Jassim viene de una ciudad que él recuerda preciosa, un enclave donde “la historia te hablaba”. Él era el director del museo arqueológico de la ciudad, un punto de peregrinación para los amantes de las ruinas que ahora es el origen de muchos éxodos y fugas. Raqqa (Siria), el “paraíso arqueológico”, ahora está reducido a escombros y desde el 2011 las únicas perforaciones que hay en los campos son las de las bombas. “Ya no hay excavaciones, ni investigaciones, ni clases en las universidades. En cualquier momento se puede morir”, lamenta el profesor.
Jassim no llegó a vivir nunca la guerra, porque en 2008 fue contratado como agregado cultural en una capital europea hasta que empezó el conflicto. “Lo que pasa en Siria traspasó fronteras y me afectó en mi trabajo en Europa y tuve que marcharme del país que fue mi casa durante cuatro años”, recuerda. Entonces era 2012 y eligió Suecia como hogar temporal, pero “por más que esperaba, el conflicto no paraba y se volvió inviable volver a Siria”, explica Jassim, que, de hecho, es un nombre ficticio.
Este profesor de arqueología, como otros muchos que en todo el mundo ven amenazada su integridad, se puso en contacto con el programa Schollars At Risk (SAT) para poder ser asilado y acogido por una universidad de un país que pueda garantizar su seguridad. Finalmente consiguió una plaza en la universidad de Göteborg que tenía que ser de dos años, pero que todavía dura.
Los académicos en el exilio: un altavoz contra la represión
SAT, que el pasado jueves celebró un acto conjunto en la Universitat Pompeu Fabra, junto con la Asociación Catalana de Universidades Públicas (ACUP), se fundó en 2000 en Chicago y, casi 20 años después, ya trabaja en 37 países diferentes, con 520 universidades que acogen en sus aulas y equipos de investigación a profesores de todas partes que están amenazados. “Trabajamos con académicos en riesgo o en prisión para reforzar las redes de cooperación en la educación superior. Intentamos poner en contacto a maestros con instituciones críticas con la situación del país”, explica Sinead O’Gorman, directora europea de SAT.
Así, Schollars at Risk pretende convertirse en “un aglutinador y una voz global que vehicule las críticas de la comunidad académica contra estos conflictos que amenazan la seguridad de los profesores”. Pero, como confiesa O’Gorman, “la respuesta todavía no es nada en comparación con el problema”. Así, existen varias maneras para poder acoger un académico en una universidad: la opción más usada es invitarlos a realizar becas de investigación -que también garantiza que puedan continuar trabajando en su campo-; que se matriculen para completar estudios o bien que sean contratados como personal.
Este es el caso de Jassim, que ejerce como profesor en Göteborg de arqueología mediterránea y de Oriente Medio. “Es una iniciativa magnífica que nos da la libertad de investigar, escribir y enseñar sin tener miedo”, confiesa. Y es que el trabajo que realiza Jassim en Suecia es importante para Siria aunque se encuentre lejos: “además de concienciar a mis alumnos sobre un conflicto del cual no tenían referencias cercanas, también aporto mi granito de arena luchando contra el tráfico ilegal de reliquias”, narra.
En Siria no sólo se destruye el patrimonio histórico accidentalmente por las bombas sino que desde la llegada de DAESH se está eliminando todo aquello perteneciente a la historia síria previa al Islam, puesto que se profesaba el politeísmo. Así, el tráfico de objetos históricos de países del Oriente Medio -como Iraq, Siria o Afganistán- es muy cotizado en Europa y los Estados Unidos. “Todavía tengo un papel importante para la arqueología síria. Siento que lo tengo que hacer, como profesor, como ciudadano. Como humano”.

Turquía, el agujero negro de los académicos
A principios de 2016, en plena campaña militar, más de mil académicos turcos firmaron un documento denominado ‘No formaremos parte de este crimen’. 83 de ellos han sido despedidos y a 380 se les ha prohibido acceder a cualquier trabajo público. 146 han sido acusados de difundir propaganda terrorista. Así, el país en el que hay 47.000 personas en prisión es el responsable de que las solicitudes de asilo que recibe SAT se hayan doblado en el último año.
“Las aplicaciones de profesores turcos pueden venir desde el país mismo o desde el exilio. Pero muchas veces nos es muy difícil sacarlos porque hay listas negras de académicos a las fronteras. Así que ahora la prioridad es averiguar cómo apoyar a quienes se tiene que quedar y cómo podemos sacarlos”, afirma O’Gorman.
Una opción, según recuerda la profesora de Derecho Internacional de la UPF, Sílvia Morgades, es pedir el estatus de refugiado político o protección subsidiaria porque se puede demostrar que han sufrido agresiones directas por su trabajo. Pero reconoce que no es una vía muy demandada porque en general “los académicos no tienen la misma necesidad de protección que el resto de refugiados, porque pueden ser más autónomos económicamente. Les es más fácil encontrar un trabajo legal y bien remunerado que les permita subsistir”, puntualiza Morgades.
El papel de Cataluña como acogedora de profesores en riesgo
El objetivo de la jornada organizada conjuntamente por la ACUP y SAT era incentivar las universidades catalanas a formar parte de la red de Schollars At Risk, pero Cataluña se encuentra con el problema de entrada que “no somos capaces de captar a los académicos en origen y facilitarles la venida, porque no tenemos las competencias de emisión de visados humanitarios. No podemos acogerlos como investrigadores ni como estudiantes si antes las embajadas en el exterior no han emitido el visado”, explica Morgades.
Así, la única opción de las universidades catalanas -que ya empiezan a contar con algunos profesores exiliados en las aulas- es acogerlos cuando ya están aquí. “Tenemos que esperar a que hagan un periplo migratorio diverso y estén aquí cerca para identificarlos como personas que no pueden volver a su lugar de origen para que entren en un programa de ayuda, aunque no tengan el estatus de refugiados”, comenta la profesora de derecho.
Pero, ¿cómo y cuándo se debe enfocar el regreso del profesor exiliado? “Vemos que la mayoría de académicos quieren volver para continuar sus tareas en sus países por todas las vías posibles, aunque esto suponga ponerse en riesgo”, afirma Marit Egner, responsable de la sección en Noruega de SAT. Explica que muchos profesores han decidido volver a casa pero después han tenido que recurrir al programa de acogida de nuevo porque en lugares como Irak “es frecuente que se den momentos de paz momentánea”, comenta Egner. Afirma, pues, que enfatizan siempre que, “aunque las opciones que proporcionamos sean de un año, a veces el docente tiene que estarse fuera mucho más tiempo. A veces para siempre”.
Así, el regreso de la persona depende siempre de la situación y la legislación del país de acogida, que es la que marca los tiempos y características del asilo. Pero es cierto que la mayoría de profesores, como Jassim, tienen muy marcada en la mente la idea del regreso. “Volver a Siria es una obligación. Tenemos que reconstruir el país, a pesar de que sé que ahora no es el momento”, afirma. De momento, aprecia el trabajo que está haciendo en Suecia como un tipo de ayuda a quienes continúan viviendo el conflicto: “participamos desde una esfera alta, como es la académica, y hacemos presión para solucionar el conflicto, de manera global”.
“Mis estudiantes empiezan a preocuparse de los conflictos en los que se destruye el patrimonio cultural”. Y no sólo hablamos de Siria, sino que se sensibilizan por zonas que van desde África a Latinoamérica, pasando por Oriente o los Balcanes. “Así, los educamos, no sólo en su disciplina, sino en la necesidad de cooperación por la paz a escala global”, afirma.


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