Chocó ver al jefe de la oposición, presidente del Partido Popular, subido al atril del Congreso defendiendo a la que fue Ministra de Igualdad, Irene Montero, y acusando a Pedro Sánchez de agraviar a Podemos para contentar a Yolanda Díaz en su pugna por el liderazgo del espacio del cambio. En la tribuna, la exministra sonreía. En otro momento, durante el debate de investidura de Pedro Sánchez, el político gallego afirmó: “Señorías de Podemos, por supuesto, no van a encontrar ni un aliado… Les deseo suerte, aprieten por un ministerio o dos, Sí se Puede”.

Todo esto no significa que de repente Don Alberto se haya vuelto extremadamente cortés y piadoso, sino que responde a una estrategia que tiene que ver con intentar desmovilizar a un segmento electoral que se encuentra entre Podemos, Sumar y me atrevería a decir que el PSOE. Habitualmente, en este país la indignación ante la injusticia se ha expresado en forma de abstención, por lo que es esperable que el deseo del PP no sea tanto atraer a votantes de ese nicho electoral —porque sabe que es extremadamente difícil—, sino llevar la lucha partidista al centro de la discusión, ya que en este país resulta desmovilizador. Núñez Feijóo sabe que unas elecciones con alta abstención le benefician y juega a eso… con las elecciones europeas de fondo.

Es divertido, en cierta manera, ver a alguien tan de derechas haciendo un ejercicio de corporativismo con alguien que ha sido su azote tanto en sede parlamentaria como fuera, pero el objetivo no es otro que alejar a ese electorado tanto de unos partidos como de otros, dentro de la órbita de la izquierda, para que pasen a la abstención. Sin embargo, existe otra manera de tratar de quitar electorado que es acercándose, precisamente, a ese electorado para absorberlo.

Esto se plasma en la estrategia que sigue Esquerra Republicana de Catalunya con Podemos. El cortejo, en realidad, viene de lejos, y casi siempre ha tenido a Rufián como protagonista. El político de Santa Coloma, miembro de la plataforma Súmate, formada por independentistas castellanohablantes, ha sido el más firme defensor de la ministra Montero en todo este ciclo electoral empezado en las pasadas elecciones municipales. De hecho, ha sido, me atrevería a decir, que un actor más dentro de quienes han denunciado la injusticia con el trato recibido por la dirigente de Podemos. No sólo eso, sino que además, los guiños han sido continuados, como por ejemplo la foto con Pablo Iglesias y los mensajes de cortesía intercambiados en redes y la sintonía demostrada en algunos episodios de la anterior legislatura, como fue el caso de la (casi fallida) votación de la reforma electoral, donde ERC votó en contra y Podemos presionó hasta el final; o la de la ley mordaza, con resultados aún peores, al quedar la reforma en un cajón al votar ERC en contra junto a Bildu, siendo Pablo Iglesias el pepito grillo de la coalición del cambio dando la razón a los primeros.

Se ha llegado a afirmar que la sintonía entre grupos parlamentarios en el Congreso era mayor de la que había entre los propios grupos que conforman el extinto grupo confederal.  Es normal, por otro lado, ya que el propio Rufián es un perfil creado con el propósito de arrastrar a ese segmento electoral que no se siente identificado con un sentir más catalanista dentro de la propia ERC pero que compra el gamberrismo y un discurso impugnatorio de las estructuras de Estado. Es decir, que por ese lado Podemos y ERC tienen un electorado frontera —formado, que vivió el 15M y que sigue pensando que hacen falta cambios profundos, castellanoparlante de grandes núcleos urbanos—. Por lo tanto, la pretensión no es tanto alejar a su electorado, sino intentar quedarse con ciertos sectores compartidos entre SUMAR y Podemos descontentos, y llevarse las migajas de lo que quede del segundo.

Sí, digo las migajas porque la apuesta será a quedarse con el espacio en Cataluña. La semilla ya está plantada, y el propio Pablo Iglesias se ha encargado de acercar en Cataluña a esas posiciones dando pátina de true left a ERC. No solo eso, sino que ERC es un partido processista, es decir, un partido que en la última década y algo se ha construido como un artefacto electoral cuyo único propósito es el poder por el poder en una competición insomne con Junts por ver quien es más independentista, es un partido vertical, que ha primado la selección negativa y que ha hecho del agravio y de la sentimentalidad el eje central discursivo para confrontar, presuntamente con el Estado, pero en realidad con Junts. ¿No les suena al podemismo de ‘últimamente’?

Hace meses que se ve venir esa deriva processista en el antaño partido del asalto a los cielos. Lo que no ve venir Pablo Iglesias es que ERC no es Gabriel Rufián, sino un sector mucho más conservador que es el que le permite cierta posición de preeminencia en las contiendas autonómicas y que además, en el caso de ir juntos, siempre sería desde una posición de subalternidad en una lógica además de decir una cosa, hacer la contraria y seguir como siempre que es lo que ha sido el processismo, con lo que estaría por ver cuánto electorado podría arrastrar. Flaco favor hace a la militancia de ese espacio, que si algo tiene es un gen anti processista. Es decir, que siempre se ha opuesto a decir una cosa y hacer la contraria y que para ellos ganar elecciones, la máquina de guerra electoral, ha sido para poder transformar en profundidad el estado y no para mantener posiciones de partido como vemos de forma nítida en ERC y como está sucediendo también en Podemos.

Ese testigo, con todas sus dificultades orgánicas y posiblemente comunicativas, sigue estando en Sumar y en Catalunya en En Comú Podem, mucho más honestos en sus objetivos, por lo que cualquiera que desee continuar con el espíritu del 15M que no se deje seducir por los cantos de sirena processistas que lejos de transformar sólo pretenden mantener polarizando haciendo crecer la crispación y menguando el espacio del cambio a costa de la supervivencia. Ya se sabe, todos son de Podemos, pero a la hora de la verdad unos demuestran serlo más que otros.

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