Un diario es una fábrica de noticias. Los que hemos trabajado en un rotativo estamos acostumbrados a destacar noticias para nuestros lectores. Noticias buenas y noticias malas, terribles. El miércoles 3 de abril, la muerte de Joan Guerrero, a los 84 años, nos desgarra.

Por la forma de captar sus fotografías, los compañeros le empezamos a llamar el poeta, porque aparte de sus imágenes, nos recitaba a modo de pie de foto oral una cita, estrofa o poesía entera de sus poetas preferidos: Miguel Hernández o Antonio Machado. Luego, tanto coetáneos como generaciones jóvenes, le empezamos a llamar maestro. Pero maestros como los de la República, aquellos maestros comprometidos destinados a pueblos remotos que sabían motivar a sus alumnos para sacar el máximo de sus capacidades. Tal vez su proximidad sería comparada con otro gran fotógrafo como Francesc Català-Roca.

De joven siempre le fascinó el cine, el neorrealismo italiano de Visconti, De Sica, Rossellini… Y utilizaba sus ojos para hacer sus propias películas. Se fabricó con una caja de cerillas su pequeña cámara de cine. Lo que pasaba por el cuadro era lo que almacenaba en su disco duro del cerebro. Con esfuerzo se compró una cámara de paso universal, una Vitoret Voigtlander. Con ella empezó a retratar su pueblo, Tarifa. “Retrato en blanco y negro, lo veo más directo al sentimiento, no te distrae de una mirada o de una lágrima, decía Joan. Pero le duró poco. Su hermano mayor decidió venir a trabajar a Barcelona y su madre, angustiada, le dijo que lo acompañara, que no fuera solo y Joan tuvo que venderse su querida cámara para poder comprar el billete para el sevillano.

 Trabajaron en diversas obras: zanjas para el Metro, en una fábrica de maderas. En una fundición, cerca del cementerio de Poblenou. “A la hora de comer íbamos con las fiambreras al cementerio y allí, entre las tumbas, hacíamos reuniones clandestinas. Comisiones Obreras acababa de nacer y queríamos un mundo mejor”.

 El franquismo represaliaba a los trabajadores, los barrios estaban degradados, era la época que el compromiso social te obligaba a estar en la clandestinidad. Mientras trabajaba en los talleres de las rotativas de El Correo Catalán ya simultaneaba la fotografia y empezó a publicar en la revista Grama, de Santa Coloma de Gramenet.

Siempre he pensado que Guerrero ha sido un fotógrafo local, pero su mirada sabe encontrar las imágenes como si llegara a un lugar en el que no había estado nunca y queda seducido por lo que descubre. Muchas veces nos pasa que vemos cada día en el mismo lugar un objeto, una persona, y no le damos importancia. Porque forma parte ya de nuestra cultura visual cotidiana y lo aceptamos. Hasta que un día desaparece y entonces nos damos cuenta de que hemos pasado indiferentes ante una persona -un sin techo, por ejemplo- y sólo hemos notado su ausencia, pero no su presencia. Joan sabía abstraerse y retratar con ojos de un recién llegado esa imagen enternecedora, invisible para nosotros.

 Un gorrión en el Liceu

 Sensible como pocos, una vez me contó una anécdota que refleja sus sentimientos, Trabajaba para el diario El Pais que estaba ubicado en la Zona Franca y acababa de llover. Le encargaron unas fotografías del estreno de una ópera en el Liceo. (En esa época no había un ensayo general con vestuario, sino que se permitía a los principales diarios hacer fotos durante la obra). Joan iba con su motito y en un semáforo del Paseo de la Zona Franca vio junto a un charco a un pobre gorrión empapado, helado de frio. Pensó “Este pajarillo no dura ni un minuto”, así que lo recogió y se lo puso en el pecho y cerró su cazadora. Llegó al Liceo y entró para hacer las fotografías. En la platea hacía calor y Joan abrió la chaqueta sin acordarse del pajarito… “Yo estaba haciendo las fotos mientras en el escenario cantaba una ‘prima donna’, Y se ve que con e calor el pajarillo había ‘revifat’ y salió volando directo hacia el escenario. Por suerte, había un haz de luz cenital enfocando a la cantante y el pájaro subió hacia arriba, como el Espíritu Santo…” Y tú qué hiciste, le pregunté. “¿Yo? ¡Nada! Hice unas fotos más y salí pitando”.

 En mi época como jefe de fotografía en El Periódico de Catalunya, Joan Guerrero era colaborador. Siempre traía noticias sociales de Barcelona y de su querida Santa Coloma. A pesar de que nuestras limitaciones presupuestarias me forzaban a pagarle poco por sus fotos, él nunca se quejaba. En lugar de ello, con una sonrisa en el rostro, aceptaba los modestos honorarios. En algunas ocasiones trataba de compensar los bajos precios con paquetes de película TRi-X, consciente de su devoción por la fotografía en blanco y negro. Guerrero siempre respondía con un gesto de gratitud y la promesa de futuras colaboraciones. En una ocasión, ya habiendo establecido esta rutina de trueque, me dijo: “¡Pepe, no me des más Tri-x, que no me da tiempo a gastarlos y no me caben en la nevera! Mari Carmen protesta porque no tiene espacio para guardar la comida. ¡game mil pelas más por las fotos!” Con Mari Carmen, su compañera de vida, tuvo dos hijos: Ernesto, que murió con 20 años, y Laura, una fotógrafa que ha heredado su sensibilidad fotográfica.

 

 “Gracias a la fotografía que me ha dado tanto”

 Siempre activo y solidario, empezó a recopilar fotos y enseñarlas a diferentes personajes de la cultura y la política con la petición de que escribieran unas notas sobre su imagen. Así surgieron varios libros como Imagen y Palabra, Els ulls i la paraula o Casaldàliga con poemas del propio Pere Casaldàliga ilustrando las fotografías de Joan Guerrero

 Sus viajes solidarios por Latinoamérica hicieron que recalara en un pueblito y mientras conversaba con un cura, al ver que Joan era fotógrafo le llevó a la sacristía y de encima de un armario sacó unas fotos polvorientas. El sacerdote -Gabicho, se llamaba- le dijo: “Mira, también pasó un fotógrafo y me dejó estas fotos”. No me lo podía creer, me quedé estupefacto, explicaba Guerrero: ¡eran de Sebastiao Salgado! De ahí salió nuestra amistad en común con Gabicho y Salgado.

 “Ahora, después de la pandemia, he vuelto a recorrer las calles de Santa Coloma con la cámara atenta. También estoy haciendo video y busco pacientemente el momento preciso, como el maestro Cartier-Bresson, uno de mis referentes. Tengo mis limitaciones, pero es donde me hace ilusión hacer las fotografías: en mi Santa Coloma”, decía hace un tiempo.

 “Siempre he sido un tipo con suerte -decía Joan Guerrero-, aunque mi niñez fue muy dura. Sin embargo, fui aprendiendo y hoy me siento tan satisfecho… Sin la gente, el paisaje, la amistad, el cine o la música mis fotos no tendrían ninguna razón de ser.

También le gustaba evocar una canción de Violeta Parra para hacer balance de su trayectoria: “’Gracias a la vida, que me ha dado tanto’, decía Violeta Parra, y yo puedo decir ‘Gracias a la fotografía, que me ha dado tanto’. ¡Qué s quiero!”

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