Un lector cuyos comentarios aprecio ha sugerido que escribo desde la nostalgia de un oasis político que ha quedado arrasado por el cambio climático de la última década y desde el pesimismo que da la experiencia vivida. Puede que tenga razón, pero hoy no tengo a mano otra metáfora que esta blanca e inquietante pared de Arco. Para hablar de lo que ocurre y de lo que no ocurre. En Madrid y en Barcelona. De cuadros descolgados, libros censurados y canciones grotescas que acaban en condenas delirantes. Para hablar de políticos que llevan más de cien días en prisión sin condena, y de otros que juegan con el futuro de Catalunya confundiendo sus sueños con la realidad. De una España que conoce una deriva turbadora y de una Catalunya que sigue presa de sus sueños. Y de cómo ambos escenarios se retroalimentan. Más involución en Madrid, más huida hacia adelante en Bruselas y en Barcelona.
Mientras seguimos empantanados, algunos se las prometen felices porque piensan que los males de España acercaran la independencia de Catalunya. Incluso fantasean con que Europa, ahora sí, echará una mano. Del otro lado de este espejo cóncavo que deforma la realidad, otros creen que el Estado español se ha encontrado por fin a sí mismo. Y que la unidad de España bien vale que descuelguen un cuadro.
La situación sería cómica si no fuera que esto puede acabar mal. Lo cierto es que la imagen que mejor resume estas últimas horas es la de unos policías a punto de detener a un actor cuando imitaba a Puigdemont. El Estado se ha enredado en su propio laberinto. Se ha creído su propio relato. Y en Catalunya mucha gente se ha creído aquél que le prometieron, antes de precisar que era simbólico. En la última crónica insinuaba que la historia se repite. Puede que ni eso.


Catalunya Plural, 2024 