Como saben mis lectores por alguna crónica, vivo muy cerca del Parlament. O sea que ayer fue otro gran día. Cuando se llena la calle suelo bajar un rato, darme una vuelta, a veces hablo con algunos de los manifestantes que acuden de otros barrios y de las comarcas lejanas que constituyen viveros de la Catalunya independentista. Los observo con distancia, pero con respeto. Y nunca he perdido del todo la curiosidad que se le supone a un periodista. Política, cultural, casi antropológica.
La impresión que tuve ayer es que para muchos fue un día triste, muy triste, y me cabreé. Eran menos que otras veces, pero eran muchos, la mayoría jubilados, disciplinados, atraídos por el llamamiento de la ANC. Habían acudido para ver investido a Puigdemont. Para ver como su último sueño se hacía realidad. Iba a ser un gran día. Le iban a dar un bofetón histórico a Rajoy. ¿Que el gustazo sólo iba a durar unas horas? Qué más da.
Tenemos 68 votos, pues adelante. La mayoría eran conscientes de que el Constitucional iba a actuar. Algunos incluso aceptaban que pretender gobernar desde Bruselas es una temeridad, pero lo importante era la dignidad. Otra vez la dignidad. Sin embargo, ayer las cosas se torcieron. Y no fue por Rajoy, sino por Torrent. No había policía nacional y sí muchos Mossos. Cuando la ANC mandó desalojar, volvieron a coger el coche del vecino, el autobús o el tren y para casa otra vez. Había sido un día triste. Entonces pensé en la responsabilidad inmensa de los jaleadores. En quienes les han vendido humo durante años, aprovechando la cerrazón del Partido Popular. En quienes les prometieron que el voto del 27-S iba a ser el voto de su vida. En los responsables de que este sueño acabe en pesadilla, haciendo creer que esto de la independencia iba a ser pan comido. Que Rajoy se iba a achantar, y que Europa iba a celebrar el nacimiento de una nueva República en la orilla del Mediterráneo en cuanto el Estado se pasara un pelín.
Si tuviera que anotar los nombres de quienes han alentado esta mentira colectiva desde tribunas mediáticas o políticas, no cabrían en esta crónica. Sí, ayer, viendo como toda esta gente descubría los límites de la política y de la geopolítica, me cabreé. Y pensé que no habíamos sido capaces de advertirles que caminaban hacia ningún sitio.