distar mucho de lo que Derrida pretendía cuando inventó este concepto), sino hacer la parte de trabajo que les toca: dar la batalla de los valores proponiendo un imaginario (no una idea) alternativo de masculinidad, que sea más atractivo, “fuerte” y deseable que el de Llados, pero de signo opuesto.

En la entrevista (que no tiene desperdicio) Alfredo Pascual le pregunta “de dónde procede su filosofía”. Curiosamente, Llados contesta: “de Marco Aurelio. Vivo como un emperador romano en tiempos actuales” –sorprendente respuesta para alguien que en el titular presume de no haber leído “un solo libro”, o que desprecia profundamente la educación y la universidad como partes del “sistema” al cual se refiere como “Matrix”. En otro vídeo presume de que entregaría gustosamente una gran parte de su dinero por “una sola cena con Marco Aurelio”. Cuando entonces el avispado entrevistador le repregunta que “nada de lo que dice figura en los textos de Marco Aurelio”, Llados recula y confiesa: “es un referente, pero mi coach personal es Wes Watson, de él lo he aprendido casi todo”. Y aquí se encuentra el corazón del asunto: en esta apropiación ambivalente, hipócrita, interesada y sesgada del estoicismo romano. Efectivamente, el discurso nihilista activo (El Club de la lucha) o pasivo (Trainspotting) de los 90 parece haber dado paso a un momento estoico.

¿Por qué los hombres piensan en el Imperio romano, y no en lo que se perdió en Grecia?

Recientemente se convirtió en trending topic, medio en broma medio en serio, el sorprendente descubrimiento de una joven TikToker: –“chicas, no sois conscientes de la frecuencia con que los hombres piensan en el Imperio Romano. Preguntad a vuestro marido, novio, padre o hermano: ¡os sorprenderéis!”. Esto me ha recordado mucho a cuando yo, alguna vez, he dado clases de “Historia de la ética” en una universidad americana a estudiantes estadounidenses y, al llegar al estoicismo, les he preguntado si notaban alguna similitud entre el Imperio romano y su país actualmente. Todas me respondían que sí, que esta filosofía les resultaba más intuitiva y encajaba mejor con su modo de pensar que otras parecidas de la misma época –tales como el cinismo, el epicureísmo o el escepticismo– pero no sabían muy bien decir por qué, y las respuestas diferían. Un estudiante propuso que la similitud residía en la “libertad” (¡sic! ¡en una sociedad de esclavos como Roma!), otra, más avispada, respondió que quizás ambos países atravesaban igualmente un momento de “decadencia”. Algo de esto hay sin duda, pero a nadie nunca se le había ocurrido pensar que la analogía con Roma se debe a que, como los Estados Unidos, se trata de un Imperio. ¿Y qué es un Imperio? Fundamentalmente, una organización militar. El concepto cumbre de la ética griega, con Platón y Aristóteles, es el de “virtud” (arete), un concepto en el que se encuentra reconciliado “actuar bien” y “que te vaya bien” –no como nosotros, “modernos”, que los hemos disociado. La preeminencia de la “virtud” en Grecia –un país por otra parte no ausente de imperialismo, guerras y esclavismo– se debe sin lugar a duda a que los griegos en gran medida actuaban en la plaza pública (ágora) de pequeñas ciudades-estado saturadas de una cierta “eticidad”. Sin embargo, con el derrumbe de esta “eticidad” compartida, y el progresivo imperialismo y militarización que aportan los romanos, un nuevo concepto empieza a salir a la luz, que acabará por reemplazar y sustituir definitivamente a la antigua “virtud”: el deber. Por esto Cicerón escribe, en los últimos días de la República, Sobre los deberes (De Officiis), uno de los mejores libros de filosofía jamás escritos, en mi opinión, y que muy poco tiene que ver con Llados. Pero tampoco absolutamente nada.

