Mònica Bernabé publicó en septiembre “Crónica de un fracaso. Afganistán, la retirada” (Debate). Escribe este último libro en primera persona y encontramos en su interior a la Mònica Bernabé periodista, que describe lo que ve, pero también a la que cuenta las sensaciones que vivió. Estamos ante una autobiografía que nos permite conocer Afganistán y a la periodista que nos ha dado a conocer el país durante tantos años.
El libro empieza con su participación en un curso de formación de periodistas que trabajan en zonas de conflicto. Por un momento parece que la hayan secuestrado, pero es un ejercicio más del curso. El miedo al secuestro, a los atentados ¿estuvo siempre presente en sus ocho años en Afganistán?
Durante los ocho años que viví en Afganistán el secuestro era uno de los principales riesgos de los extranjeros que estábamos en el país, porque realmente había esa amenaza, pero yo nunca pensé que podría ser secuestrada, la verdad. Tenía más miedo, sobre todo cuando acompañaba a unidades militares, a resultar herida. El periodista y fotógrafo español Emilio Morenatti perdió parte de una pierna mientras acompañaba a una unidad militar estadounidense en Afganistán, en el año 2009. Yo estaba viviendo allí, lo vi en el hospital y eso me marcó mucho. A raíz de aquello, siempre que acompañaba a una unidad militar, temía que me pasara lo mismo que a Morenatti. Ese era mi principal temor, y también ser víctima de abusos o agresiones sexuales en un país donde en la vida pública básicamente hay hombres, y fuese donde fuese solo había hombres. Por ejemplo, podía ir a un hostal, yo era la única mujer hospedada en él y todo el personal del hostal eran hombres. Estar en un lugar donde todo eran hombres me generaba inseguridad.
¿Que no le pasara nunca nada fue azar o que iba con mucho cuidado?
Que no me pasara nunca nada mientras estuve en Afganistán, yo creo que fue una parte de suerte, un ángel de la guarda que me ha protegido, se podría decir, pero yo tomaba muchas precauciones y evitaba llamar la atención. Una de las cosas que hacía mientras vivía en Afganistán era vestir como una afgana, con una túnica negra y un pañuelo negro. Si no abría la boca, la gente no sabía que era extranjera. Cuando estaba alojada en un hostal donde era la única mujer, a la hora de la cena no bajaba al comedor. Pedía que me trajeran la cena a la habitación, me la dejaban en una bandeja en el suelo delante de la puerta y, cuando oía que se habían ido, abría la puerta, cogía la bandeja y cenaba en mi habitación. Eran técnicas para no exponerme demasiado. He intentado ser lo más precavida posible dentro de un país como Afganistán, donde lógicamente no lo puedes controlar todo.

En el año 2000, antes de ir como periodista, ya había estado en Afganistán. ¿Qué le atraía de ese país?
La primera vez que viajé a Afganistán fue en el año 2000, después de haber entrevistado en Barcelona a una activista afgana. Era durante el primer régimen talibán, cuando a las mujeres les habían sido negados completamente sus derechos. Afganistán era un país muy hermético, y esta activista afgana me invitó a mí y a dos colegas a visitar los campos de refugiados afganos que había entonces en Pakistán. Fuimos a esos campos de refugiados. En aquella época los talibanes tenían embajada en Pakistán y solicitamos un visado de turismo, aunque suene extraño, para viajar a Afganistán y, para sorpresa nuestra, nos lo dieron. Con la inconsciencia de la juventud, cogimos carretera y manta y nos fuimos a un Afganistán que realmente me impactó muchísimo. Era un país totalmente arrasado por la guerra y donde las mujeres no tenían ningún tipo de derecho. A raíz de eso, cuando regresamos a España, hicimos una rueda de prensa en Madrid para explicar lo que habíamos visto, que tuvo un gran impacto mediático y mucha gente se puso en contacto con nosotras porque querían ayudar a las mujeres afganas; eso nos hizo crear una ONG para ayudarlas, que me vinculó con el país aún más. El trabajo de la ONG lo hacía en mi tiempo libre, yo continuaba trabajando como periodista en Barcelona, pero eso me vinculó a Afganistán, me ayudó a ganar contactos, a conocer el país, hasta que decidí establecerme como periodista freelance en Afganistán.
