Empiezo a redactar este artículo el 1 de noviembre. Se acerca el invierno. Son fechas que invitan a reflexionar sobre la idea del tiempo. Y el no tiempo. Todo tan relativo y elástico… inevitable no recordar a Einstein y, por consiguiente, pensar en Isaac Asimov, de quien dicen fue escritor de ciencia ficción, y al que yo considero más bien como una especie de historiador del tiempo que está por venir.

En uno de sus ensayos, Asimov reflexiona sobre las diferentes medidas del tiempo que existirán en el futuro, pues la duración de un día o de un año solar es diferente en el planeta Tierra que en Marte, por ejemplo. ¿Y los viajes en el tiempo? Viajar al pasado sería imposible (paradoja del abuelo). Pero, en cierto modo, viajar al futuro sí que sería posible, si es que viajamos a la velocidad de la luz. Un viaje sin retorno, eso sí.

Por otro lado, podría considerarse la opción de viajar a lugares del mundo en los que las sociedades viven en un tiempo diferente al nuestro. Así, viene a mi mente una película, Los dioses deben estar locos, protagonizada por una comunidad de bosquimanos del desierto del Kalahari que han mantenido su modo de vida, en equilibrio con el medio ambiente, durante miles de años. Un día, la comunidad ve su paz interrumpida por la llegada de colonos blancos y sus botellas de Coca-cola. Una de estas botellas es arrojada desde una avioneta y los bosquimanos lo consideran un regalo de los dioses, y le dan variadas utilidades: para planchar, como martillo, como instrumento musical… pero el egoísmo y la avaricia se despiertan en la comunidad, y los bosquimanos se acaban enfrentando unos a otros para apoderarse de los supuestos poderes mágicos de la botella. Finalmente, los sabios de la tribu, viendo la desgracia que ha caído sobre la comunidad, deciden que Xi, el bosquimano que encontró la botella, debe arrojar la botella en los confines de la Tierra, el fin del mundo, lugar que, en realidad, es un acantilado situado a pocos metros de allí.

Otros pueblos, otros tiempos, tal vez quizá otra Era, mundos paralelos en un mismo mundo. Como los Waorani de Ecuador, a los que he tenido la suerte de conocer, un pueblo que hace menos de un siglo vivía en la Edad de Piedra, y que se ha visto obligado a adaptarse al mundo actual en una sola generación. El caso se repite en muchos otros pueblos indígenas que viven en aislamiento, muchos de ellos seguramente desconociendo aún la existencia de nuestro mundo occidental.

Por todo esto, ¿podemos afirmar con seguridad que estamos viviendo un cambio de Era? Como decía anteriormente, todo es relativo y es que, en realidad, hay muchos mundos dentro de este mundo. Por eso, cuando uno oye hablar del Antropoceno (sí, por fin el tema principal de este artículo), no puede evitar pensar: sí, el cambio de Era… pero, ¿dónde y cuándo?

Generalmente, las eras geológicas vienen determinadas por cambios significativos en los ecosistemas y en las capas geológicas. Es el caso del Holoceno (del griego holos, que significa ‘todo’, y kainos, que significa ‘nuevo’). Por su parte, el concepto Antropoceno proviene del  griego anthropos, que significa ‘humano’, y kainos, que significa ‘nuevo’. Es decir, una época en la que el planeta sufre la intervención del ser humano. Algo que puede demostrarse con total seguridad por los cambios en los ecosistemas y no tanto por la alteración de las capas geológicas. Es por ello que no todos los científicos reconocen al Antropoceno como una época geológica formal, pero sí que sirve para denominar la época en que el ser humano influye con su actividad en el clima y el medio ambiente.

Los cambios de Era no tienen una fecha concreta, más bien se habla de un eje central en torno al cual los cambios suceden de manera gradual. Así, se habla de la Revolución Industrial del siglo XIX como uno de los hitos temporales, pero también se habla del periodo de gran aceleración en los años 70 del siglo XX.

Algunas de las consecuencias medioambientales del Antropoceno son el cambio climático, la deforestación o la pérdida de biodiversidad. Pero no nos equivoquemos. El cambio climático ha existido siempre. La novedad —y ahí es donde existe la amenaza— es la velocidad a la que está sucediendo todo: la aceleración es exponencial. En todo caso, las causas del cambio tienen lugar en unas zonas del planeta y a menudo las consecuencias se sufren en otros lugares. 

La falta de visión o de previsión —o, incluso, el negacionismo—, nos han conducido a un punto de difícil retorno. Aunque cumpliéramos al 100% los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) indicados por la Agenda 2030 de la ONU, sería muy difícil revertir los efectos del cambio climático. Como mucho podemos mitigarlos en parte o tratar de revertir lo más posible sus efectos. Algo parecido a aquella premisa lanzada durante la pandemia de COVID 19: “aplanar la curva”.

