Es una noticia que no ocupó titulares de prensa, pero que tiene una relevancia mayor si nos atenemos a la persona y el rol que se suponía que iba a tener en la política catalana: Oriol Pujol entró en prisión el jueves 17 de enero por el caso de las ITV. Cumplirá una condena de dos años y medio después de aceptar el pacto que le ofrecía la fiscalía y asumir los delitos de cohecho, falsedad documental y tráfico de influencias, por haber manipulado el mapa de las estaciones de inspección técnica en favor de una serie de empresarios. Las “mordidas” son el ABC de la corrupción. Es el vínculo que une a corrupto y corruptor en el silencio de la Omertà.
Así, Oriol Pujol, el único de los hijos de Jordi Pujol que se dedicó activamente a la política y que estaba destinado a heredar el púlpito de su padre, entra finalmente en Brians 2, enterrando metafóricamente el legado del que se consagró como el padre de Catalunya. Oriol Pujol también está siendo investigado por otra causa que instruye el juez de la Audiencia Nacional José de la Mata por la fortuna oculta de la familia Pujol en Andorra, que ya hizo ingresar a prisión al hermano mayor de la familia.
La Catalunya corrupta
La corrupción es un problema extendido en España y que en algunos casos se ha convertido en una forma de hacer política. Una forma de hacer política en la que siempre hay una variable constante: la institucionalización de la corrupción en partidos políticos que han dominado las instituciones públicas durante largos períodos de tiempo. En esta línea podemos hablar, por ejemplo, del Partido Popular en la Comunidad Valenciana con la trama Gürtel, del Andalucía socialista de los ERES o de la Catalunya convergente del 3%. Y es que la historia reciente de Catalunya es indisociable de la historia de corrupción de Jordi Pujol y CiU. Pujol fue el padre del catalanismo político, gobernante en Catalunya durante veintitrés tres años y un total de seis legislaturas, (1980-2003) cuando dejó el partido en manos de Artur Mas.
La politóloga Montserrat Guibernau considera que Pujol intentó construir su ideario en torno a una serie de ideas y proyectos: identificar CiU con el concepto de catalanidad, mantener una relación estratégica con Madrid para sacar beneficios económicos para Catalunya, priorizar la idea de la Catalunya interior, rural, y de pequeños municipios por delante del área metropolitana, ya que ésta estaba dominada por el PSC, y mantener un perfil europeísta. Mirándolo con perspectiva, el diseño de Pujol cuadró perfectamente con los anhelos mayoritarios de la sociedad catalana.
Pero al revelarse la millonaria fortuna no declarada del ya entonces ex-Presidente Pujol y los avances en las investigaciones del “caso 3%”, en estos momentos en manos de la Audiencia Nacional, Convergència se derrumbaba, y con ella, aquellos imaginarios en los que se habían sostenido los valores de catalanidad se quedaban huérfanos de representación política.
La forclusión del Padre Pujol
La palabra forclusión proviene de las aportaciones de Jacques Lacan en el campo del psicoanálisis freudiano. La forclusión se produce cuando hay un rechazo de un significante fundamental, y representa un estadio más profundo que el de la represión. Cuando se reprime algún sentimiento éste queda enterrado en el inconsciente y tiene la posibilidad de emerger posteriormente, lo que da la fórmula del “retorno de lo reprimido”. En la forclusión, sin embargo, se expulsa la creencia del universo simbólico y sólo se vuelve a mostrar en la forma de la alucinación.
Tomándolo con pinzas y desde una interpretación más politológica que psicoanalítica, la ausencia absoluta de Jordi Pujol en los medios de comunicación, en las tertulias políticas, o en la memoria de cientos de miles de catalanes que habían votado a Jordi Pujol una y otra vez, nos lleva a concluir que la figura del Ex-Presidente ha sido forcluída. No ha habido una reacción visceral de despecho, ni se han escuchado voces de arrepentimiento. La figura paternal que encarnaba el proyecto central del catalanismo ya no está, lo que empuja la búsqueda de nuevos ideales a los que alinearse.
Jordi Pujol creció como político durante el franquismo, y su lucha contra el régimen conjuntamente con sus años en prisión construyeron su imagen de defensor de la libertad del pueblo catalán. El 19 de Mayo de 1960, una hoja volante escrito por él mismo recorrió las calles de Barcelona con el siguiente mensaje:
El general Franco, el hombre que pronto vendrá a Barcelona, ha elegido como instrumento de gobierno la corrupción. Sabe que un país podrido es fácil de dominar y que un hombre comprometido por hechos de corrupción económica o administrativa es un hombre servil. Por esta razón el régimen ha fomentado la inmoralidad en la vida pública y económica. Como sucede en ciertas profesiones indignas, el régimen procura que todo el mundo se ensucie las manos y esté comprometido. El hombre que pronto vendrá a Barcelona, además de un opresor, es un corruptor.
Tres días más tarde, el 22 de Mayo, la policía franquista lo detenía, le golpeaba, y le sometía a un juicio sin garantías jurídicas. Pujol pasaría dos años y medio en prisión. Leyendo ahora las líneas escritas por Pujol, se puede anticipar un conocimiento profundo sobre el funcionamiento del poder y el rol de la corrupción como lubricante del sistema. Quizá por eso es demasiado traumático aceptar la idea de que el padre político de muchas generaciones que se habían entendido a ellos y ellas mismas como catalanes había acabado convirtiéndose en lo que un día había criticado. Quizás, incluso, no se había ni convertido. Pujol era aquello, y no lo que había representado durante tantos años.
Cuando Maragall le espetó a Artur Mas aquella frase lapidaria (“ustedes tienen un problema, y se llama 3%”) tuvo que disculparse ante todo el Parlament. Era una verdad entre sombras, pero una verdad que vivía en silencio de la Omertà. Pero al descubrirse la fortuna de los Pujol, se desvanecía finalmente aquella idea de hombre trabajador y hospitalario, que combinaba la autoridad de líder de país con la proximidad del ciudadano de a pie.
Jordi Pujol, su legado y su memoria se esfumaron rápidamente en gran parte de la población catalana, así como de grandes medios de comunicación que siempre le habían apoyado. Era como si el Padre no hubiera existido nunca. Se forcluyó de nuestras memorias. La semana pasada, su hijo Oriol, ex diputado del Parlament por CiU, entraba en prisión. Pero su nombre ya no importaba.