La Asociación por los Derechos Humanos en Afganistán, ASDHA, funcionó durante unos años. ¿Qué balance hace de su trabajo y por qué se disolvió?
La Asociación por los Derechos Humanos en Afganistán fue una ONG que fundé en el año 2000 y estuvo operativa durante 16 años. Trabajábamos básicamente con mujeres en Afganistán, desde proyectos educativos a proyectos de atención a mujeres que estaban en la cárcel -muchas mujeres en Afganistán eran encarceladas por el simple hecho de huir de casa porque no querían casarse con un hombre que su familia había escogido para ellas- o también proyectos de denuncia de la presencia de criminales de guerra en las instituciones de poder en Afganistán, tanto en el gobierno como en el Parlamento. Digamos que el trabajo que realizamos no sirvió para cambiar completamente Afganistán, ni mucho menos, pero pusimos nuestro granito de arena. Dejamos de trabajar, por una parte porque nos quedamos sin fondos. Al principio, Afganistán estaba muy de moda y todo el mundo quería ayudar, pero a medida que fueron pasando los años, cada vez era más difícil conseguir dinero para financiar los proyectos. Además, la situación de seguridad cada vez fue a peor, era muy difícil trabajar en el país. Es un país donde hay una gran corrupción y no nos podíamos fiar de no tener a alguien extranjero en el país que estuviera supervisando dónde iba el dinero, pero tener a un cooperante extranjero trabajando en Afganistán también suponía un gran riesgo, si no podíamos garantizarle una total seguridad. Todos esos factores hicieron que finalmente decidiéramos disolver la asociación.
Con el periodismo pones el foco y denuncias situaciones pero si no hay una movilización de la opinión pública difícilmente se pueden cambiar las cosas.
¿Cómo compatibilizaba hacer de periodista y de cooperante?
En los primeros años sí que compaginé lo de hacer de periodista y de cooperante. Mi trabajo como cooperante era supervisar proyectos que realizaban asociaciones de mujeres afganas. Yo no hacía los proyectos. Después, cuando la asociación y los proyectos fueron cada vez más importantes, yo ya no trabajaba directamente en ella. Sí que estaba en la junta directiva, pero teníamos personal contratado y especializado que trabajaba en la asociación, tanto en Barcelona como en Kabul, porque el volumen de trabajo era tal que yo como voluntaria no podía asumir el trabajo que generaba.
¿Le ha quedado el gusanillo de volver a hacer activismo aparte de periodismo?
Tener una asociación, dirigirla, gestionarla es muchísimo trabajo. Catorce años de mi vida los dediqué a trabajar en temas de Afganistán. En cierta manera me quemé, porque estar siempre con el mismo tema, al final llega un momento en que no puedes más. Creo que el activismo es importante. Con el periodismo pones el foco y denuncias situaciones pero si después no hay una movilización de la opinión pública y no hay activismo, difícilmente se pueden cambiar las cosas. No sé hasta qué punto puedo ser periodista y activista actualmente, porque también es importante dar un poco de espacio a la vida personal. En ese momento dejé de lado totalmente mi vida personal, que es lo que en los últimos años he intentado recuperar.
Escribió primero “Afganistán, crónica de una ficción”. Ahora publica “Crónica de un fracaso. Afganistán, la retirada”. ¿De qué fracaso nos habla? ¿El del país? ¿El de su denuncia periodística?
