En su exilio parisino, el filósofo judío Walter Benjamin acuñó el termino estetización de la política para analizar la propaganda como fenómeno tecnológico y ligar el éxito del movimiento nazi a los medios utilizados para su difusión -cine, radio, fotografía, etc. El cine en concreto es un espacio donde seguimos dando forma a nuestro imaginario y a los relatos sobre nuestra identidad. Como fenómeno audiovisual, tiene un efecto no evidente sobre el inconsciente político del sujeto que lo consume. En el cine siempre hay un algo más que lo que sucede en pantalla.

Pertenezco a una generación para la que la extensa saga cinematográfica El Señor de los Anillos es una referencia fundamental. Habiendo leído las novelas, fui al estreno de la trilogía durante 2001-2003 (y la volví a ver en tardes de sofá y palomitas). Repetí con la precuela El Hobbit (2012-2014). Son películas emitidas en TV en muchas ocasiones y se pueden ver en plataformas de streaming. También hay una serie, Los anillos de Poder (2022). Forman parte del encaje exitoso del genero fantástico en el cine y sus fans son legión.

Uno de los fenómenos más característicos de esta saga es que presenta un caso ejemplar de deshumanización del enemigo. El Señor de los Anillos sostiene la trama en la diferencia entre el aspecto heroico de los protagonistas (agrupados en las diversas razas: humanos, hobbits, elfos, enanos, etc.) y el aspecto monstruoso e inhumano de sus enemigos. Las razas villanas (orcos, trasgos y diversas bestias) se definen como una amenaza ética y estética, horrendas criaturas deformes y apocalípticas que buscan destruir el mundo de las razas heroicas. La maestría de Peter Jackson para caracterizar a las razas villanas como subseres inhumanos es digna del director de las famosas Mal Gusto (1987) y Braindead (1992).

La figura del villano monstruoso ha funcionado multitud de veces en el cine, pero aquí la novedad radica en unir monstruosidad y cultura: la diferencia entre el bien y el mal radica en una cuestión social y no individual, pues es la pertenencia a una “raza” la que dota a un personaje de atributos. En esta linea, las razas están inspiradas en un pseudo-pasado idealizado del que se extraen características concretas. Así, los hobbits parecen campesinos irlandeses, Rohan imita la cultura nórdica medieval, Rivendel recuerda un poco al Cambridge de Bertrand Russell, y un largo etcétera. Pero ¿qué pasa con las razas villanas? ¿En quién se inspiran? Con sus rostros deformes y su andar a cuatro patas, ¿a quién remiten?

Responder a esta pregunta pasa por prestar atención a la precuela El Hobbit y a la escena inicial en casa de Bilbo: los héroes, trece guerreros enanos con largas barbas y narices prominentes (raza del oro, los metales y las piedras preciosas) cuentan cómo sus ancestros fueron expulsados de su tierra, cómo desde entonces vagan errantes por el mundo y cómo tienen un plan para recuperarla. Se presentan como víctimas de una injusticia y, en una lengua desconocida, cantan melodías melancólicas sobre su desposesión. ¿No coincide un poco demasiado esta descripción de los enanos con la imagen satírica que se hacía de los judíos europeos en el siglo XIX? ¿Acaso es El Hobbit una analogía sui generis del sionismo y su lucha por Palestina? En su duro camino a la victoria, los enanos-judíos se enfrentan a unos orcos (sus enemigos naturales) que se oponen a que recuperen su tierra, y a los que derrotan en una batalla final con ayuda de otras razas heroicas. ¿Quiénes son éstos orcos?

Una hipótesis filosófica diría que, puesto que no representan a nadie (nadie hay en el mundo en quien puedan estar inspirados) los orcos son lo que está sin representación. Que su figura, en tanto vacía de contenido, ocupa el lugar de aquel cuya presentación está ausente del espacio político. Si los enanos parecen encarnar el sionismo, entonces no resulta aventurado identificar a los orcos con los palestinos, demonizados y sin reconocimiento político por parte de los primeros (el dragón podría ser el imperio turco-otomano, una vez dueño de Palestina y derrotado antes de la batalla final). La saga cinematográfica El Hobbit parece situar la batalla entre el bien y el mal típica del universo de Tolkien en la colonización sionista de Palestina.

A raíz de los acontecimiento recientes, observamos con horror la imagen monstruosa que el sionismo tiene de los palestinos como subseres a los que los derechos humanos no son aplicables. Cuando hay voces que abogan por su exterminio como pueblo, ¿cómo valorar adecuadamente la deshumanización estética y racial en el cine con relación a un conflicto de tintes genocidas? ¿Cómo evitar caer en la orcolización del mundo palestino en particular y del árabe en general?

Share.
Leave A Reply