La poesía no se agota en ninguna definición, y menos aún si se pide brevedad. Desde que existe el lenguaje poético es un intento repetido de comprender la vida. El paso del tiempo es el camino de la vida donde el poeta encuentra en lo que le rodea, la naturaleza, la ciudad, los seres humanos, la metáfora de su vida.

Joan Margarit (Sanaüja, 1938) hace exactamente eso, va destapando la vida, las virtudes y las miserias que oculta la verdadera y profunda existencia del ser humano: descarta el brillo fútil y efímero, las convenciones y lugares comunes, la mentira y la farsa.

Su obra no es intelectual sino que hace referencia a hechos, desde los históricos a los personales, desde sus sensaciones ante el paisaje, a la música o los textos de otros escritores y poetas. La poesía de Margarit se ha desarrollado trazando un itinerario personal, no adscrito a ninguna estética de grupo, lo que hace difícil encuadrarlo en ninguna generación poética y dota a su recorrido de plena singularidad.

No deja de ser significativo que sea un técnico, un arquitecto y catedrático de Cálculo de Estructuras, quien se empeña en desmontar los andamios que cubren la casa, las fachadas (façana es una palabra que aparece varias veces en sus poemas); nos descubre bajo la razón, más allá de la lógica, lo trágico, la pasión, el envejecimiento, el dolor interminable por la muerte de su hija Joana.

Es una poesía que se reduce a pocos temas, a pocos colores pero con múltiples tonos. Margarit reitera, vuelve sobre lo mismo, elimina la sobreabundancia cultural, literaria y artística. Como esos mosaicos que, hechos de miles de pequeñas piezas, nos ofrecen un único, solo dibujo, una sola escena que logra conmovernos.

La poesía de Margarit nunca deja indiferente y presenta a la vez una dureza y ternura con un estilo austero. El desencanto dulce de sus poemas nos envuelve como si fuese el relato de muchos episodios de nuestras propias vidas. Para este poeta, sus poemas son “una herramienta para vivir”.

Desde su infancia en la postguerra sórdida, gris, represora, de la derrota, el inacabable, perdurable dolor por la pérdida de Joana, Margarit nos ha ido abriendo su alma, sus sentimientos.

Y como acontece con la buena poesía, nos identificamos con ella. Nos nutrimos de palabras: y, algunas veces, habitamos en ellas.

Perquè la poesía, que a vegades comença
sent un paisatge on arribem de nit,
acaba sent sempre un mirall
on un està llegint els propis llavis.

En todas sus colecciones aparecen determinados hitos, la música, Bach, el jazz de Chet Baker, o Charlie Parker, Coltrane, Grecia, Italia, los árboles, la luz y la oscuridad (fosc, adjetivo que vuelve tantas veces), las calles y carreteras, todo le sirve al poeta para evocar el constante sentir de su vida, su íntima autenticidad. Ha convivido con la muerte, la ha rozado y quizás, como se deduce de algún poema, le ha tentado. Pero al final, su poesía es protectora, como un remedio –aunque insuficiente- contra el dolor.

és ella qui em salva d’aquest monstre
que és a l’aguait en algun lloc dins meu

Lejos de ensuciar el mundo con un mal poema, la poética de Margarit va claramente encaminada en dirección contraria: embellecer el mundo. Como a todo buen cuadro, o buena música, se puede volver a ella, porque siempre encontraremos algo diferente, incluso nuestro oscilante estado de ánimo.

La llibertat és fer l’amor als parcs.

La llibertat és quan comença l’alba
en un dia de vaga general.

(…)

La llibertat és una llibreria.

Anar indocumentat.

Les cançons prohibides.

Una forma d’amor, la llibertat.

Joan Margarit acaba de conseguir el Premio Cervantes, aunque muy probablemente ya no lo necesite. Es el poeta más popular hoy de las letras en catalán. Y uno de los más leídos poetas en español. Esa bifrontalidad ha sido siempre el camino de ida y vuelta de su escritura. Pero esto nos recuerda que en estos tiempos de ciertas desavenencias obtusas, leer a Margarit, así como a Josep Pla, a Carner, Màrius Torres, a Espriu, a Martí i Pol, a tantos escritores catalanes en ambas lenguas, debería ser una necesidad cívica en todas partes. Quizás abriríamos más puertas, en lugar de cerrarlas.

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