En el camino existen otras Ciutadellas. El foco mediático se centra en uno de sus edificios y oculta la maleza del resto, como si más allá del Parlament existiera la nada vital y política.
Sabemos que no es así, pero lo cierto es que apenas se habla de la gestión del Ayuntamiento de Barcelona, precaria hasta cierto punto tras la ruptura del pacto con el PSC y la negativa del resto de grupos a la aprobación de los nuevos presupuestos, que tirarán hacia adelante por la desunión de los opositores de Barcelona en Comú, que a diferencia de los mismos sí tiene un proyecto para la ciudad pese a ciertos claroscuros, luces y sombras que pasan desapercibidas ante el monotema.
Esta mañana, da igual cuando leas este artículo, paseaba por la plaça del Sol y he detectado un pequeño cambio en su mobiliario urbano. En las escaleras de su lado sur han colocado unas más que modernas jardineras -mucho más dignas que los bolardos de la Sagrada Familia, ideales para los selfies turísticos en su lucha contra el terror- para evitar que la personas se sienten en los escalones y así contentar a los vecinos de la zona, hartos del ruido nocturno. Con ello se completa poco a poco la reforma de una zona polémica que siempre ha sufrido cambios quirúrgicos más que discutibles.
Empezaron en la época Jordi Hereu, cuando quitaron bancos para evitar que los camellos tuvieran un punto fijo de distribución, algo absurdo dadas las nuevas tecnologías y las dinámicas del negocio. Lo más preocupante llegó cuando Xavier Trías puso un letrero con la palabra Sol y aspiró a colocar un kindergarten en medio de la plaza. Quizá el actual consistorio recupere para volver aún más mortecino el ambiente de la Vila y crear una nocturnidad más que paupérrima. Las plazas siempre han sido lugares de comunicación, volverlas asépticas es un fracaso de la izquierda.
No deja de sorprender que se intervenga en este sentido mientras en la Rambla del Poblenou las terrazas, ya se sabe del poder de los comerciantes, hacen que resulte casi imposible caminar. Un poco más abajo llega la playa y la Villa Olímpica. En este caso cabe aplaudir el cierre de un sector festivo harto problemático y destinarlo a negocios relacionados con la pesca y la náutica, además de un nuevo centro de divulgación del mar, apuesta interesante que sólo tiene un pero: la ausencia de diálogo que han manifestado los afectados por la decisión municipal.
La transformación entronca en cierto sentido con una especie de maleficio de las discotecas y bares del litoral, maldición que empezó con el Maremágnum y concluye ahora con esta medida, que a buen seguro levantará menos ruido que el ansiado proyecto del tranvía, que desde mi modesta opinión no debería cubrir sólo la Diagonal, sino ambicionar nuevas posibilidades de transporte público que buscaran despejar la ciudad de vehículos para finiquitar la nefasta herencia de Porcioles. Ello incluiría resucitar el tram por el Paralelo y quitar carriles motorizados a la Vía Laietana, con la que nadie se atreve en exceso más allá de algún que otro regalo simbólico, y de símbolos no se vive, se necesita contundencia para alterar el mapa barcelonés. Contundencia y quizá más apoyo, el que se perdió a lo tonto no hace muchos meses.
Fuentes de TMB comentan que quizá el tranvía no es tan necesario. La tecnología avanza que es una barbaridad y en breve los autobuses eléctricos tendrán más autonomía, a lo que unirán ser más económicos que la tan cacareada opción, tan mencionada que a veces parece ser la única posible.
En caso de ganar las elecciones de mayo de 2019 Colau debería aspirar a equiparse en ecología y sostenibilidad a su homóloga parisiense y lanzar una campaña para eliminar los malos humos y peatonalizar, se ha comentado en más de una ocasión, calles de l’Eixample. En este factor no tengo dudas que pueden conseguirse grandes logros, no así, los hechos lo demuestran, en lo patrimonial, donde a veces da la sensación que Gerardo Pisarello no se entere de la película, y puede que sea por un motivo traidor de las aspiraciones de la nueva política: en vez de dar de seleccionar a los mejores el repartimiento de la gestión está muy concentrado en pocos nombres.
Pisarello debería prestar atención, entre otros lugares, al patrimonio que puede perderse con el adiós de gran parte del carrer Bolívar de Vallcarca, con casas de 1790 y otra, una de mis obsesiones de paseante, preciosa con perros en la fachada que está a la espera de derrumbe tal como me confesó uno de sus inquilinos. Al preguntar a un alto cargo municipal sobre la cuestión confesó su absoluta ignorancia sobre la misma, y lo mismo debe pasar con el invernadero de la Ciutadella, una perla mantenida desde la Expo de 1888 que ahora amenaza ruina sin que nadie se preocupe por su pésimo estado.
Y es lamentable que así sea. Desde hace años está cerrado y las hojas sobresalen en su agonía. Ese sector del parque es un canto al positivismo de esa Exposición Universal que volvió a situar a Barcelona en el planisferio europeo e inauguró la tendencia local a montar grandes eventos para posibilitar el crecimiento de la capital catalana. Sería muy digno que abandonara el rostro de la muerte y recuperara el lugar que merece junto al umbráculo, la tabla de distancias, la estación meteorológica y otros hitos científicos de por aquel entonces que ahora se pudren en el desdén más absoluta. Una ciudad del siglo XXI no puede ser sólo sonrisas, campañas felices y reivindicaciones pasivas. Merece conocer su pasado para mejorar el presente.


Catalunya Plural, 2024 