Del “lo volveremos a hacer” hemos pasado al “lo han vuelto a hacer“. Este sería el resumen rápido, con mirada estrictamente catalana, de seis años de renuncias y rendición. Un proceso de decadencia que culminó el pasado jueves, cuando Junts per Catalunya comunicaba que apoyaba la investidura de Pedro Sanchez.

Seis años después de que Carles Puigdemont, asustado por los movimientos erráticos y cobardes de Oriol Junqueras, se echara atrás en el compromiso adquirido con la ciudadanía y abriera un largo periodo de medias verdades y muchas mentiras, lo han vuelto a hacer. Otra vez, el líder en el exilio, a quien la caprichosa aritmética había dado una segunda vida política, ha repetido el guion, como si de un mal “remake” se tratara. La misma gestualidad estéril, los discursos repetitivos y vacíos de ERC, el mismo secretismo con la excusa de las garantías de la negociación para esconder las miserias, los mismos mensajes épicos en las redes sin ningún sentido del ridículo, las malditas palomitas del Boye. La misma tramoya para consumar el segundo engaño a la ciudadanía del país que había confiado en ellos, tratándola además como niños en lugar de como a personas adultas.

La suma de los acuerdos firmados por Junts y ERC es humo. Acuerdos autonomistas, que en gran parte no se cumplirán, con una amnistía que sólo busca soluciones para las élites y protege a la policía que nos pegó. Unos acuerdos que entierran la independencia por unos cuantos años, y que sólo servirán para hacer más profunda la brecha abierta entre ambos partidos en una lucha cainita e irresponsable para ser reconocidos como el partido puro del independentismo, palabra que no se atreven ni a mencionar.

Una vez más se ha impuesto el trilerismo político. La experiencia en este campo me ha enseñado que un mal negociador refuerza siempre el otro lado. La leyenda del Pedro Sánchez como político hábil y listo se engrandece aún más gracias a la mediocridad de sus oponentes y a la claca de los medios militantes. Hay que reconocer, cuando menos, la habilidad de los socialistas para detectar la debilidad de sus interlocutores y sacarle provecho.

¡Lo han vuelto a hacer! Nos la han vuelto a jugar seis años después, repitiendo guion y reparto. La vieja Convergència se ha comido a Junts, ERC ha consolidado definitivamente su rol de invitado de segunda que lo da todo a cambio de nada y la CUP no está ni se la espera. Pero toca asumir que es culpa del independentismo, por haber permitido que la clase dirigente del 2017 se perpetuase en el poder a base de discursos y pactos vacíos.

Ya está hecho y toca mirar hacia adelante. Superada la decepción y el desánimo hay que ponerse a trabajar con la mirada larga. Como mínimo diez años. Para empezar, hay que hacer limpieza. ¡Fuego nuevo! En las próximas elecciones europeas de 2024 y en las catalanas de 2025, si no hay adelanto, hay que seguir con la dinámica de castigo que comenzó en las municipales y en las generales en forma de abstención o voto nulo. Ochocientos mil votos, que pueden llegar fácilmente a un millón, huérfanos de opción política. Un mensaje demoledor para los tres partidos catalanes que debería traducirse en cambios de liderazgos y caras, cuando no en la desaparición de las formaciones tal y como las conocemos. Y, de mientras, trabajar desde los sectores críticos de los partidos para revertir la situación o concentrar los esfuerzos en la creación de nuevas propuestas.

Se abre una nueva etapa para el independentismo catalán. Y por el nombre de la cosa es por donde se debería empezar. ¿Tiene sentido seguir aceptando que los que esconden la palabra independencia, pactan con quien la quiere evitar a cualquier precio y se niegan a explorar el camino que lleve a la libertad se sigan llamando a sí mismos independentistas? Empecemos a hablar claro y seamos todos honestos. Llamar las cosas por su nombre podría ser un buen principio para dejar de confundir a la gente.

Por otra parte, durante estas semanas de negociaciones, los altavoces oficiales de los partidos han usado la misma táctica que utilizaron contra los que defendían la abstención en las últimas elecciones: el insulto y la ridiculización. “Telepredicadores, iluminados, revolucionarios de sofá, hiperventilados”. Todo vale contra los independentistas que se salen de los márgenes fijados por los partidos procesistas. Allá ellos; la dinámica de pérdida de votos es evidente, y el hartazgo de la ciudadanía se incrementa cada día.

Finalmente, quizás toca, si todavía no lo hemos hecho, pedir disculpas a nuestros hijos y nietos, a nuestras hijas y nietas por no haber estado a la altura y no haber reaccionado ante un engaño que ellos y ellas vieron rápidamente aquel otoño del 17. Aquellos chicos y aquellas chicas, que entonces tenían entre quince y veinte años, estarán entre los treinta y uno y los treinta y seis cuando, de aquí a diez años, hayamos conseguido recuperar el momento perdido, una edad ideal para actuar, no sólo como base social del movimiento, sino también como líderes libres de mochilas históricas y de miedos no reconocidos.

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