Kafka explica a La Metamorfosis cómo el protagonista de la obra se levanta una mañana transformado en insecto, con la autoconciencia intacta, pero con dificultades de movilidad y la falta de lenguaje para comunicarse, que hace que la familia crea que ha perdido su capacidad racional. Este relato del existencialismo absurdo, publicado en 1915 y dentro del trasfondo de una sociedad burocrática y autoritaria, hace evidente que las responsabilidades familiares, la falta de comunicación y el rechazo a la diferencia, al menos, le generaban inquietud al protagonista. A día de hoy estos comportamientos son vigentes y no disciernen mucho del relato de Kafka. La dependencia emocional y económica de una persona o el miedo a todo lo diferente generan unos hechos que inciden en el lenguaje y crean una violencia directa y cultural.

Dentro de las necesidades diarias en el ámbito social y cultural a causa de estas violencias, la mediación es una herramienta más de trabajo para la convivencia intercultural / comunitaria. Permite construir una ética mediante determinados valores y crear nuevas líneas de comunicación, centradas en las actitudes, que propician un cambio de conducta a la hora de relacionarse con el entorno, evitando seguir creando desde el abstracto o el imaginario colectivo. Este es un punto clave a la hora de afrontar discursos que construyen e instrumentalizan este imaginario.

Conceptos como orden, disciplina, identidad, uniformidad, control, estaban incluidos en un ideario que el siglo pasado se escenificaba con uniformes y desfiles y que ahora utiliza el sistema socioeconómico neoliberal para fomentar de nuevo este discurso, relacionando el esfuerzo individual y propiedad, material o abstracto (moral, tradición, patria). Esta apología identitaria propicia que hábitos y costumbres socioculturales que se transmiten en el entorno familiar y en la relación cotidiana de manera inconscientemente sutil, ayuden a integrar y normalizar prejuicios y discriminaciones que, dentro de los cambios que vivimos, distorsionan la realidad. Para responder a esto, aparte de tener una estrategia globalizada y extender al máximo las redes antirrumores, hay que aplicar un relato y unas políticas que aporten una interacción entre los diferentes colectivos y disuadan la posibilidad de crear alarmismo que nutra posibles hostilidades. 

Ejemplos tenemos: el espacio público debe ser una zona de relación y de intercambio natural entre personas; por tanto, un buen principio para minimizar posibles conflictos, es la participación de los diversos colectivos de usuarios en la creación o remodelación de estos espacios y posteriormente hacer seguimiento del mismo y, si es necesario, mediar en conflictos puntuales, así gradualmente conseguimos una sinergia donde se respeten las diferentes necesidades y se tengan en cuenta las perspectivas de género, edad, cultura, seguridad y cuidado a las personas … y donde las actividades estén reguladas por los mismos usuarios.

Esta concepción de construir y dinamizar el espacio público es un buen complemento a la hora de tratar los conflictos en el ámbito de las comunidades vecinales, una ayuda para constituir los órganos o las juntas de escala, para fomentar la participación y el diálogo. Extender las técnicas de mediación y de búsqueda de acuerdos como forma de gestionar conflictos, es una buena medida para corresponsabilizarse del espacio común y potenciar la convivencia. Por ello la implicación de la administración local, la más cercana al ciudadano, es capital, para acompañar y poner recursos que permitan afrontar esta valorización de las capacidades comunitarias desde el compromiso cívico.

Utilizar la mediación como herramienta de transformación social, incidiendo en los prejuicios y estimulando la sensibilización intercultural, es un elemento más para mejorar la cohesión social.

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