El libro se titula “Crónica de un fracaso” básicamente porque explico el fracaso de la comunidad internacional, que nos vendió la historia de que había implantado en Afganistán una democracia, que se estaba desarrollando, que el país iba mejor y que por tanto se podían retirar las tropas porque se podía mantener por sí mismo el país, y después resultó que todo eso era mentira. Era simplemente de cara a la galería. Al contrario, no se pusieron los cimientos para que realmente el país pudiera mantenerse por sí mismo, era una entelequia o una ficción. En el libro explico también mi experiencia personal como periodista. Relato lo que ha ocurrido en Afganistán durante un poco más de la última década, pero también lo que me ha ocurrido a mí como periodista cubriendo la información allí. Es cierto que, cuando me fui de Afganistán, a finales del año 2014, durante una buena etapa pensé que había fracasado, porque Afganistán continuaba igual o peor. Mi trabajo, por tanto, no había contribuido a nada. Y, después, el periodismo es una profesión bastante injusta, porque es igual lo que hagas, si después desapareces del mapa, como que nadie se acuerda de ti, y la precariedad laboral es uno de los temas importantes a tratar, porque con precariedad laboral es muy difícil hacer periodismo de calidad, y sin periodismo de calidad una sociedad es fácilmente manipulable. Durante mucho tiempo pensé que era una fracasada, aunque después, por suerte, he ido matizando esa visión, y la verdad es que no me arrepiento de los años que viví y trabajé en Afganistán. Son etapas de la vida. He superado ese periodo y ahora estoy contenta con mi trabajo.
El periodista ha de visibilizar lo que no se quiere que se vea y explicar lo que no se quiere que se explique
Su trabajo sirvió para que, durante ocho años, fuese el referente de muchos periodistas de aquí. Bastantes medios la contactaban cuando querían informar de lo que pasaba en Afganistán. ¿Suponía eso un exceso de presión?
El hecho de haberme convertido, en cierta manera, en una periodista de referencia en Afganistán, que cuando ocurría algo gordo todo el mundo me llamaba a mí, lo que me generaba era como una responsabilidad sobre lo que explicaba o lo que no explicaba de Afganistán. Por eso considero muy importante regresar a Afganistán para ver qué está ocurriendo. No me conformo con mirar las redes sociales, o con hablar por teléfono con alguien en Afganistán para saber qué está ocurriendo en el país. Considero que tengo que ir y ver con mis propios ojos qué pasa. Como supuesto referente en Afganistán me veo con la obligación moral de regresar allí para tener información de primera mano y hablar con propiedad. No soporto los periodistas que hablan sin tener conocimiento de primera mano, simplemente de oídas o por cosas que han leído. Hay que ir, ver, comprobar y entonces, sí, explicar qué está ocurriendo en un país.
No se llevaba muy bien con los mandos militares españoles destacados en Afganistán. ¿Molestaba una periodista que quería explicar la verdad de lo que hacía el ejército español allí?
Yo no diría que no me llevara bien con los mandos militares españoles. Diría que no me llevaba bien con los responsables políticos del ministerio de Defensa español, que es muy diferente. Los mandos militares y los militares la verdad es que muchas veces intentaron echarme una mano, dentro de sus posibilidades. El problema se ubicaba en Madrid, donde estaban los dirigentes políticos del ministerio de Defensa, el ministro, la ministra de turno, que ponían todo tipo de restricciones a que yo tuviera acceso a las tropas españolas en Afganistán. Como periodista establecida en Afganistán, tenía la acreditación de la OTAN para poder acompañar a las tropas internacionales o entrar en bases militares de las tropas internacionales. Podía hacerlo en todas, excepto en las españolas, porque desde el ministerio de Defensa se prohibía la entrada de periodistas, y especialmente a mí, que era la única periodista española establecida en Afganistán. Durante mucho tiempo el gobierno español vendió a la opinión pública que la misión española era una misión básicamente humanitaria. Podías ir con la bandera de humanitario, pero en Afganistán había una guerra y, por tanto, los talibanes atacaban a las tropas españolas de la misma manera que atacaban a las tropas de otros países. Y si te atacaban te tenías que defender. Había realmente un conflicto en Afganistán, y eso es lo que el gobierno español intentaba tapar y no permitía el acceso de periodistas al contingente español.
