Cuando hace más de dos décadas inicié la carrera de Sociología, una de las primeras lecciones de la asignatura Introducción a la Sociología era la “profecía que se autocumple”. Ésta podría definirse como un evento o un comportamiento que se produce (o que aumenta la probabilidad de que se lleve a cabo) por el mero hecho de creer que se producirá. Uno de los ejemplos más utilizados lo encontramos en la mitología griega, cuando el escultor Pigmalión se enamora de una de sus creaciones, Galatea, hasta el punto de percibirla y tratarla como si de una mujer real se tratara.

Volviendo a nuestros días, uno de los ejemplos más contemporáneos de este fenómeno se encuentra en la Unión Europea. Durante las últimas semanas hemos oído las declaraciones de la presidenta de la Comisión Europea (Ursula Von der Leyen) y de la ministra española de Defensa (Margarita Robles) tratando de concienciar a la ciudadanía europea y española, respectivamente, sobre las “amenazas reales y totales una posible guerra” a escala global. Resulta obvio percibir que son declaraciones que no surgen de la nada.

Coincidiendo (que no como consecuencia) con el inicio de la invasión rusa en Ucrania, en febrero de 2022, los países de la OTAN ya apuntaban una clara necesidad de aumentar el gasto militar con valores iguales o superiores al 2% del PIB de cada país. Entre las consecuencias (ahora sí) de esta doctrina ya hemos visto los resultados: si bien a nivel mundial las importaciones de armas han disminuido ligeramente en el último quinquenio respecto al período anterior, en Europa se han multiplicado por dos. Unas armas procedentes mayoritariamente de Estados Unidos, que ha visto un aumento sustancial de sus ventas en el mismo período de tiempo.

Son muchos los retos que tenemos por delante y que, en líneas generales, exigirían tratar de revertir estas tendencias. En otras palabras, es necesario buscar nuevas y diferentes profecías que se autocumplan. A nivel global, somos testigos de una actuación en la franja de Gaza por parte del gobierno de Israel con los indicios de genocidio más claros en mucho tiempo (lo dice la Corte Internacional de Justicia). Una actuación que se produce ante una constante sensación de impunidad de responsabilidades judiciales por violaciones del derecho internacional que muchos estados siguen cometiendo. La falta de aplicabilidad de las potenciales medidas sancionadoras lo ponen de manifiesto. Entretanto, como ya mencionamos en un comunicado, mientras Von der Leyen proclamaba que solo podremos sentirnos seguros si nos armamos más y mejor, el secretario general de Naciones Unidas alertaba del incremento de la violencia y las violaciones de derechos fundamentales, de la necesidad de comprometerse con todos los tratados de desarme (incluido el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, TPAN) y del “abismo” en el que nos encontramos en materia medioambiental. Es cierto que el modelo de Naciones Unidas necesita repensarse (especialmente respecto al veto en las resoluciones del Consejo de Seguridad) pero queda claro que, por ahora, sus “profecías” son otras.

De nuevo en el ámbito europeo, resulta lamentable presenciar cómo la iniciativa de la compra conjunta de vacunas, utilizada hace cuatro años para hacer frente a la Covid-19, sirve de ejemplo para estrategias conjuntas de compra de armamento. A menos de tres meses para unas nuevas elecciones europeas y con el auge de la (extrema) derecha (Portugal como último ejemplo), no nos hace ser demasiado optimistas al respecto. Más que nunca, es necesario sobrepasar las dinámicas gubernamentales y apostar por un movimiento por la paz con un discurso más transversal. Hay que hacer aflorar las verdaderas amenazas, aduciendo —en contra de lo que siempre se nos acusa— grandes dosis de realismo: las viejas, y ya gastadas, recetas del militarismo nunca han dado frutos transformadores. Habría que explorar modelos de seguridad compartida basados ​​en la distensión y la diplomacia que colaboren en tejer puentes con todos los actores y que pongan especialmente al ser humano y el medioambiente en el centro.

En relación al último punto, por mucho que se siga vendiendo como “el Gobierno más progresista de la historia”, el Estado español todavía no es una excepción. Las ya mencionadas declaraciones de la ministra Robles contrastan con la reciente aprobación de una PNL que propone poner fin al comercio de armas con Israel. La responsabilidad no pasa solo por cumplirla (los precedentes ya han demostrado cómo el gobierno español ha mentido, exportando armas después del 7 de octubre de 2023), sino por una necesaria coherencia de políticas (los partidos de gobierno se posicionan a favor de un embargo, pero amenazan con tambores de guerra). Además, es necesario recuperar ciertos debates de responsabilidad jurídica: ante las acusaciones de indicios de genocidio en Gaza, ¿qué responsabilidad se le puede atribuir al Estado español?

No quisiera terminar sin mencionar la esfera nacional, ya que muchas veces se alerta de la falta de coherencia entre las dinámicas mencionadas hasta ahora con la cotidianidad de la ciudadanía en nuestro país. En Cataluña, el adelanto electoral de las elecciones al Parlament podrían poner freno al diseño de una política pública de paz. Sin embargo, esta variación en el calendario no debería ser una excusa para buscar más y mejores respuestas no solo a las amenazas globales, sino a los retos de convivencia y cohesión social. Los recientes debates (y en algunos casos graves incidentes) en aspectos educativos o penitenciarios, entre otros muchos, son síntoma de la necesidad de mejorar muchos aspectos, ir a la raíz de la conflictividad y tratar de erradicar su violencia. Debemos hacerlo más y mejor, si no daremos por buenas unas profecías que se quieren autocumplir.

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