Holoceno: el paraíso terrenal

El Holoceno, la Era anterior al Antropoceno, es la época en la que las zonas del planeta que habían quedado congeladas revivieron después de 100.000 años de glaciación. En el  Holoceno, que duró cerca de 12.000 años, el Homo sapiens aprendió a domesticar a las plantas y a los animales y surgió la agricultura. En la fase final del Holoceno nace la astronomía y la teoría de la evolución, fue la época en la que empezó la era espacial. 

Durante el Holoceno la temperatura se mantuvo estable, pero al final del siglo XXI, a causa del cambio climático, el planeta estará entre 5 y 12 veces más caliente de lo esperado en condiciones normales. El cambio climático es el rasgo principal del Antropoceno y es causado por la extracción del subsuelo y quema de miles de millones de toneladas de carbono fósil, entre otros factores.

 El ser humano está moldeando la faz de la Tierra y cada vez es más consciente de lo que ha hecho. De no haber sido así, ¿habría tratado de impedirlo? ¿El ser humano es solamente un ser vivo que forma parte de la Naturaleza o se está separando de ella? ¿Deja de ser parte de la Naturaleza, entonces? ¿Su acción forma parte del proceso natural? ¿El hombre juega a ser Dios? ¿Dios existe? Lo único que parece seguro es que el final del Holoceno es inevitable. 

¿Qué nos traerá el Antropoceno? ¿Servirá la tecnología para reparar los daños? ¿Qué soluciones nos proporcionarán la ingeniería ambiental, la Inteligencia Artificial, la Agricultura 4.0, la Ingeniería biomédica, la edición del genoma (tecnología CRISPR)?  ¿Nos llevará la tecnología del futuro a colonizar Marte y otros planetas? Si es así, ¿cómo será el ser humano del futuro? ¿Cómo será el hombre marciano, por poner un ejemplo? 

Recordemos que cada uno de esos planetas tiene su escala de tiempo. Todo tiene su tiempo. A veces, pienso que los humanos tenemos una necesidad innata de dejar huella, de que nuestro tiempo sea recordado en el infinito tiempo venidero. 

Pero al mismo tiempo, en multitud de ocasiones, el ser humano vive el hoy como si no hubiera un mañana. No hace todo lo que debería para proteger la Naturaleza, que es su casa, no cuida la biodiversidad, no vela por el futuro de sus nietos y apuesta por macroproyectos cortoplacistas que en realidad solo benefician a unos pocos.

Un ejemplo muy cercano lo tenemos en el reciente fracaso del proyecto de Catalunya y Aragón en su candidatura común por conseguir los Juegos Olímpicos de Invierno del año 2030. Personalmente, considero que es de agradecer la discordia política entre ambas regiones que ha conducido finalmente a no presentar dicha candidatura ante el Comité Olímpico Internacional. Una candidatura que coincidía en fecha con la famosa Agenda 2030, la de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible), contradiciéndolos totalmente. Y es que las previsiones para 2030 indican que, a 2.100 metros de altitud, el espesor de la nieve se reducirá en un 50% respecto a la media de 1981 a 2010. En resumen: no nevará. Y deberán usarse las escasas fuentes de agua para producir nieve artificial. Un sin sentido. Una huida hacia delante sin pies ni cabeza. Vean si no: en Aragón, dentro del proyecto de las Olimpiadas, se estaba planeando la unión de estaciones de esquí, atravesando uno de los últimos valles vírgenes del Pirineo aragonés. El proyecto, que situaría a Aragón como el undécimo mayor dominio del mundo, con casi 300 kilómetros de pistas unidas, conectaría Astún y Formigal mediante una telecabina a través del valle glaciar de la Canal Roya. 

Lo más incoherente de todo esto es que la financiación del proyecto iba a realizarse a costa de los Fondos europeos de recuperación, los famosos fondos Next Generation, unos fondos destinados a priori a “proteger la biodiversidad y el paisaje”. Los promotores de la barbaridad no se rinden y andan buscando otras fuentes de financiación. La única manera de proteger la Canal Roya sería conseguir declararla como Parque Natural.

Quien suscribe ha tenido la fortuna de crecer entre esas montañas. Recuerdo haber hablado muchas veces con amigos de la zona sobre el futuro, de qué vivirán sus habitantes cuando la nieve se acabe. Llevo ya muchos años fuera y no sé si alguien les ha hecho esa pregunta. Pero, si esta es la mejor manera de defender la montaña, que baje Dios y lo vea.

Termino la redacción de este artículo el 13 de noviembre. Se acerca el invierno.

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