Un fantasma recorre el mundo independentista: el de la capitulación. Algunos catalanes ven las cosas como si estuviéramos a principios de septiembre de 1714, cuando las brechas abiertas en la muralla de Barcelona invitaban a la rendición y sólo Rafael Casanovas intentó resistir, congregando lo que quedaba de la Coronela en la plaza de Junqueras (Vía Laietana / Comtal). Piensan que si Carles Puigdemont no aguanta el tipo, volverán a bombardear la Ciutadella. No están seguros que si resiste las cosas salgan bien (en 1714 salieron más bien mal), pero creen que habrán salvado el bien más preciado del Procés, la dignidad.
No lo digo con retintín. Resistencia ante la humillación y dignidad, han sido ‘drivers’ de la formidable movilización social que Catalunya ha conocido en los últimos siete años. Son los valores que llevaron a cientos de miles de ciudadanos a votar por Puigdemont el pasado 21-D. Para que plante cara a otro Borbón. Si no es posible desde la plaza de Junqueras, porque ya no existe, que sea desde la Grand Place de Bruselas. Tal y como han ido las cosas, muchos le ven cómo el último baluarte. Lo que ocurre es que a todas las gestas les llega su fin.
Jaleado por sus seguidores, Puigdemont sigue creyendo que es posible resistir. Con una táctica de guerrillas digitales y jurídicas que desequilibre al adversario. Estuvo a punto de conseguirlo el sábado, cuando el pánico se apoderó de la Moncloa, ante la vacilación del Tribunal Constitucional. Lo intentará de nuevo antes del pleno del martes. La mayoría de sus seguidores sueñan con que aparezca en el último instante, burlando una vez más al adversario. Con esto no conseguiría gobernar, pero habría vuelto a ridiculizar al Estado. Como ocurrió con las urnas.
Sin embargo, algunos, como Joan Tardà, empiezan a sugerir que ha llegado la hora de que él también dé un paso al lado. Qué pasaría? Muchos independentistas piensen que sería el principio del fin y él cultiva la idea según la cual: Aprés moi, le déluge! Pero no estamos en el siglo XVIII. No tendría por qué sucederle un líder inepto, que sólo dé para la cacería y coleccionar relojes, como ocurrió con el nieto de Luís XV. Su renuncia no tendría por qué suponer una capitulación. Podría ser presidente de la Generalitat otro dirigente de JuntsxCat o de ERC. Alguien menos obstinado pero habilitado para el gobierno de las cosas. Dispuesto a hacer política. Con menos épica pero mejor dotado para obligar al Estado a plantearse esto que en Europa llaman ‘La question catalane’.