Citando Nietzsche, dentro de su propuesta posmoderna, “no existen los hechos, sólo interpretaciones”. Pero quien se apropia del relato puede ser portador de la verdad. En los años setenta, en las facultades de periodismo, se decía que “los hechos son sagrados y las opiniones son libres”, y en cambio hoy en día “las opiniones son sagradas y los hechos son opinables”. Los canales de comunicación han cambiado y quien filtraba el relato de la verdad y las opiniones con el gran público ahora ha perdido este monopolio.
La interpretación y comprensión de los hechos objetivos quedan subordinadas a la manipulación y el moldeo de las emociones y creencias personales de las personas encargadas de orientar y formar opiniones. ¿Signo de los tiempos, o moda? ¿Una nueva cara de la propaganda política o un fenómeno que sólo se entiende en el nuevo entorno comunicativo? ¿Una aberración que se depurará pronto, o el principio del fin de la democracia? Instrumento de los populismos, o consecuencia del fracaso de las castas mediáticas y políticas?
El libro coordinado por Jordi Ibáñez Fanés, En la era de la posverdad (Calambur) convoca 14 ensayistas (el mismo Ibáñez, Manuel Arias Maldonado, Victoria Camps, Nora Catelli, Joaquín Estefanía, Jordi Gracia, Andreu Jaume, Valentí Puig, César Rendueles, Domingo Ródenas de Moya, Marta Sanz, Justo Serna, Joan Subirats y Remedios Zafra) para responder a estas preguntas en 14 ensayos.
El diccionario Oxford designó el término post-truth -posverdad- como la palabra del año 2016. ¿Nos puede definir posverdad?
La definición que da el mismo diccionario se refiere a un tipo de afirmación que prescinde de los hechos para interpelar directamente a las emociones y creencias del destinatario del mensaje. Pero los mismos responsables del diccionario ya advierten que la palabra no es un neologismo reciente, y remontan su uso en un artículo de Steve Tesich en The Nation, en 1992. Es evidente, sin embargo, que la campaña del Brexit y de Donald Trump en las presidenciales estadounidenses dispararon el uso de la palabra hasta cuotas suficientes para convertirla en la palabra del año. Todo el episodio del proceso lanzado por el independentismo catalán ha alimentado este mismo fenómeno en España.
¿La coherencia en la selección de los ensayistas que participan en el libro radica en su libertad profesional o en su diversidad ideológica?
Obviamente los dos criterios han prevalecido y se han combinado. No queríamos (y uso el plural, porque realmente el libro surge de un proyecto compartido con Jordi Gracia y Domingo Ródenas) que el libro surge de una única posición política. El problema de la posverdad no podía abordarse como si se tratara de una toma de partido, sino como una cuestión de cultura política mucho más abierta.
¿Puede darnos un ejemplo claro de posverdad?
Los famosos “hechos alternativos” invocados por la consejera de Trump, Kellyanne Conway, para justificar las falsedades del portavoz de la Casa Blanca Sean Spicer sobre el número de asistentes a la toma de posesión de Trump, es posiblemente el ejemplo más escandaloso. Pero muchas afirmaciones simplistas, situadas en el territorio de la interpelación emocional y prescindiendo de toda consistencia en términos fácticos, jurídicos o económicos, pueden considerar el ambiente propicio para lograr este punto aberrante de los hechos alternativos, o de afirmaciones que vuelven irrelevante la veracidad y la simulación en el espacio público.
La mentira siempre ha existido. ¿Qué la diferencia de la posverdad?
Es habitual mostrarse displicente con la posverdad y asimilarla sin más a la vieja mentira de siempre. Pero si no distinguimos no seremos capaces de comprender la toxicidad potencial del fenómeno. La propaganda puede consistir en un engaño creído, tolerado o soportado. No creerte algunos disparates, en según qué régimen, y manifestar en voz alta esta incredulidad, puede llevarte a la cárcel. Aunque es verdad que creer en lo increíble, como la Alemania nazi llegó a creer en Hitler, forma parte de un disfrute de la creencia y de la identificación con el líder y con el poder que no debe menospreciarse . Quiero decir que ante el que miente siempre hay quien desea ser engañado y quien soporta el engaño por pura supervivencia. En las democracias también hay engaño, y también hay propaganda. Pero al mentiroso se le hace pagar su engaño.
