Este reportaje, como todos, se acompaña de fotografías. Sin ellas, como todos pero más, quedaría cojo porque ilustran una realidad repartida por todos los puntos de Barcelona: las calles lloran sus letras, desvanecidas como lágrimas en la lluvia.
Si no estuviéramos en la era de Google Maps, por desgracia casi nadie pregunta por la calle cómo llegar a un sitio, este fenómeno poético de la ciudad condal podría ser trágico para los transeúntes y turistas, turistas y transeúntes desesperados ante la imposibilidad de guiarse por las indicaciones del nomenclátor.
No sé cuál fue la primera placa localizada de esta serie, de hecho, no descarto haber topado con ella sin fijarme. En mi archivo de imágenes he buscado las idóneas para ilustrar el texto. Una es del carrer de Ruiz de Padrón, unos pican y otros non, en el Camp de l’Arpa y goza de otra característica muy particular: está en castellano.

Esto es maravilloso. En ese barrio al menos cuatro cumplen con esta resistencia. A lo largo y ancho de la capital catalana las hallas a decenas, un poco como las placas republicanas de la Ley Salmón, un secreto por ahora a buen recaudo y un juego entre poquísimos cofrades, conscientes de atesorar un conocimiento único.
Mientras escribo pienso en mi amigo José Luis y las genialidades que diría ante el derrumbe de las letras. Fantasearía con el caos de ese abecedario, un cortocircuito de sus odiadas redes y el descalabro de los pasantes, no sin reparar en cómo una vocal perdida es una casualidad, mientras muchas devienen estadística.
La placa de Ruiz de Padrón tiene más rarezas. Es fácil ver cómo es antigua, mientras las demás aquí recogidas suelen tener su blanco reluciente, como la de la placeta de l’Oca, asimismo en Camp de l’Arpa, cuya cinta se cortó no hará un año. Esto podría conducirnos a cómo quizá el ganador del concurso municipal sobre el asunto es pésimo en su trabajo si cae toda su falsa tinta con tanta soltura. ¿Culpa de Colau? Podría ser.

Para más inri, léase con suma ironía, la placeta de l’Oca es una encrucijada carismática del barrio, donde Enamorats pierde su nombre e irrumpe el imperialismo del Eixample mediante el carrer València. La oca, antaño residente en la plaça Comas de Les Corts, es uno de los animales de Frederic Marés, como el gallo en otro confluencia con impronta, Aragón con avinguda Roma.
Los únicos que han intervenido en la placeta de l’Oca han sido algunos vecinos anónimos, quienes colocaron un cartel para cuidar más las letras.
Ya tendremos tiempo para animalarios tarde o temprano. A lo de la estadística de José Luis, riéndome con el caos hipotético en un pasado no tan lejano o un futuro reciente, hubiera respondido con algo de Josep Pla sobre cómo debes ir a por la noticia en la calle, ampliando su tesis moviéndome más allá para detectar varias piezas, pues una sola es una bala desorientada, mientras si suman significa una constante, en este caso siempre en progreso, imparable desde su invisibilidad.
No se me caen los anillos al confesar cómo la mayoría de las protagonistas de este reportaje son de los márgenes, si bien usuarios de XantesTwitter me han mandado imágenes de la plaça Central de Nou Barris o de Aragón con Meridiana, sin duda periféricos, pero con mucho peso en su área.
Por ejemplo, en el limbo de La Salut al Carmelo, damos con un par, sometidas a vandalismo, propiciado por el aislamiento. La del passatge de la Sagrada Familia se casa con la del carrer de Sant Josep Cottolengo. Dios nos pille confesados si mentimos, algo desmentido por las fotografías, seleccionadas sólo en las carpetas del último mes.

Que estas placas se encuentren en este estado no es justificable por habitar en ese tercer mundo del primer mundo, este en una curiosa ubicación, no lejos del Park Güell y al lado de una de las primeras urbanizaciones en las alturas, donde vivió la doctora Dolors Aleu.
La ciudad es un ente que debe gobernarse como un mosaico. Si una tesela se ensucia el organismo se resiente además de desprestigiarse por dejadez. Otras muestras de nuestro objeto de estudio bailan, con las letras hacia las cloacas gracias a la tarea de Bcneta o las escasas lluvias, también por la Font d’en Fargas, barriada estelar en cuanto a placas de todo tipo. En el passatge de la Font de la Mulassa aún resiste una como de latón, mientras una del homónimo passeig lloriquea, muda y solitaria ante las embestidas de esta enfermedad que se esparce sin alarmar a las autoridades.
Tampoco es mi intención alargarme en exceso. Como aquí las palabras que cuentan son las desaparecidas me he concedido licencias y si queréis hasta ligereza. Nuestras dos últimas de esta fila describen el malestar por este absurdo virus. El carrer torrent d’en Vidalet no es poca cosa en uno de los ingresos a Gràcia, bien desde la travessera, bien desde Bruniquer o Ramón i Cajal. El gresite sustenta este lamento y en mi opinión es una amenazante metáfora, pues Gràcia es el cierre del centro de Barcelona, iniciándose la periferia en Pi i Margall o en la ronda del Guinardó.

La conclusiva me es familiar y por eso nunca me he preocupado mucho por capturarla con mi cámara. Cada viernes bajo de mi casa hasta el quilómetro cero de la Súper Illa del 22@, número uno en el elenco, siempre más agradable y beneficioso allá donde se instala pese a la previsible gentrificación.
El motivo del trayecto es ir al directo del 24 horas con Josep Cuní. Me encantan esos minutos de ir hasta la emisora, beber agua como si fuera a deshidratarme, mocarme y preocuparme por la voz. Luego subo, charlo con el técnico y a menos cuarto vamos a la materia desde la exigencia y la diversión.
Estoy tan concentrado en el programa que, justo al lado de la puerta, nunca me había percatado de cómo Roc Boronat ha transitado hacía Arrer Rbpa, casi como un sello editorial vecino.

Sin embargo, hay esperanza. Una lluviosa mañana de marzo vislumbré a dos operarios en plena labor de cancelar ese llanto iletrado. Pese a lo festivo de mi tono no es para tomárselo a broma al exhibir, un clásico, negligencia, con toda probabilidad causada por pisar poco la vía pública y frecuentar demasiado el despacho.