En lo que sigue voy a hablar del “estoicismo”, pero no del estoicismo real, fáctico históricamente, sino más bien de la “posición estoica” tal y como la entiende Hegel en el cuarto capítulo de la Fenomenología del espíritu, en un apartado que se titula, precisamente, “Escepticismo y estoicismo”. En realidad, se puede leer un artículo mío anterior sobre la conspiranoia antivacunas, conjuntamente con este sobre el coaching de autoayuda, como un humilde intento de actualizar su análisis sobre estas dos “posiciones subjetivas” ascetas, negadoras de la vida y del mundo –el escepticismo y el estoicismo– que representan aún hoy las dos almas de la Modernidad que nos cuesta dejar atrás. Obviamente, cualquier estudioso serio y riguroso del estoicismo se sonrojaría y horrorizaría al ver el nombre de Llados comparado con los “grandes pensadores” estoicos de la talla de Zenón de Citio, Epicteto, Cicerón, Séneca o Marco Aurelio. Sin embargo, tampoco quiero caer en la soflama, que es predicamento hoy en día, de decir que “me interesa” (sic) Llados únicamente “como síntoma”, y demás eufemismos que utilizan intelectuales clasistas para deshumanizar el hecho de que están discutiendo con el pensamiento genuino de otra persona –por muy torpe, simplista e ignorante de muchas cosas que pueda ser. No: si nos creemos en serio la frase de Gramsci de que “todos somos filósofos” (y yo me la creo fervientemente), vamos a tomar por un momento a Llados como un filósofo en general, en el sentido de que tiene una “cosmovisión” más o menos sofisticada, y que esta es “estoica” en particular, introduciendo una nueva reformulación en pos del gimnasio y del cuerpo –una aportación que hubiera sido totalmente inaceptable para el estoicismo antiguo. Uno estaría tentado aquí de hacer el mismo argumento que Hegel una vez hiciera sobre el escepticismo: para Hegel, el escepticismo antiguo es “superior” al moderno porque alguien como Sexto Empírico, por ejemplo, dudaba realmente de todo (de su propia existencia y la de los demás, del mundo cuando cerraba los ojos, de los sentidos, la realidad, etc.), mientras que en Descartes hay algo de lo cual no duda, ni puede dudar, a saber: el yo, el ego, la “conciencia”, esa “cosa pensante”. Análogamente, un estoico moderno como Llados, intenta con todas sus fuerzas no depender de nada más allá de su propia consciencia, ser absolutamente independiente, y sin embargo sí que hay algo de lo que depende absolutamente: la disciplina (militar) de levantarse a las 5 de la mañana, hacer 100 burpees al día, ir al gimnasio, en una palabra: su cuerpo. No hay ningún problema en tomar en consideración formas caídas de la filosofía, formas sedimentadas de un pensamiento que hace ya mucho que se ha alejado de la fuente original de donde extraía su fuerza: así como podemos llamar a un creyente “cristiano” porque es su forma de estar en el mundo aunque no se haya leído entera la Biblia a pies juntillas, o a un activista “marxista” porque es su modo de lucha aunque no se haya terminado El capital, podemos considerar a Llados, ni que sea por un momento, un estoico (caído).