Entre los militares que la ayudaron está el almirante Teodoro López Calderón, a quien cita en los agradecimientos “por confiar en mí y ayudar a tantas familias afganas”. ¿Qué hizo?
El almirante Teodoro López Calderón, cuando lo conocí, era el responsable de las tropas españolas en el extranjero, y lo conocí en un momento en que la mayoría de militares españoles se estaban retirando de Afganistán. El ministerio de Defensa despidió a los traductores afganos, que eran jóvenes que trabajaban para el ejército español como traductores y eran una pieza clave para que los militares pudieran comunicarse con las autoridades afganas, con el ejército afgano o con la población. Eran unos chicos que iban con el uniforme militar español, que acompañaban a los militares a todas partes y, por tanto, corrían los mismos riesgos pero no iban armados. A pesar del riesgo que habían corrido, cuando los militares españoles se retiraron de Afganistán fueron despedidos de un día para otro, sin ningún tipo de indemnización y dejándolos a su suerte, cuando a todos estos jóvenes que habían trabajado como traductores para las tropas internacionales los talibanes los consideraban unos vendidos, unos infieles, y se convertían en un blanco directo. Hice una serie de artículos denunciando esta situación, hasta que el diario El Mundo, para quien trabajaba como periodista freelance, me dijo que no quería más artículos de ese tema porque el ministerio de Defensa se había puesto en contacto con ellos diciendo que lo que yo explicaba en mis artículos no era cierto. Solicité una reunión con el ministerio de Defensa y, cuando regresé a España, me reuní con el almirante Teodoro López Calderón, y él me enseñó unos documentos que yo revisé y le empecé a cuestionar toda la información que había en ellos. En vez de ponerse a la defensiva e insistir en que lo que yo decía era mentira, me escuchó, me hizo un montón de preguntas, vio que más o menos controlaba lo que estaba pasando en Afganistán y me dijo que revisaría la información que ellos tenían. Realmente la revisó, y al final 35 traductores afganos, algunos con sus familias, recibieron asilo y fueron trasladados a España. Y no solamente eso, sino que el almirante López Calderón siempre que ha podido ha intentado ayudar a familias afganas refugiadas en España y que están teniendo dificultades. Ha demostrado su implicación y sus ganas de ayudar. Puedes encontrar personas sensibilizadas y que se pongan en la piel del otro.
No soporto a los periodistas que hablan sin tener conocimiento de primera mano. Hay que ir, ver, comprobar y entonces sí, explicar qué está ocurriendo en un país.
¿Era una periodista incómoda? Aparte de este caso que denuncia, también critica en el libro la precariedad laboral del trabajo del corresponsal, del enviado especial, del freelance.
No sé si soy una periodista incómoda, pero creo que todos los periodistas deberíamos ser incómodos. Uno de los objetivos de un periodista, cuando trabaja, es visibilizar lo que no se quiere que se vea, y explicar lo que no se quiere que se explique. Si no, ¿qué sentido tiene nuestro trabajo? En el libro me limito a explicar incoherencias desde la actitud que tuvo el ministerio de Defensa con los traductores afganos hasta las contradicciones de la Unión Europea. Hacen discursos que quedan muy bien aquí, defienden los derechos humanos, la democracia, la libertad y todo este rollo, y cuando después actúan en Afganistán, el representante de la Unión Europea se llega a entrevistar con criminales de guerra, blanqueándolos como si fueran interlocutores políticos válidos. Es simplemente un ejemplo. Y pongo varios ejemplos más en el libro de esa actitud de la Unión Europea. Ese es el deber como periodistas.
