Ana tiene dos hijas. Pero sólo se quedó embarazada de la primera. Su mujer, que también se llama Ana, dio a luz a la más pequeña. Aunque está claro que Ana tiene dos hijas, a veces se pone en entredicho que las pequeñas tengan dos madres. “Borraron a mi mujer”: Ana recuerda que cuando su hija mayor cambió de etapa en la escuela, en el papeleo del centro sólo figuraba su nombre, como madre biológica. En el formulario que les pusieron delante estaba la casilla de padre y la de madre, pero ninguna donde encajara la mujer que, a pesar de que no le dio a luz, también es madre de la criatura.

Ana Martínez, psicoanalista de profesión, explica que cuando se quejaron a la dirección de la escuela de la discriminación que suponía este formulario, la respuesta del centro fue “darnos el correo correspondiente del departamento de Ensenyament para que reclamáramos. En ningún momento se plantearon que aquello pudiera ser un tema que afectara a la escuela”. Considera que son detalles, pero que discriminan y muestran que el colegio es “un reflejo perfecto del resto de la sociedad, donde todavía cuesta mucho superar el binarismo y la heteronormatividad”.

Y es que según el último informe sobre el estado de la LGTBIfòbia en Cataluña, publicado por el Observatorio contra la Homofobia el marzo pasado, una de las realidades más “preocupantes” tenía lugar en las escuelas. Los casos de agresión y bullying escolar debidos a discriminaciones relacionadas con la orientación sexual y la identidad de género pasaron de suponer el 4.4% del total de las agresiones en 2015 a ser el 13.1%. Esto se traduce en un total de 11 casos detectados por la entidad que convierten a la escuela en la segunda categoría que más incidencias recoge.

Pero estas cifras dejan fuera las discriminaciones que sufren las familias LGTBI que, de rebote, afectan también a las criaturas. “Antes de inscribir a nuestra hija en la escuela pasamos dos años informándonos de cómo trabajaban el tema LGTBI”, recuerda Ana. Pero a pesar de este trabajo de investigación, afirma que se equivocaron: “todas te dan un mensaje de diversidad e integración pero después te das cuenta de que la realidad es otra y no se contempla la diversidad familiar”, denuncia.

“La escuela no es una burbuja. No tiene que ser la bandera del cambio -a pesar de que muchas veces lo es- pero en este caso tiene la responsabilidad ineludible de hacer que los diferentes tipos de familias se sientan acogidos y respetados y de que se sientan así también sus criaturas”, reflexiona Francina Martí, presidenta de la asociación de profesores Rosa Sensat. Asegura que en el aula están los actores que tienen que echar por tierra los prejuicios, a pesar de que “es una lucha difícil porque educamos en la paz, pero la sociedad es violencia”, lamenta.

Precisamente en la línea de eliminar los prejuicios, Rosa Sensat ha dedicado su último monográfico a las familias LGTBI y en el espacio por la diversidad afectiva y de género en las aulas, con un trabajo titulado Escoles sense armaris. El objetivo de la Asociación es visibilitzar y normalizar la diversidad en el mundo escolar. Y no es la primera vez que lo hacen: en 1976 también dedicaron un monográfico al mundo LGTBI. “A pesar de que entonces sólo hablábamos de Gays y Lesbianas. Todas las siglas que hemos ido sumando, la T de transexualidad; la B de bisexualidad o la I de intersexualidad eran inimaginables. Y todavía más las referentes a los colectivos Queer o Asexuales”, reconoce.

Aquel primer monográfico en lo referente a la diversidad afectiva “fue muy valiente”, afirma Martí. Entonces no había legislación en materias de matrimonio homosexual ni leyes de igualdad y los maestros que abordaban este tema eran “minoría, la vanguardia social que promovió el cambio”. Pero, a pesar de que este cambio ya se está dando, “vemos que la necesidad de hablar de la diversidad afectiva en el aula que nos movilizó en 1976 todavía sigue ahí, a pesar de haber ganado en perspectiva”, considera Martí.

Portada del monogràfic de Rosa Sensat sobre les famílies LGTBI a l’aula

“Digamos las cosas por su nombre”: normalizar el lenguaje

Hay muchos elementos, muchos “detalles” que discriminan a las familias LGTBI en contextos escolares. Ya sean los formularios donde sólo hay espacio para el padre o la madre, dejando fuera “muchísimas tipologías de familia, o la manera como denominamos a ciertas estructuras que ya están normalizadas”. Ana se refiere, por ejemplo, a las AMPAs -Asociaciones de Madres y Padres. “Y los abuelos, las abuelas o quién sea que se haga cargo de la crianza y cuidados de la criatura ¿donde están?”, se pregunta.

Ana explica que intentaron cambiar este nombre en su escuela, pero la propuesta no tuvo éxito: “volvíamos a ser las pelmazas de turno que se preocupaban por cosas sin importancia, pero todo aquello referente al lenguaje es importante: las palabras visibilizan estructuras sociales y del sistema y discriminan tanto como las acciones”, reflexiona. Así, sólo hay que echar un vistazo a los calificativos referentes a los colectivos LGTBI: maricón o bollera son términos que “se usan también como insultos. Y no tenemos ningún equivalente para una persona heterosexual”, explica Martín.