Entrando en materia, decíamos que el deber estoico se hace completamente incomprensible sin la interiorización de una época imperial y militar (como la romana o la nuestra). Sin embargo, ¿cuál es el problema de relacionarse hacia uno mismo éticamente desde el deber? Hegel nos ofrece un primer paso sin el cual sería imposible plantear una respuesta a esta pregunta: en la conciencia, “estos dos momentos –el de sí misma como objeto autónomo, y el de este objeto como una conciencia, y por ende, como su propia esencia– caen y se disocian” (Hegel, Fenomenología del espíritu, Abada, 2018, p. 273). Traducción: para Hegel, el estoicismo representa el primer momento en que la conciencia se disocia –entre la libertad como una abstracción pura y vacía, por un lado, y su contenido necesario en el mundo y en la vida, por el otro. Tomemos como ejemplo la formulación más básica y fundamental de cualquier deber o ley moral: “No matarás”. En esta simple formulación ya está implícita la división sujeto-objeto, pues yo te digo a ti que no debes matar –lo cual presupone que el otro quizás sí desea matar. El deber no es más, por tanto, que la internalización hacia uno mismo de la “obediencia ciega de órdenes” del ejército imperial, solo que en vez de que una persona externa me diga lo que tengo que hacer, escindo mi propia consciencia entre un general y un soldado: el general ordena, y el soldado obedece –y al soldado quizás no le apetece levantarse a las 5 de la mañana o hacer 100 burpees, pero tiene que reprimirise y sacrificarse frente a su “superior”. A un griego no se le habría ocurrido nunca que uno no desee, a su vez, cumplir con su propio deber –de ahí el valor de la “virtud”. En parte esto sucede porque, como si uno cumple su deber y va a la guerra, por poner un ejemplo, recibirá premios y honores, uno también desea ir a la guerra, porque en esta sociedad es lo mismo “actuar bien” y “que te vaya bien”. No obstante, los romanos que viven, como nosotros hoy en día, en un Imperio con un montón de culturas e intereses distintos, unidos tan solo por el Derecho formal vacío, empiezan a notar que al que actúa correctamente no siempre le va de la mejor manera (y viceversa), y por lo tanto se vuelve imperativo asegurar que cumplas tu deber aunque no lo desees. Por esto el estoicismo toma la forma, en el plano de la ética, de una represión sacrificial constante –como Llados que te obliga a levantarte a las 5 de la mañana, hacer 100 burpees, y no salir de fiesta o beber. O, tal y como dice Hegel sobre la conciencia estoica, “lo mismo sentada en el trono que atada con cadenas, cualquiera que sea la dependencia de su existencia singular, es libre, y conserva para sí la apatía que se retira continuamente del movimiento de la existencia, tanto del obrar como del padecer, y se recoge en la esencialidad simple del pensamiento” (ibid. p. 274) –o, en el caso de Llados, del cuerpo y del gimnasio. Hegel también puede escribir bellamente cuando quiere.

Hablando del trono y de las cadenas, ¿cuál es uno de los hechos más sorprendentes, interesantes y aparentemente enigmáticos del estoicismo? Que, al menos en Roma, se trata de la filosofía de los esclavos a la vez que la de los señores. A primera vista, uno esperaría que el estoicismo representara la filosofía de los esclavos que, al no poder liberarse de sus cadenas, se refugian en el pensamiento puro, vacío, de que al menos son libres en el plano de la conciencia, donde es verdad que no dependen de nada, ya que su realidad (la esclavitud) es demasiado “grande y terrible” aun como para poder ser cambiada en este momento histórico concreto. No en vano se dice que Epicteto creía que el dolor no existía, y que su amo, para demostrarle que se equivocaba, le torturó la pierna hasta que se la rompió. Aguantando el dolor con la “indiferencia” (apatheia) e “imperturbabilidad” (ataraxia) características de los estoicos, le replicó: “¿ves? Ya te dije que me la romperías, y ahora tienes un esclavo cojo”. En la medida en que “el trabajo asalariado es la esclavitud moderna” (Marx dixit) esta apatía puede representar un ideal aun hoy en un mundo que se presenta como una constante “guerra de todos contra todos”, convirtiendo al estoicismo en el candidato idóneo para soportarlo –como en el caso de Llados con el gimnasio y su cuerpo.

Sin embargo, lo curioso es que el estoicismo también representaba en Roma, simultáneamente, la filosofía de un patricio como Cicerón, del emperador Marco Aurelio, o de Séneca, el consejero de Nerón. Aun y así, esto no debe sorprendernos, pues todos estos señores se entendían a sí mismos como esclavos, de alguna manera, de los designios de una Fortuna o Naturaleza que estaban más allá de su control. Cuando Marco Aurelio tiene que decidir si entra en guerra con Partia o Germania, no se pregunta si él, individualmente, está de acuerdo con el belicismo para conseguir fines políticos (tema sobre el cuál quizás tiene sus reservas en el plano de la conciencia), sino cuál es su deber teniendo en cuenta la posición estructural que ocupa en tanto que emperador de un Imperio que le rebasa, y en mucho. En este sentido, tampoco debe sorprendernos que las Meditaciones de Marco Aurelio, junto a El arte de la guerra de Sun-Tzu y El Príncipe de Maquiavelo, sean los libros más leídos entre los brokers de Wall Street –aunque a todos estos autores les daría un ataque al corazón si levantaran la cabeza de la tumba. La razón es que, aunque para nosotros, “pobres”, “mileuristas” y “panzas blandas”, ellos se nos aparezcan como señores, por su parte, ellos se entienden a sí mismos como esclavos de las fluctuaciones y expectativas de un “Mercado” –el sustituto moderno de la Fortuna– que, en tanto que objetivado, externalizado y enajenado, se encuentra de hecho más allá de su control. Solo les queda adaptarse indiferentemente, reprimiendo las emociones, y ofreciendo nuevos sacrificios a ese Dios voraz y vengativo que nunca tiene suficiente al que llamamos “Capital”.