En el libro explica que tuvo un cáncer de mama y sufrió depresión. ¿Cómo se decidió a explicarlo? Su sinceridad es impactante…
En el libro explico que sufrí una depresión y que también sufrí un cáncer de mama. Pensé: “¿Debo explicar todas estas cosas que me han pasado?”. El libro está escrito en primera persona, y creo que muchas de las cosas que me han ocurrido son secuelas de los años que viví en Afganistán. Y, a pesar de que no he continuado viviendo en el país, Afganistán ha estado presente constantemente en mi vida aquí en Barcelona, o cuando estuve viviendo en Roma. Creo que era importante explicar lo que supone vivir en un país como Afganistán. Explicar mi experiencia. Si a mí, que he sido siempre espectadora y nunca me ha pasado nada en Afganistán, me ha ocurrido esto y he estado arrastrando una serie de secuelas, me pregunto cuál es la situación de los refugiados, en este caso los refugiados afganos, que dejan su casa, su país, su familia, llegan a un lugar totalmente extraño para ellos, con una cultura totalmente extraña… ¿Cuál es su situación psicológica? Creo que explicando mi experiencia, mostrándome vulnerable, combato un poco la visión idealizada de la periodista corresponsal de guerra, un término con el que nunca me he identificado. Las cosas no son tan bonitas como parecen. Todos somos humanos, somos vulnerables, y mostrándome así, sin tapujos, sin enmascararlo, creo que puede ayudar al lector a entender mejor lo que supone un país como Afganistán.
Ya en Barcelona, la contratan como jefa de la sección de internacional del diario ARA, pero al cabo de un tiempo pide hacer reportajes. ¿Prefiere el trabajo de reportera que el de organizadora en la redacción?
El diario ARA me contrató en el año 2017 como responsable de la sección de Internacional. Cuando me ofrecieron el trabajo, inicialmente lo rechacé. Les dije “no, es que yo soy reportera, no soy para estar en una redacción”, pero acabé aceptándolo, porque entonces mi situación económica como periodista no me daba para llegar a fin de mes. Debo decir que, como responsable de la sección de Internacional, aprendí mucho. Estando al otro lado de la barrera también aprendes muchísimo, porque una cosa es la idea que tú tienes sobre cómo es ese trabajo y otra cosa es estar en la redacción y ver el día a día, y las dificultades también de ese día a día. La experiencia realmente fue gratificante, y me ayudó a aprender mucho. Pero siempre me ha gustado ser reportera, ir a los sitios y ver lo que ocurre, no estar encerrada en una redacción. Y, por suerte, el diario ARA, que es un periódico de ámbito catalán, que yo pensé que no me daría muchas satisfacciones profesionales, para mi sorpresa me está dando muchísimas satisfacciones profesionales, porque me ha abierto un mundo de poder trabajar como reportera y además con experiencias muy variadas. Agradezco esta oportunidad que me han ofrecido.

Después de ocho años en Afganistán, de todo lo que ha vivido allí, ¿se relativizan nuestros problemas de cada día? La investidura de Pedro Sánchez, la independencia de Catalunya, las discusiones que tenemos por cualquier motivo ¿los vive de forma distinta? Dice en el libro, por ejemplo, que le chocó el impacto de los atentados de Barcelona y Cabrils de 2017, cuando en Afganistán los hay mil veces peores
Después de vivir ocho años en Afganistán, yo no diría que relativice los problemas cotidianos normales. Si voy a buscar un lugar de aparcamiento y no lo encuentro, también me fastidia. Lo que más rabia me da es la reacción de los medios de comunicación, la información que se ofrece en los medios de comunicación o la actitud de los políticos. Soy muy crítica con la información que se da en muchos medios de comunicación. ¿Qué interés tiene convertirnos en portavoces y repetir como papagayos las declaraciones que hacen los políticos? O estar dando vueltas siempre al mismo tema, cuando hay otros mucho más importantes. En el libro explico que, cuando hubo los atentados en Barcelona y Cambrils en el año 2017, con un gran despliegue informativo, parecía que se hundía el mundo aquí en Cataluña. No dudo que esos atentados tuvieran una gran importancia, y que fueran de una brutalidad bestial, pero precisamente en ese mismo año, dos meses antes, en Afganistán, había habido un atentado con camión-bomba en el que habían muerto más de 100 personas y fue una pequeña noticia que pasó casi desapercibida. Eso es lo que a mí me daba rabia. ¿Por qué los muertos españoles, catalanes, franceses -cuando hubo el atentado en la sala Bataclan- son más importantes que los muertos en Afganistán, cuando son personas igual que nosotros? No darles la misma importancia o centrarnos en noticias tontas me daba rabia, y me continúa dando rabia porque considero que no tiene ningún sentido.
