En menos de una década (apenas ocho años) se han convocado cinco elecciones generales para elegir los miembros del Congreso de los Diputados y del Senado, y uno de los temas reincidentes en los debates una y otra vez es siempre el de la Transición, idealizada por unos y denostada por otros. Ese período comprendido entre la mitad de la década de los setenta y la mitad de los ochenta fueron años de profundos cambios políticos y sociales, y tuvieron como protagonistas invisibles y anónimos a millones de ciudadanos que contribuyeron con su actitud y su trabajo a ese cambio del país. Ahora tenemos la oportunidad de conocer la pequeña gran historia de un joven de provincias, ambicioso en lo artístico, que buscó en el Madrid de los ochenta el futuro deseado en una profesión desconocida.
Juan Álvarez Montalbán (Mazarrón, Murcia, 1960) dibuja y guioniza la novela gráfica Sueños de tinta (2023), publicada por Nuevo Nueve Editores, con la colaboración en el color de la cubierta de Jorge Juan Gómez, artista con el que ha formado un dúo creativo muy prolífico en las últimas décadas. En este caso, Álvarez se centra en una historia autobiográfica que desarrolla a lo largo de 261 páginas en blanco y negro con tonalidades grises, en el período comprendido entre el 19 de enero de 1979 y septiembre de 1982, cuando un joven murciano se lanzó a la aventura laboral y decidió ir a Madrid a conseguir vivir de lo que realmente le gustaba: dibujar.
Bueno, en realidad, lo que le gustaba era dibujar cómics, lo que implica una intención de narrar una historia. Entre los diferentes puntos de vista desde los que se puede analizar la Transición, uno fundamental es sin duda el del ámbito cultural. Y, para un zagal, la irrupción de publicaciones de historietas, de revistas y álbumes, una vez finalizada la represión del régimen anterior, le abrió la oportunidad de conocer un universo de obras y autores que le inspiraron en su etapa de formación y de capacitación profesional. También de nuevas oportunidades para poder publicar sus trabajos. A lo largo de la novela gráfica acompañaremos al joven en sus lecturas, compradas o prestadas por sus amigos, y reconoceremos personajes, obras y nombres emblemáticos del cómic, algunos conocidos en persona en aquel momento, como los argentinos Juan Giménez (1943-2020) y Francisco Solano López (1928-2011), otros conocidos (en ese entonces) de forma imaginaria, como Luis García, Carlos Giménez o Milo Manara.
Estos tres míticos autores de cómic acompañan en alguna viñeta al protagonista de la historia, o, mejor dicho, a sus sueños, emulando el papel del personaje de Humphrey Bogart en la película Sueños de seductor (Play it again, Sam, 1972) de Woody Allen, actuando en este caso como la voz de su conciencia y dándole ánimos. Unos ánimos que no parecen necesarios, puesto que la actitud mostrada a lo largo de toda la obra es de una mentalidad proactiva, creativa y resiliente, con una gran capacidad de adaptación a pesar de algunas de las penurias que tuvo que pasar (como dormir alguna noche en un somier sin colchón o sin mantas). Todas esas experiencias le prepararon para afrontar lo que sería después su vida profesional, es decir… la vida de un autónomo.
Uno de los contratiempos más importantes fue impuesto: nada más y nada menos que hacer la mili, truncando el trabajo fijo que disfrutaba desde hacía un tiempo como animador en series de dibujos animados. La lectura hoy en día de esas anécdotas sirve para confirmar la inutilidad del servicio militar, la aceptación de que para muchos suponía trabajar gratis para el ejército durante más de un año y, como no, que era un reducto de franquistas, por no decir, directamente, de golpistas. De hecho, el golpe de estado del 23 de febrero de 1981 sucedió mientras estaba haciendo la mili, con todos los temores a nivel personal y familiar que le generó en su día, como relata él mismo en primera persona. El autor destaca que acudió a la manifestación en contra del golpe, vestido de civil, pero si lo hubiesen detenido hubiera tenido problemas por su condición de militar en ese momento.
El lector se sentirá inmerso en el devenir del protagonista, en su día a día. Le acompañaremos a los estrenos de las películas más emblemáticas de la época, a la diversión nocturna de conciertos y salas que destacarían poco después durante la conocida como la Movida. También observaremos con indignación los ataques de simpatizantes de la extrema derecha que se sentían impunes (sí, hace más de cuarenta años y en plena democracia, y se dedicaban a agredir por la calle a los que no les gustaba, quién podría imaginarlo). En cualquier caso, la realidad es que, contando su propia experiencia, contemplamos la historia urbana de una época singular que transpiraba un espíritu emprendedor, original y rompedor, con una actitud desenfadada, jovial y curiosa. Y, quizás, también deberíamos añadir que generosa. Y, todo ello, en un movimiento espontáneo y nada premeditado que se percibe en el ambiente plasmado en el papel.
Por diferentes acciones y casualidades (o no tanto, puesto que el joven Juan se preocupaba por enviar sus trabajos a revistas, fanzines o concursos), Álvarez trabajaría durante su estancia en Madrid en el sector de la animación (lo que le ayudaría a pagar los gastos de alojamiento y manutención), aprendiendo el oficio mientras trabajaba al lado de profesionales, perfilando en paralelo su estilo de dibujo y su elección por una obra más enfocada a lo social (alejado de la ciencia ficción de algunos de sus admirados artistas). Seremos cómplices de las alegrías de los primeros trabajos publicados, dibujados por las noches y fines de semana en el comedor del apartamento compartido, convertido a su vez en estudio de trabajo.
También seremos testigos de sus primeros escarceos amorosos, incluso lo veremos descubriendo la lacra de la violencia de género en una de sus parejas, con el miedo de la mujer de lo que le podía hacer su expareja. Esa vorágine de experiencias vitales la podemos revivir ahora, cuatro décadas después, gracias al arte y experiencia de un autor consagrado en plena madurez creativa, que ha llegado a donde ha llegado gracias a esa determinación desde pequeño por dedicarse a una vocación tan loable como la de historietista y, seguramente, gracias a unos padres que lo alentaron a que siguiera sus sueños, reconociendo su talento, cuando las perspectivas profesionales no eran muy halagüeñas o, sencillamente, desconocidas. Y nosotros que se lo agradecemos, por su soporte y su confianza en un joven murciano que quería vivir su sueño como autor en el Madrid de los ochenta, en una época marcada por las noticias cotidianas de atentados terroristas y amenazas de bombas. Como a Juan, esa época curtió a toda una generación, y gracias a Sueños de tinta el lector se sentirá trasladado a esos instantes a través de los referentes culturales y las imágenes de una forma de vida que ya no existe… como la de buscar una cabina de teléfonos para poder hablar con la familia.