La guerra descabezó la infancia de Gaël Faye. Nacido en Burundi en 1982, de madre
ruandesa y padre francés, a los trece años tuvo que emigrar a Francia debido a las
guerras étnicas que asolaron Burundi y Ruanda en la década de los noventa. En
Francia descubrió el rap y se refugió en la escritura de canciones para combatir la
soledad y comprenderse a sí mismo en ese nuevo entorno. La búsqueda del paraíso
perdido de la infancia es uno de los motivos centrales de su primera novela, ​Pequeño
país (Salamandra), donde recrea su infancia en Burundi a través de los ojos de
Gabriel, un niño que tiene una vida sencilla y rutinaria hasta que el conflicto bélico
astilla su pequeño país y le obliga a refugiarse en Francia.

Esta novela, ganadora del Prix Goncourt des Lycéens en 2016 y aclamada por la crítica, es inseparable de las canciones de rap que compone, con la que también ha reflexionado sobre su
identidad mestiza, la experiencia del exilio, la llegada a Francia y la ausencia de su
país natal. Gaël Faye ha visitado Barcelona para presentar su debut literario.

Pequeño país ​es también el título de una de sus canciones. Se refiere a Burundi. ¿Por
qué “pequeño”?

En un primer momento, ​Pequeño país, quería ser una expresión de afecto con
connotaciones infantiles, una historia de niños. El “pequeño” quiere evocar esa mirada
infantil que impregna el libro. Todos llevamos dentro el niño que fuimos.

Gabriel, el protagonista, comparte muchas cosas en común con Gaël Faye: un padre
francés, una madre ruandesa, una infancia en Burundi. ¿Es ésta una novela
autobiográfica?

Con Gabriel sólo compartimos el mismo origen, la misma identidad. Pero más allá de esto,
lo que me interesaba era encontrar los sabores, los colores, la música de la época. Esto es
lo que me hizo crear este personaje. Es por eso que quería hablar desde el “yo”. Fue
realmente encontrar estas sensaciones.

Por tanto, no es su historia.

No, no es mi historia. Hablo sólo de mis orígenes. Gabriel se hace las mismas preguntas
que me hacía yo. Este ejercicio me ha permitido sumergirme de nuevo en el paraíso
perdido, este callejón sin salida, esta pequeña burbuja donde me sentí niño y en la que
cualquier adulto puede recordar su infancia.

La novela es también la historia de África: guerras en Burundi, Ruanda, crímenes
contra la humanidad. ​El dolor deja huellas ineludibles. ¿Para usted la guerra aún no
ha terminado?

No he escrito el libro para hacer ningún tipo de terapia. Si mi novela no ha sido una
terapia, es porque esta función ya la cumplieron mis canciones, que sí eran plenamente
autobiográficas. Me di cuenta que no tenía suficiente escribir temas de tres minutos. No
me permitían entrar en detalles de manera precisa. En Pequeño país quiero poner de
manifiesto un mundo que ha desaparecido, que sólo queda en la memoria de las
personas que vivieron ese momento. A través de la escritura, sentí cosas como en una
sesión de espiritismo. Experimenté viejas sensaciones. No sentía dolor. Con los años el
sufrimiento de la guerra se suaviza, no sólo a través de los ojos de un niño, sino de las
descripciones.

¿La literatura puede describir tanta violencia y horror?

Lo dudo. Como escritor he intentado poner distancia a la violencia para no caer en ellas.

La historia de estos jóvenes adolescentes acaba incorporando la guerra y el
genocidio.

En realidad, en el primer borrador ni siquiera mencionaba la guerra y el genocidio. Cambié
de opinión porque, mientras escribía el libro, tuvo lugar el atentado de Charlie Hebdo. Este
despertar de Gabriel se hace en el contexto más difícil, la región de los Grandes Lagos de la
década de los noventa. Elecciones que despiertan ilusiones, asesinatos de políticos que
acaban con los sueños, tensiones que disparan la crispación social. Las idas y venidas de
los chicos dibujan el Burundi de las primeras elecciones democráticas de 1993 y el complejo
contexto de la época, la sombra de la tensión en Ruanda o en Zaire. Y, sin embargo, la vida
pasa a otro ritmo para los chicos que no son conscientes del peligro que corren.

¿Es un homenaje a las víctimas?

Sí, en el fondo, Pequeño país aporta un enfoque nuevo, el de las víctimas anónimas que
han hecho frente a toda esta violencia y que la ha vivido de maneras muy diversas. Este es,
sobre todo, un libro sobre las historias humanas, complejas, a menudo contradictorias y,
muchas veces, difíciles de comprender.

¿La pérdida de la inocencia es inevitable en un contexto de guerra?

Sobre todo si la sociedad se vuelve compleja y contradictoria. Tres décadas después de la
independencia, los expatriados mantenían intacto el espíritu colonial. Sin embargo, mientras
en la novela hablo de la sociedad en la que Gabriel y los otros chicos comienzan a
convertirse en hombres, en un segundo plano, esbozo las tensiones que acabaron
desencadenando en el estallido de violencia del genocidio ruandés, de las guerras civiles y
de las matanzas. Poco a poco, la tensión entre las comunidades crece, cada vez más, los
cinco chicos comprueban que también son víctimas vulnerables. Gabriel empieza a
entender la dimensión de lo que está pasando a su alrededor.

Explica que su mestizaje ha sido motivo de desarraigo durante mucho tiempo.

Durante toda mi vida, la gente no ha sabido como interpretarme. No soy blanco, pero
tampoco negro. He vivido en las calles polvorientas de Burundi y en las avenidas
aristócratas de Versalles. Intento que el mestizaje se convierta en una riqueza.

¿Como se explica un éxito tan rotundo de la novela?

La mirada de un niño que crece entre dos mundos, que es africano sin serlo totalmente, ha
permitido que muchos lectores accedan a estos hechos sin recordar exactamente lo que
sucedió. El discurso europeo cree que esta fue una historia de africanos, de pueblos
acostumbrados a matarse unos a otros.

Share.

Castellterçol, 1974. Periodista cultural. Ha treballat a Catalunya Ràdio, COPE Catalunya, COMRàdio i BTV. Actualment, treballa a La Xarxa, escriu a Teatre Barcelona, Efectes Secundaris i Catalunya Plural

Leave A Reply