Mariano Rajoy ha sido el gran facilitador de la deriva independentista catalana. Cuando llegó a la presidencia, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) era el único partido que defendía abiertamente la independencia y contaba con 21 escaños. Siete años más tarde, los diputados indepes son 70. Seria excesivo pretender que todo lo ocurrido le incumbe a él. Pujol, Mas y Puigdemont, tienen su cuota de gloria en que hoy estemos empantanados, por decirlo con el título del próximo libro de Joan Coscubiela.

Pero Rajoy tiene una morrocotuda responsabilidad en que la Generalitat y el gobierno del Estado estén metidos en un barrizal donde se zurran a diario, dando un espectáculo goyesco que provoca la perplejidad de medio mundo. Con un candidato exiliado que pretende ser investido en plan misión imposible, y un ministro del Interior que manda revisar las alcantarillas del Parlament, por si acaso.

Volvamos a Rajoy. Si no estoy equivocado, lleva más de 2.228 días cómo presidente y muchos más en el gobierno. Son muchos, aunque puede que esto sea lo de menos. Angela Merkel lleva muchos más y acaba de dar otra muestra de inteligencia política. El problema es el balance. Mejor dicho, la percepción de este balance que es lo que cuenta en política. Esta percepción empieza a ser crítica. Inmisericorde. Entre mucha gente. En Catalunya hace tiempo que se le considera un obstáculo para salir del enroque. No sólo entre los independentistas. Bien lo saben los partidarios de la tercera vía a los que nunca echó un cable. Lo nuevo es que esta percepción se extiende como la pólvora por el resto de España.

Él exhibe lo bien que se comporta la prima de riesgo, para denunciar cuan injusto es éste juicio. Pero habría que decirle aquello de ‘es la política estúpido’. La política. La corrupción. El escándalo de Valencia. El olor a naftalina. El auge de Ciudadanos. La pérdida de peso en el mundo. El PNV que se lo piensa. La prensa cainita de Madrid que empieza a machacarle. Lo tiene mal pese a sus conocidas facultades coriáceas. Me recuerda al González de finales del 1995 que arreglaba el mundo mientras España se le iba de las manos.

A Rajoy le ocurre algo parecido con la economía. Esta va mejor, sin duda, pero el país se le escurre entre los dedos. Como sucedió con González, se le percibe cada vez más como el tapón que impide regenerar la política y salvar su propio partido. En Catalunya, nadie cree que se pueda salir del pantano mientras él esté donde está.

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