“Tenemos que empezar a decir las cosas por su nombre para normalizar el lenguaje y desestigmatizarlo”, considera Martín, quien cree que si a veces dudamos al definir una pareja de mujeres como lesbianas o no sabemos el término correcto para una persona en tránsito de género es por “un exceso de corrección política que nos viene dado porque todavía hay cosas de las que no se habla”.

El aula debería ser uno de estos espacios en los que se hable con libertad de todo tipo de diversidad, sobre todo teniendo en cuenta que “los niños tienden a positivar si tienen referentes cercanos con los que se puedan educar de muy pequeños para evitar que se conviertan en adolescentes discriminadores”, argumenta Martín. Pero este es el problema precisamente: faltan referentes LGTBI culturales, adultos, cercanos y positivos en las aulas.

“Sin ir más lejos: los libros de texto atentan contra la ley”, esgrime Kika Fumero, profesora especializada en coeducación y diversidad afectiva. La legislación cuenta con un artículo que pone la coeducación como marco en el que se tiene que incluir la diversidad sexual, familiar y de género que tiene que constar en los libros de texto. “Lo tenemos que poner todo boca abajo hasta que se respete la ley”, afirma.

Esta “vulneración”, con la que también coincide Katy Pallàs, presidenta de la Asociación de Familias Gays y Lesbianas, lleva a que las criaturas no tengan referentes positivos de su tipo de familia si esta se sale de lo que se considera normativo. El reto, pues, está en deconstruir la normativitat: “pero no es un objetivo prioritario para la escuela” consideran desde Rosa Sensat. Para lograrlo se necesita más información y formación de los profesores que les permita “tratar el respecto a la diversidad afectiva, sexual y de género de manera transversal, no sólo en una tutoría aislada”.

Virginia Woolf, una escriptora i referent cultural obertament lesbiana | Wikimedia

La falta de información y el silencio cómplice como base de la discriminación

Ana recuerda que cuando una de sus hijas empezó en la guardería les preguntaron cómo podían tratar la diversidad familiar en classe. “La intención era la mejor del mundo, pero fruto de una desinformación brutal. Las escuelas no están preparadas”, asegura. Fumero coincide, y es que ella da formaciones a profesorado para tratar la diversidad LGTBI en las aulas y resalta “que más allá de las orientaciones homosexuales no se sabe nada. Si los y las maestras no saben definir la intersexualidad, confunden transexualidad con transvestismo o les cuesta entender la asexualidad, ¿cómo podrían orientar a una criatura?”, se pregunta.

Si la base de la discriminación es el desconocimiento, los silencios tácitos del profesorado debidos a la ignorancia son “un gran enemigo, porque legitiman el estigma de la homosexualidad”, explica Fumero. Además, denuncia que son muchos los docentes que no afrontan el respecto a la diversidad “por miedo al contagio de este estigma. Tienes que estar preparado porque cuando hables de homosexualidad en clase alguien te llamará gay o lesbiana. Y es aquí donde es muy importante reaccionar bien: porque que ser homosexual no es ningún insulto”, advierte.

Y, por otro lado, resalta que muchos docentes y muchos adultos homosexuales no muestran sus orientaciones afectivas porque “consideran que es algo que forma parte de su vida privada. Y tienen razón, pero en un contexto en que el heterosexualitat se da por supuesta, normalizar que has ido de vacaciones con tu mujer puede ayudar a muchas niñas”, opina.

Faltan referentes cercanos y por eso Fumero se muestra sin problemas como profesora y como lesbiana. “Sé por experiencia que visibilizarte como homosexual te convierte en el centro de los cotilleos”, pero considera que es importante ser un referente visible. “Una vez, una alumna me apartó del resto y me dijo: ‘profe, yo soy como tú’, esta confesión muestra que todavía hay mucho trabajo por hacer”.

La escuela continúa transmitiendo unos valores tradicionales en la mayoría de los casos: “se explican cuentos machistas y heteronormativos, a pesar de que hay material de sobra. Tampoco hay referentes culturales LGTBI”, denuncia Fumero. Leonardo da Vinci o Virgina Woolf eran homosexuales, pero la orientación sexual de los personajes históricos “sólo se resalta en el supuesto de que fuera muy determinante en su trayectoria vital, como en el caso de Federico Lorca”, reflexiona. La opción afectiva de estos personajes es una tema personal “que no se toca cuando se habla de su aportación histórica. Pero, en cambio, en el caso de las personalidades heterosexuales, la familia acostumbra a formar parte de la historia que nos explican”, considera.

La cultura no refleja la diversidad del cotidiano y faltan referentes para las familias LGTBI, motivo por el cual Fumero considera que “tienen que demostrar mucho más que una familia normativa”. Por eso, luchas que pueden parecer pequeñas como la que reclama que los formularios en las escuelas sean inclusivos “son imprescindibles”, según Ana, que reivindica el activismo del día a día. “Hay quién piensa que habiendo logrado el matrimonio homosexual ya está todo hecho, pero no es así y, aunque parezca insignificante, tenemos que denunciar siempre porque, en algunos casos, puede ser peor callar ante las pequeñas discriminaciones que hacerlas”.

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