Independientemente de que los mensajes captados por una cámara en el móvil de Toni Comín mandados por Carles Puigdemont sean una estrategia más (recordemos la de veces que ha jugado al despiste en los últimos meses vía Twitter o Instagram) o sea parte de una conversación real, lo sucedido durante el no-intento de investidura de Puigdemont muestra y tensa las costuras del procesismo independentista. Han pasado ya seis años desde que la política catalana desapareció en aras de la persecución del sueño independentista. El sueño se está convirtiendo en pesadilla para algunos, pero la independencia se niega a desaparecer en gran parte del imaginario colectivo. La diferencia es que si ese sueño se planteaba discursivamente como separación fraternal entre pueblos amigos, ahora ha adquirido un matiz de fuga por opresión.

La situación es extremadamente compleja. Bajo el yugo del 155, los partidos independentistas (antes de las elecciones), se conjuraron, en un ejercicio de realpolitik, en ir pasito a pasito: lo primero, recuperar las instituciones. ERC debía de ganar y proponer un candidato de consenso. Con la recuperación de las instituciones, el marco discursivo sería el de conseguir la vuelta de los injustamente aprisionados Junqueres, Forn, Sànchez y Cuixart, así como el retorno de los Consellers en Bruselas. Pero la victoria de Puigdemont alteró la hoja de ruta. La corta comparecencia de Roger Torrent, anulando el Pleno del Parlament del pasado Martes 30 de Enero, desenterraba el hacha de guerra. Ojo, el hacha es la política. La política es, en su esencia, una lucha por el poder. Una lucha que en el escenario procesista ha sido subterránea en muchos momentos, pero lucha al fin y al cabo. Es decir: en esta partida hay, grosso modo, cinco actores principales. Estado (A), Gobierno (B) partidos independentistas (C) , ANC y Òmnium (D), la calle (E). La gran virtud del proceso independentista ha sido conseguir una cierta armonía entre C-D-E. Una alianza estratégica, digamos. Pero ayer se produjo una fisura dentro de (C) y entre (D) y (E).

Junts per Catalunya – PdCAT – Convergencia Democratica tiene un plan. Conscientes que será imposible investir a Puigdemont, la jugada pasa por forzar un escenario de bloqueo institucional en el que la única salida sea la repetición de elecciones. Todo ello, alimentando la figura del President al exili, imagen simbólica tan sensible para la historia de de Cataluña. Con ello Junts per Cat, digo, PdCAT, digo, Convergència Democràctica, acapara el deseo de la independencia postulándose como el que más la desea. Y bocado al electorado de ERC, relegados a la subalternidad de la que nunca debieron salir. Luego, a fuego lento, se prepara a la sucesora que aglutine la estructura de Convergencia, la nueva imagen del PDCAT y el liderazgo simbólico del president al exilio. Se llame Pujol, Turull, o Artadi.

Pero claro, en Esquerra tampoco se chupan el dedo. Ellos mismo hicieron algo similar durante aquel fatídico 26 de Octubre al ejercer toda la presión y más hacia Puigdemont cuando éste iba a convocar elecciones. Que si era un traidor, que si el pueblo no se lo merece, etcétera. Las razones, de fondo, eran las mismas que empujan ahora a ERC hacia el independentismo light. Políticas. Veremos cómo avanza la pugna por la hegemonía dentro de (C) .

El otro conflicto que se vivió ayer fue entre ANC (Òmnium, más aliado de ERC, descansó) y la calle, entendida como la gente movilizada. ANC y Òmnium han canalizado, organizado, distribuido y encorsetado la multitud. Como agentes proto-institucionales, ambas organizaciones han mantenido con cierto recelo una distancia respecto a (E); pueblo en tanto cantaba a su son, radicales si se desviaban del plan. Pero como a la multitud no se la convoca, sino que se invoca solita, unos cuantos decidieron desobedecer el mandato “pacífico” de la ANC y saltar las vallas del Parlament. Enfrente, como en los viejos tiempos, los Mossos de Esquadra. La gente se está cansando del procés, o al menos de su dirección.

¿Quién acabará ganando?

Pues el Gobierno juega claramente con ventaja. La connivencia del aparato del Estado y de los principales medios de comunicación, la dócil obediencia (Podemos aparte) de una oposición que asume “la unidad de España” como mantra, sea sacando pecho o bajando la cabeza; el apoyo de las principales potencias mundiales, y el respaldo de las instituciones europeas. Y, como no, las bochornosas querellas por malversación, sedición, y rebelión. La Justicia, lenta y pesada, seguirá actuando contra todo quisqui que huela a disidencia. De fondo, la cultura de un Estado que nunca ha llegado a aprender lo del palo y la zanahoria. Con el palo le basta. El Partido Popular, cómo no, se siente cómodo en esta posición, y la maneja con cierta holgura. Nada como la necesidad de vencer a un enemigo interno para desviar el foco de su propia podredumbre. Ahora bien, eso de puertas para dentro. Hace escasos días Le Monde se hacía eco de que el Índice de Democracia que elabora The Economist bajaba la calificación de España, dejándola al límite de convertirse técnicamente en “democracia imperfecta”. Las razones ya os la podéis imaginar.

¿Y la CUP? La CUP parece haber forcluido de su subconsciente cualquier contradicción interna. Si en las elecciones del 2015 eran el partido independentista que ponía “seny” al condicionar su estrategia a conseguir un 50% de los votos, hoy solo hablan de materializar la República bailando al son de Puigdemont y la estructura política más corrupta de la historia. Qué cosas.

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Llicenciat en Ciències Polítiques (UPF), MSc en European Politics and Policies a la University of London, Birkbeck College i Doctor en Filosofia amb menció Cum Laude (UAB). Co-autor del llibre "Cartha on Making Heimat" (Ed. Park Books). Director del mitjà Catalunya Plural.

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