Estamos asistiendo a los bombardeos de Israel en Palestina. Hay manifestaciones para denunciarlos, para protestar. ¿Cómo lo vive? ¿Hay que ir a esas manifestaciones? ¿Sirve de algo?
Creo que es importante participar en manifestaciones de denuncia, que la gente se movilice, porque si no hay una movilización de la opinión pública, en las altas esferas no se va a hacer absolutamente nada. Y, por tanto, es importante. Y es importante que los medios de comunicación continúen informando de lo que está ocurriendo, que sigan denunciando que los periodistas extranjeros no pueden entrar a la franja de Gaza. Si no hay nada que esconder, ¿por qué no pueden entrar los periodistas extranjeros en la franja de Gaza? Es lo que yo me pregunto. Y que se muestre la realidad como es. Me pone muy de los nervios que ahora, en las televisiones, cuando se ve algún muerto o herido, se difumina la imagen. Pienso que hay que mostrar la realidad como es, así de dura, y si no nos gusta esa realidad hagamos algo para cambiarla. ¿Por qué difuminamos una imagen de lo que está ocurriendo? Es como edulcorar la realidad. Y si no nos identificamos con una víctima, con una imagen difuminada aún menos. Soy partidaria de mostrar la realidad como es, y que eso sirva para que la opinión pública se movilice.
¿Porqué los muertos españoles, catalanes, franceses son más importantes que los muertos en Afganistán, cuando son personas igual que nosotros?
¿Afganistán tiene remedio?
Es difícil responder esta pregunta. Cuando cayó el primer régimen talibán, en el año 2001, con la intervención estadounidense, perdimos una oportunidad de oro, porque se desplegaron tropas de casi cincuenta países, se invirtieron millones y millones de euros en Afganistán y se podría haber impulsado un cambio real, pero la comunidad internacional se alió con toda una serie de criminales de guerra que habían arrasado el país, y los catapultaron en el poder. Eso hipotecó el futuro de Afganistán, porque si pones a unos criminales de guerra en el poder, difícilmente las instituciones del país pueden servir para alguna cosa. En la actualidad, Afganistán ha desaparecido de la agenda internacional, no interesa absolutamente a nadie. Hemos creado un monstruo. Ahora están los talibanes controlando el país, y no sé qué futuro podemos esperar en Afganistán. Actualmente es un régimen radical islámico el que controla el país, que fomenta solamente el estudio de la religión y con una interpretación muy determinada del islam que hacen los talibanes, totalmente radical, en la que las mujeres y las niñas han sido totalmente apartadas. Las niñas sólo pueden estudiar hasta los 12 años. En la televisión, por ejemplo, han desaparecido las mujeres, no ves a ninguna mujer en las televisiones afganas, ni tan solo la voz de una mujer se puede escuchar en un medio de comunicación afgano. De un país en manos de un régimen de este tipo no puede salir nada bueno. Afganistán ya se convirtió en un santuario de terroristas islámicos a finales de los años 90. No sé lo que puede ocurrir en el futuro, pero posiblemente reaccionemos cuando Afganistán nos vuelva a salpicar a nosotros, como ya nos salpicó en el año 2001 con los atentados contra las Torres Gemelas, en Nueva York.
¿Y el futuro profesional de Mónica Bernabé?
¿Mi futuro profesional como periodista? Pues la verdad es que lo desconozco. Estoy muy contenta de trabajar en el diario ARA. No sé lo que me deparará el futuro, ya veremos.