La política catalana ha entrado en una fase áspera, con más movimientos de peones que de piezas ligeras. Dos escaques hacia adelante, como mucho, a la espera de que el adversario mueva ficha. Sabedor de que esta modorra no le favorece, Puigdemont intenta sacudir el tablero, desde Bruselas, pero sus palabras desabridas suenan extemporáneas, incluso entre parte de su parroquia. Prevalecen los movimientos destinados a resistir. O a gobernar, que es lo única manera de defenderse.

Quienes atribuyen estos tiempos de receso y renuncia al 155 se equivocan. Si aquí nadie mueve una torre, y menos aún, la dama, es por el resultado electoral del 21-D que dividió la sociedad catalana por la mitad. Nasti de plasti. Aunque pocos lo aceptan en público, algunos independentistas han comprendido que con el estómago –por decirlo en palabras de Tardà- no se va a ninguna parte. Como mucho a la cárcel, mientras haya jueces empeñados en la prisión provisional.

Asistiremos pues a jugadas políticas que parecerán el colmo de la traición. Pero sólo la CUP (de obra) y Puigdemont (de palabra) parecen dispuestos a sacar el Sant Cristo Gros. Esto es, la desobediencia. Los demás van avanzando peones para que la legislatura pueda arrancar. Para que Catalunya pueda volver a operar como Comunidad Autónoma. Y como esto es duro de digerir después de prometer una República en 18 meses, no se puede hacer en cuatro días. Hay que aprobar todavía alguna resolución simbólica y hay que presentar candidatos que encarnen el espíritu del Procés. Pero me parece que el ánimo está girando hacia la mesura, tanto en ERC como en el PDeCat.

A mí, esta disposición a proteger las piezas mayores no me parece mal. Puede que salgamos menos en The New York Times, puede que desde el frio y lluvioso invierno de Bruselas sea difícil de encajar, pero es lo que le conviene al país después de tanta épica. ¿Servirá de algo? Depende de cómo se comporte el otro jugador. Sea como sea, una buena defensa lo es casi todo.

Share.

Periodista i escriptor

Leave A Reply