En 1964, Hannah Arendt fue entrevistada en la televisión de Alemania Occidental por el periodista Günter Gaus. El texto transcrito ganó el premio Adolf Grimme y se publicó con el título “¿Qué queda? Queda la lengua materna”. Cuando Gaus le preguntó a la filósofa judía si añoraba “la Europa del período anterior a Hitler (…)”, añadiendo: “Cuando regresa aquí, ¿cuál es su impresión? ¿Qué queda y qué se ha perdido para siempre?”, la filósofa respondió de manera contundente: “¿La Europa anterior a Hitler? No, no la echo de menos en absoluto, puedo asegurarlo. ¿Qué queda? Queda la lengua materna”. Al repreguntar Gaus: “¿Y eso significa mucho para usted?”, Hannah Arendt contestó rápidamente: “Sí, muchísimo. Me he negado conscientemente a perder mi lengua materna”. La lengua propia es la puerta que nos permite acceder al mundo a través del lenguaje, habilitando la conciencia de uno mismo. Y la lengua viva, como todo ser vivo, acaba muriendo.

Hablamos del catalán, la lengua propia de unos cuantos millones de personas que, si no está herida de muerte, poco le falta. Una tragedia cultural y personal para todos aquellos que hemos nacido con el catalán como lengua materna, que pensamos en catalán y que lo utilizamos cada día con nuestros seres más queridos. ¿Qué hacer cuando ves que tu lengua se apaga? No se la debe dejar morir, desde luego. Pero lo que ciertamente no hay que hacer es dispararse en el pié. 

La situación es la siguiente: en 2003, según el Centro de Estudios de Opinión (CEO) de la Generalitat, un 43% de la población mayor de quince años declaraba que el catalán era su lengua habitual. En 2018, este porcentaje se situó en el 36,1%, es decir, casi siete puntos porcentuales menos. El mismo estudio también indagaba sobre los usos lingüísticos y ámbitos de uso de las lenguas. En 2018, los mayores de quince años indicaban que, con los miembros del hogar, hablaban solo en catalán en un 27,2% de los casos; más en catalán que en castellano en un 5,6%; ambos idiomas en un 7,8%; más en castellano que en catalán en un 10,1% y, finalmente, solo en castellano en un 37,7%.

El principal motivo para la supervivencia de una lengua es su utilidad. Es muy difícil mantener viva una lengua que no se percibe como útil, por muchos esfuerzos que se inviertan. La iglesia lo sabe bien, ya que, tras insistir en la oficialidad del latín en las liturgias, en el año 1965, el Papa Pablo VI decidió habilitar el uso de las lenguas vernáculas (vivas) y terminar con la obligatoriedad del latín. El catalán es una lengua de utilidad relativa, sin perspectivas de mejora futura en este sentido.

Exigir a los funcionarios y trabajadores de Cataluña que hablen la lengua del país es, sin duda, una buena estrategia para la supervivencia del catalán, y mantenerlo en las aulas es aún más importante. Sin embargo, a veces no es posible implementarlo de manera inmediata. El caso más evidente se encuentra en nuestro sector sanitario, caracterizado, entre otras cosas, por un déficit estructural de médicos especialistas, enfermeras y personal asistencial. ¿Qué hacer si no hay suficientes médicos que hablen catalán? ¿Continuar con el déficit estructural o contratar médicos que hablen castellano? La respuesta sensata que, hasta hoy, ha dado la administración, sea bajo gobiernos nacionalistas catalanes o españoles, es que es mejor ser atendido en castellano que no ser atendido. A partir de ahí, se busca incentivarlos para que se formen, aprendan y amen la lengua de Fabra, de Rodoreda, de Pla y de Casals. Puede ser duro de aceptar para algunos, pero al plantear respuestas serias a problemas reales, es mejor ser consciente de la realidad concreta y no de la realidad deseada.

El principal “enemigo” del catalán no es España, sino la Globalización. Se podría argumentar que si Cataluña dispusiera de un Estado propio, la supervivencia del catalán estaría garantizada; un razonamiento tan válido como fútil, dado que Cataluña ni es ni será un estado independiente en el corto o medio plazo. Así que es mejor evitar pensar dentro de ese paradigma, pues hacerlo solo conduce a las típicas respuestas victimistas y autocomplacientes que no contribuyen a pensar ni a resolver nada. Al contrario, los falsos patriotas de la lengua a menudo causan más daño que beneficio.

El catalán debe fortalecerse en el ámbito institucional, pero, sobre todo, debe convertirse en una lengua atractiva socialmente. Nada es menos atractivo que ser reprendido por alguien que no acepta que le sirvas el café en castellano, a pesar de llevar solo siete meses residiendo en Barcelona y todavía no atreverse con la lengua. Este es, lamentablemente, el perfil de algunos supuestos patriotas del catalán, un perfil demasiado extendido entre aquellos catalanoparlantes que dicen querer “salvar” el catalán. Y no tienen porqué hacerlo: el simple hecho de que exista este “ideal de resistencia” ya es sintomático de lo mal orientado que está el debate.

Lamentablemente, el catalán se está convirtiendo en la lengua del victimismo enfurecido, y por el camino está rompiendo el vínculo de transmisión entre padres e hijos, como señala el uso del catalán en la mensajería móvil entre los jóvenes de Cataluña, que retrocedió 17 puntos porcentuales entre 2017 y 2021, según datos de la Plataforma per la Llengua. Evidentemente, es necesario luchar en todos los frentes: Netflix en catalán, enfermeras que hablen catalán, políticos que lo usen, escuelas que lo enseñen, etc. Pero para sobrevivir, el catalán debe ganar por seducción. No hay otra salida, porque el victimismo solo nos hace más tristes y bastante menos atractivos.

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1 comentari

  1. Soy professor de Inglés y no puedo estar más de acuerdo con tu opinión. Una lengua no se debe imponer a la fuerza porque así genera rechazo a muchas personas. Tampoco de debe cambiar de catalán a español cuando veas que una persona no se expresa correctamente en catalán. Se ha de tener paciencia. Hay que seducir a la gente para querer aprenderla.

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