Por todo esto Hegel puede rematar diciendo que el estoicismo “sólo podía entrar en escena en la época en que el temor y la servidumbre eran universales” (ibid. p. 275). A un griego libre no se le pasa por la cabeza un solo instante que no pueda actuar para cambiar las cosas: simplemente va a la plaza pública, dice la suya y su voz es escuchada. No obstante, en una época imperial militarizada (como la romana o la nuestra), el poder está demasiado lejos, es demasiado “grande y terrible”, es demasiado impersonal y difuso como para que yo pueda transformarlo individualmente. ¿Quién soy yo, pobre de mí, para cambiar lo que está pasando en Ucrania o en Palestina? Solo me queda soportarlo. En cambio, ¿qué es lo único que puedo controlar? Refugiarme en la vida privada, el pensamiento puro o el gimnasio. En este preciso instante nos damos cuenta de la reformulación que aporta el pseudo-estoicismo moderno caído de alguien como Llados respecto al clásico romano: la estructura formal de retirada del mundo es la misma, lo único que cambia es aquello que se retira. Si Cicerón, Séneca o Marco Aurelio se retiraban en el pensamiento puro vacío, Llados no tiene esa opción y lo hace con el cuerpo. Que Llados carezca de la opción más antigua no se debe (solo) a su estupidez e ignorancia individuales (que también), sino a una razón colectiva que nos atañe a todos. Como relata Lipovetsky en La era del vacío, la “muerte de Dios” y la caída del cristianismo han conseguido derrumbar el primero de los dos polos de la oposición alma/cuerpo. Desaparecida el “alma” como un lugar de refugio: hoy el cuerpo lo es todo, y el gimnasio se convierte en el nuevo templo donde rendir ofrendas repetitivamente cada día. No puedo controlar si habrá una pandemia hoy, no puedo controlar si habrá una guerra mañana, no puedo controlar si habrá inflación en el futuro; lo que sí puedo controlar es levantarme a las 5 de la mañana y hacer 100 burpees. La palabra “control” es la clave aquí y forma parte de una problemática que ya se puede vislumbrar en Platón cuando dice que antes de conquistar a los demás, “lo primero es conquistarse a uno mismo”. Nótese el lenguaje militar, para hablar de uno mismo y de los demás, basado en el poder, el dominio y la conquista –que da cuenta de interiorización del imperialismo del que hablábamos antes. Queremos dominar a la naturaleza, el mundo y a los demás porque les tenemos miedo, y esto nos conduce primero de todo a dominar a la naturaleza y el otro que están dentro de nosotros mismos.

Sin embargo, en uno de los momentos más brillantes de toda su obra, Hegel señala que el estoicismo acaba colapsando y entrando en bancarrota por ninguna otra razón que el aburrimiento. Hago 100 burpees, vale, de acuerdo, y ¿entonces qué? ¿Cómo me resuelve levantarme a las 5 de la mañana el hecho inevitable de que me voy a morir tarde o temprano?

