Desde la firma del Tratado de los Pirineos (1659), una parte de Cataluña está incluida dentro de Francia; además, por su proximidad geográfica, por su peso en Europa, donde en los tiempos de Luis XIV y en los de Napoleón fue la potencia hegemónica, y, también, por sus intereses en España, Francia ha tenido a menudo un papel decisivo en los eventos del conjunto de Cataluña; por todo ello, no podemos entender nuestra historia sin tener presente la actuación de un estado que, en el Principado, muchos ven como un poderoso e influyente vecino, mientras que en la Cataluña Norte forma parte de la realidad cotidiana.

El periodista y escritor Xavier Febrés fue durante años corresponsal del histórico diario rosellonés L’Indépendant. Uno de los temas que le interesan es, precisamente, Francia y la relación de los catalanes con nuestro vecino del norte. A Breu història de França explicada als Catalans (arpa) intenta conocer mejor Francia, a la sombra de la “grandeur“, con sus aspectos envidiables, contradictorios y ridículos. Los solapamientos de la historia de Francia con la nuestra dibuja un relato mucho más elocuente que no el vaivén de las modas. Xavier Febrés, viajero incansable, narra esta historia imbricada sin abandonar el estilo que lo distingue, a medio camino entre el periodismo y el ensayo.

¿Cómo es realmente el vecino francés?

Poderoso y por tanto molesto. Dicho esto, también ha sido un vecino políticamente innovador, administrativamente sólido, culturalmente rico.

El nuestro es un afrancesamiento intermitente, se alimenta o se ha desnutrido con las condiciones de cada época. ¿Cuando nos hemos sentido más franceses?

No nos hemos sentido nunca, franceses. Otra cosa es el afrancesamiento ideológico o cultural, sobre todo durante las épocas en que no había color.

En su casa, de pequeño, oía decir a sus padres: “Si el tamborilero del Bruc hubiera tocado otra cosa en vez del tambor, ahora seríamos franceses”. ¿Lo decían en un claro sentido de oportunidad malograda?

La dictadura franquista contrastaba poderosamente con el país de al lado, que nos parecía más avanzado sin discusión. Después las cosas se han reequilibrado un poco, sólo un poco.

El afrancesamiento, a menudo, venía más motivado por una inclinación natural que por una cuestión ideológica. ¿Cómo podíamos poner en el mismo saco la España franquista y la Francia de la cultura y la revolución?

Eran sacos claramente separados. El libro muestra que la democracia republicana francesa no ha sido nunca la panacea, pero era y es una democracia consolidada.

¿Qué ha quedado de aquella Francia que dirigió culturalmente Europa los siglos XVIII y XIX?

El anglocentrismo dominante le ha obligado a bajar los humos de la “grandeur“. Sin embargo queda una solidez de las estructuras políticas, administrativas, educativas, culturales. Siempre ha sido el país más extenso y más poblado de Europa occidental, antes de la reciente unificación alemana.

Con el paso de los años la fascinación por Francia ha ido disminuyendo.

Afortunadamente los contrastes más agudos se han limado por la evolución de las cosas dentro de una estructura europea compartida. Ahora podemos practicar una fascinación más equilibrada.

¿A qué se refiere cuando habla de “la neurona bloqueada del centralismo”?

Francia inventó el jacobinismo, el centralismo a ultranza mantenido hasta hoy. Además lo contagió en España, cuando entronizó desde Versalles el primer rey Borbón español, Felipe V, nieto del Rey Sol.

La Cataluña de principios de siglo se independizó culturalmente de España mirando el norte, sobre todo hacia la capital francesa, donde peregrinaban los artistas modernistas y vanguardistas. ¿Hemos idealizado este mapa íntimo de “la ciudad de la luz”?

La inauguración en 1878 de la línea ferroviaria directa entre Barcelona y París cambió muchas cosas en múltiples terrenos, económicos y culturales. París era entonces la capital del mundo. Sigue siendo, conjuntamente con Londres, la gran metrópolis europea de 12 millones de habitantes. Siempre aprendo algo, generalmente a favor y a veces en contra. No la he idealizada nunca, pero siempre vuelvo a París.

Una parte del territorio catalán se encuentra en Francia desde el Tratado de los Pirineos de 1659. ¿Por qué no ha sido fácil llegar a acuerdos importantes entre ambas regiones?

El aspecto que se ha revelado más determinante de la frontera impuesta en 1659 es el mental, fruto de la diferente evolución política, escolar, cultural, mediática. Por otra parte, las clases políticas locales de los dos lados de la frontera pirenaica catalana no han destacado por su capacidad de iniciativa.

¿Esta relación ha sido tan o más complicada que con el vecino peninsular?

El lazo es completamente diferente. El vecino peninsular es el Estado del que formamos parte, con todos sus mecanismos de decisión sobre nosotros.

El libro termina recordando el intento de Pasqual Maragall de crear una Eurorregión mediterránea con Barcelona como epicentro y de incorporar Cataluña en la francofonía. ¿Ni en Francia ni en España no les ha interesado nunca en serio el corredor mediterráneo? 

La Cataluña autonómica tuvo dos grandes ideas estratégicas: los Juegos Olímpicos de 1992 y la Eurorregión impulsada en 2004 por el presidente Pasqual Maragall dentro de las estructuras de la Unión Europea que lo permitían. Significaba una zona de articulación económica de Toulouse hasta Valencia, en un momento en que las clases políticas regionales se avienen de buen grado. La primera idea salió bien, la segunda se desinfló miserablemente. La ausencia aún hoy de corredor mediterráneo en alta velocidad ferroviaria para pasajeros y mercancías es un escándalo. El gobierno de París participa plenamente: ha aplazado sine die la construcción del tramo de alta velocidad que falta entre Montpellier y Perpiñán.

¿Qué relación mantenemos con la Francia de Macron?

El presidente Macron es pura coyuntura. La relación con Francia se mantiene con los altibajos que me ha divertido -y instruido- seguir a lo largo del libro. Los vecinos no siempre se eligen, casi nunca se eligen. Las relaciones entre vecinos se ven marcadas con frecuencia por el recelo o la displicencia. A veces conllevan intercambios provechosos, junto a los conflictos. Vecino no siempre es sinónimo de enemigo natural.

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Castellterçol, 1974. Periodista cultural. Ha treballat a Catalunya Ràdio, COPE Catalunya, COMRàdio i BTV. Actualment, treballa a La Xarxa, escriu a Teatre Barcelona, Efectes Secundaris i Catalunya Plural

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