En Barcelona, el momento del Ayuntamiento de Mortadelo y Filemón es alucinante. Cuando aparezca este reportaje serán nueve meses sin un gobierno operativo, algo maquillado con varias medidas harto curiosas.

La primera consiste en una doble acción, consistente en gastarse un dineral en publicidad para hacer creer a la ciudadanía una determinación de trabajo basada en anunciar refuerzos en la seguridad y vender la moto de la ciudad como sede de ferias, festivales y congresos, los segundos para disimular el porciolismo asumido por todos los consistorios democráticos. Dentro de este dueto figura la abrumadora presencia de los servicios de limpieza en la calle, pues de todos es sabido el gusto por disponer de vías limpias a lo alemán, algo inalcanzable, quizá por motivos civilizatorios, pues el placer de aprovechar el mandato es superior al de educar a los votantes en determinados requisitos de sota, caballo y rey.

Este teatrillo cotidiano, catapultado con estériles dobles páginas en la prensa, transmite un aire quieto, desangelado. Barcelona se ha congelado desde mayo y la inercia, más las obras pendientes, es magnífica para medio capear este temporal de la Nada.

Esta puede expresarse de múltiples modos. Uno de ellos es sórdido y perverso. Si algo no se ve no existe, pero ojo, esto no es patrimonio de Jaume Collboni y sus huestes, pues los anteriores responsables de la Casa Gran fueron genios en esa materia.

En mi recuerdo figura una tarde en uno de los salones de Sant Jaume. Se celebraba la segunda reunión de la comisión sobre Patrimonio, algo emprendido a deshoras porque, lo sé de buenas fuentes, los dirigentes de Barcelona en Comú juzgaban la cuestión esnob, con toda probabilidad por ignorancia.

La primera cita fue normal dentro de la mascarada. La segunda fue horrible porque los responsables se pusieron a anunciar planes fantásticos centrados en la periferia, ese territorio que para Colau y los suyos era propaganda sin intervención, causa de su derrota electoral al despreciar a los barrios, donde actuaban con premeditación, alevosía y nocturnidad cuando lo hacían, es decir poco, tarde y mal.

La propuesta estelar de esa velada fue la promesa de tener casi a punto la rehabilitación de la Granja del Ritz de Vallbona. Esta centenaria finca rural, antaño llamada Montserrat, pasó en los años 40 a ser propiedad del Hotel Ritz, abasteciéndolo de verduras, legumbres, gallinas y lo que te rondaré morena. El establecimiento era modernísimo para su tiempo, disponía hasta de piscina y cumplió su función con creces hasta los años 90, cuando el clan de Muñoz Ramonet se deshizo de ese don, tampoco estimulante para Joan Gaspart.

Interior de la Granja del Ritz. | Jordi Corominas

La situación provocó la intervención municipal. Desde 2003 la Granja del Ritz es del Ayuntamiento, quién en su web de Barcelona Sostenible demuestra gastarse pocos dineros. La versión castellana está traducida por Google, una garantía, e informa de cómo la idea, la misma pregonada desde la inútil comisión de Patrimonio, es transformarlo en un equipamiento de educación medioambiental.

Voy a Vallbona de vez en cuando por deber cívico para compensar cómo los concejales no salen de su despacho por miedo a gastar suela de zapato. Este barrio tiene poco más de mil habitantes y para la mayoría de ciudadanos no es siquiera un eco lejano. Algunos lo ven al irse de fin de semana o cuando suben al tren o a su coche para trabajar en la  periferia, sin detectarlo.

Hoy en día lo más visible para todo este enjambre anónimo es la conurbación de huertos/barracas una vez dejamos atrás el cartel de Benvinguts a Barcelona en la Meridiana. Como Mortadelo y Filemón me lee, sin jamás comunicarse conmigo, han limpiado un poco la zona, sin adentrarse en Vallbona.

La Granja del Ritz en la calle Torrent de Tapioles. | Jordi Corominas

Hace pocos viernes hice un paseo muy revelador. Busqué el carrer del torrent de Tapioles y al fondo vislumbré unas ruinas recientes envueltas en un verdor de desidia. Estaba en la Granja del Ritz. Lo supe por un recuadrito colocado por los vecinos, los únicos preocupados por la identidad de la barriada. El resto era el horror, con todo cayéndose, una escalera hacia el cielo, la piscina repleta de colchones y el interior de la Granja a rebosar de residentes temporales, muy tranquilos por la incomparecencia de las autoridades, instalados en la gloria con sus carritos de chatarra.

La piscina de la Granja del Ritz en la actualidad. | Jordi Corominas

Fotografío esa autopsia y me pregunto cómo pueden recuperar algo arrasado. Podrá conservarse la estructura y todo será nuevo, algo muy del agrado de los políticos. Al salir de la Granja topo con un adolescente. Me pregunta si soy periodista, le respondo afirmativamente y comienza a contarme cómo eso es una mierda, transcribo sus palabras, porque nadie va y se aprovechan los de la chatarra y otros despendolados. Cuando escribo de ellos me siento mal, pues al criticar la pasividad de Mortadelo y Filemón alguien podría pensar que les achaco culpa, cuando ellos sólo rentabilizan el envoltorio que los mandamases dejan pudrir.

Una escalera de la Granja del Ritz. | Jordi Corominas

Su ocupación se suma a la de otros lugares afines. Abandonados, son un coto perfecto para los sin techo y las mafias, algo jalonado en Vallcarca, el Guinardó, la ronda Litoral, Pere IV, Glòries, el Clot y muchos otros barrios de la urbe condal. Quizá, de seguir así, alcanzaremos el 10% de barraquismo de los años cincuenta. El caso de la Granja del Ritz es más preocupante aún que el de la torre del Fang, donde Mortadelo y Filemón sólo intervendrá cuando empiecen unas supuestas obras, al estar aislado, factor crucial para dejarlo tal como está, pues como comentábamos si nadie lo percibe es invisible y por lo tanto inexistente.

BCN ganará más y más a Barcelona mientras no surja un movimiento ciudadano con arrestos para protestar y reivindicar una ciudad federal que atienda las necesidades de sus residentes fijos. Los temporales turísticos sumen a Collboni en pesadillas por si dejan de venir por la sequía, mientras nosotros, los votantes, somos ninguneados como nunca antes en la Historia reciente.

Ruina de la Granja del Ritz. | Jordi Corominas

Vallbona es un páramo para nuestros muy bien pagados representantes. Si por ellos fuera todas sus hectáreas vacías servirían para nuevos bloques de pisos. La defensa de la Granja del Ritz y Vallbona, donde las paredes hablan del malestar, podría ser una vuelta de tuerca y una declaración de intenciones. Por desgracia mis pesadillas, donde jamás se realiza lo propuesto, tienen otro color con relación a las del jefe de Mortadelo y Filemón, Jaume Collboni.

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