Pasar al Acto

¿Qué hacer, entonces? El mundo de Llados es efectivamente aburrido porque, al reprimir sus emociones, el placer y la felicidad, y negar la naturaleza, el mundo y los demás en pos de una disciplina militar sacrificial del deber sobre su propio cuerpo, y en busca de una independencia absoluta que es absolutamente imposible, se queda sin nada con lo que jugar. Y este es precisamente el momento en que el estoicismo de Llados se vuelve completamente falso y se convierte en su contrario, la opulencia: relojes caros, coches, aviones, barcos, casas… etc. –justamente la máxima servidumbre de la cual los verdaderos estoicos pretendían emanciparse. ¿Cómo salir de este callejón sin salida donde nos ha metido este pseudo-estoico falso y caído que representa Llados? Muy fácil: reintroduciendo todo lo que ha negado. Básicamente, la “posición estoica” necesita negar una sola cosa: el acto. En su huida del mundo hacia el pensar puro y vacío (o hacia el gimnasio), el estoico renuncia a actuar en el mundo. Cuidado: “actuar” aquí no quiere decir hacer cualquier cosa, no es levantar una pesa o leer un libro. Tampoco quiere decir el constante correr de aquí para allá, traspapelando todos los papeles, en el que se asemejan el “activista” y el “intelectual” (sic) de hoy. Gran parte de las “acciones” que hacemos a lo largo del día todos los días no son “Actos” en el sentido de Lacan o Zizek (si se me permite por una vez utilizar la mayúscula), sino indecisiones inauténticas más o menos inconscientes que seguimos a base de inercia y repetición. En este sentido, si tomamos el 15M o el 1O, por ejemplo, como modelos de “grandes acontecimientos” –que, a diferencia del estoico, además, son colectivos– podemos definir el “Acto” como aquello que crea retroactivamente sus propias condiciones de posibilidad.

Ahora bien, si lo que no puede hacer el estoico de ninguna de las maneras es actuar en el mundo, ¿sobre qué tiene que versar ese Acto para no caer en la huida del mundo y el refugio en el gimnasio de este pseudo-estoico falso y caído que es Llados? Si nos ponemos un poco badiouanos ni que sea por un momento, podemos decir que hay cuatro grandes “verdades” o “acontecimientos” en el mundo: la ciencia, el amor, el arte y la política. Una verdad científica, por ejemplo, no es del tipo que uno pueda simplemente saberla privadamente en su casa; una vez es descubierta y sucede el momento del “¡Eureka!”, necesita ser proclamada a los cuatro vientos, compartida con todo el mundo. De manera análoga, el amor representa la más absoluta dependencia con otro (a sus estados de ánimo, sus necesidades, su felicidad, su reconocimiento, etc.), si el estoicismo representa justamente el intento por conseguir la más absoluta independencia. ¿Dónde está el amor en el discurso de Llados? Aquí se puede ver que lo que caracteriza a estoicos como Llados o anarcocapitalistas como Milei es fundamentalmente su incapacidad de amar. ¿Qué es lo que le falta a todo este discurso sobre el deber, el sacrificio, la represión, el esfuerzo, el trabajo, la independencia, la indiferencia, la imperturbabilidad y la apatía? Aquello que no ve (y no puede ver) es justamente el amor, porque el amor es la máxima perturbabilidad, es aceptar que a uno lo deshagan. Además, el amor cancela y supera el deber porque borra la oposición entre sujeto y objeto, deseo y obligación. En inglés se dice que “one falls in love” [uno cae en el amor], mostrando así que en la dependencia a otro(s) que representa el amor se expresa la dependencia hacia el mundo. Así, por último: la política. En este preciso instante podemos extraer gran lección de todo lo dicho: si el análisis es correcto, y hoy proliferan formas modernas caídas del estoicismo como el coaching, la autoayuda, etc. porque vivimos en una época imperial, eso quiere decir que para subvertirla no es tan importante proponer “buenas medidas”, reformistas o revolucionarias, sino mostrar el valor de la participación ciudadana, que actuar importa y puede cambiar las cosas, y que la voz de la gente va a ser escuchada. La caída de Podemos y del independentismo, que parecieron en un determinado momento haber cuadrado el círculo al combinar liderazgos populistas con la horizontalidad ciudadana, ha conducido a una decepción generalizada sobre la actuación en general. Sin embargo, actuar (en el mundo) es lo único que tiene valor, verdad y fuerza. Tenemos que cambiar nuestra visión sobre la “fuerza”, proponiendo un imaginario alternativo más atractivo y deseable que el de Llados. Fuertes no son los bíceps de Llados, cuya musculatura lleva la marca de la huida (a actuar) en el mundo y a refugiarse en el gimnasio; fuerte es la activista que se levanta a las 5 de la mañana, no fruto de la autotortura, sino por Otro, para parar un desahucio. Porque, tal y como se canta a la policía en estos acontecimientos: “vosotros lo hacéis por dinero; nosotros, por amor” (al mundo).

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