Y claro, una cosa es mentir para protegerse y otra cosa es mentir para engañar y conseguir de una manera falsa, por ejemplo, una victoria electoral. Y es en este punto donde la posverdad hace su aparición. Ya no es un simple engaño para incrédulos. Es un engaño clamoroso, basto y obsceno por consumo de seguidores a los que, aun sabiendo que pueden estar engañándolos, no les importa que el que sus los dicen sea verdad o mentira. A este nuevo público que sólo escucha lo que le gusta y sólo cree lo que le gusta y conviene creer, porque lo dicen “sus”, podríamos calificarlo de “crédulo cínico”. Creen sabiendo que lo que creen puede ser totalmente falso.
¿Existe la posverdad inconsciente?
No existe el engaño inconsciente, lo llamamos error. Y creer inconscientemente un engaño es ser sencillamente engañado. En la posverdad no hay engaño. El juego es mucho más perverso. Por eso hablo de credulidad cínica.
¿Podríamos hablar de una posverdad positiva y en este caso sería justificable?
Hay engaños, las llamadas mentiras piadosas, o incluso los secretos de Estado, o las mentiras del poder para protegerse, que pueden llegar a tener una justificación, no diré positiva, pero se puede comprender que alguien o algo desee protegerse, ocultarse, o desviar la atención mediante el engaño y la fabulación. La posverdad es demasiado obscena en su planteamiento y demasiado estúpidamente tóxica para la comunidad como para llegar a imaginar nunca ni siquiera una remota explicación, salvo la gran degradación de la comunidad donde se abre paso. Perjudica la calidad del espacio público y perjudica la democracia.
El ciudadano tiene la percepción de que la mentira, hoy, goza de cierta impunidad. ¿Tiene fundamentos esta percepción?
Sí, si pensamos en la posverdad en un sentido estricto. Otra cosa es que en el régimen de la posverdad ya nada importe y el engaño sea tolerado, sencillamente porque en el juego político ya no importa ni dónde está la verdad ni quién miente, sino como te mueves en las sombras que rodean tus propios intereses de ciudadano privado.
¿Podríamos considerar las redes sociales como un “antídoto” contra la posverdad?
Al revés. Yo creo que en ellas ha proliferado la posverdad y han sido un campo abonado para su exitosa expansión. En las redes reina el emocional, el primario, y el criterio rector es el disfrute del acuerdo y del conflicto, nada que tenga que ver con criterios de verdad o facticidad. Prueba de ello es el nivel de intoxicación que triunfa en ellas.
¿El uso de la posverdad es eficaz más allá de la política y en cualquier colectivo?
Creo que es eminentemente una cuestión política. No creo que en una pareja sea indiferente que sea verdad o mentira lo que se sepa sobre, por ejemplo, una infidelidad, y no creo que en el mundo de las relaciones sentimentales, incluida la amistad, el juego de la creencia cínica tenga cabida . Por supuesto, la posverdad no tiene ni sentido ni cabida en el mundo de los saberes. Allí, si hay mentira, hay engaño o desenmascaramiento.
Parece que la posverdad ha venido para quedarse. ¿Qué mecanismos podemos utilizar para evitar su influencia?
Una educación exigente, una política exigente, un espacio público exigente. Denunciar, desenmascarar. Es difícil y peligroso querer ir más lejos. Incluso cuando la política se ha convertido en esta fe cínica, en el que todo es aceptable para que ganen tus, hay que denunciar, hay que desenmascarar, y de la desvergüenza de la posverdad hay que saber encontrar el lúcido descaro de la verdad.


Catalunya Plural, 2024 