‘Si no acatáis la ley, esto será Armagedón (Apocalipsis, Cap. 16, vers. 16)’. Así empecé la primera de estas crónicas, el día 5 de octubre del año pasado, tras el discurso del Rey. Y así ha sido. La ley no se acató, el Estado enfureció y empezó a dar palos de ciego. O palos de juez. Primero fue el 1 de Octubre. Luego la prisión provisional. Y ahora, la decisión de Pablo Llarena de mandar a prisión sin fianza al candidato a presidente de la Generalitat (al día siguiente de que hiciera un discurso tan autonomista que la CUP no le votó), a una presidenta del Parlament y a medio gobierno catalán.

Todo, o al menos la parte más sustantiva, argumentado en una disquisición sobre la violencia que muchos juristas ven forzada y que en Europa no colará por mucho que aborrezcan la huida hacia adelante de Puigdemont. Decidí tirar de la metáfora de Armagedón porque nada hay como la Biblia para imaginar el apocalipsis, aunque en aquel momento pareciera excesivo. La mayoría pensaba que no llegaríamos a tanto. Los unos, por creer que los catalanes se achantarían ante el imperio de la ley. Los otros, por pensar que David siempre le acaba ganando la partida a Goliat. Se equivocaban. Hay muchos ‘Armagedones’, tantos como religiones caben en el Próximo Oriente, pero todas coinciden en que se trata de un lugar (físico o imaginario) donde se enfrentaron Gog y Magog en una de las batallas del fin del mundo. Judíos y cristianos creen que tuvo lugar en los alrededores de la ciudad de Megiddo, al norte de lo que hoy es Israel, cerca de Haifa. Megiddo no es un paraje muy visitado, quizás porqué los mapas no han mantenido su nombre griego, Armagedón, pero vale la pena. Contemplando sus escasas ruinas en lo alto de un cerro formada por los restos de la ciudad, uno se pregunta de qué sirvió que ganaran unos u otros, según los relatos, si no queda nada de la gloria que conoció en los tiempos de Canaán.

¿Han pillado la metáfora? Si esto sigue así, con la política en manos de los jueces y la Generalitat sin un gobierno que pueda gobernar, aquí tampoco va a quedar nada. Ni en Catalunya ni en España. Nada que permita hablar de sociedades democráticas y cohesionadas, donde la mayoría de la gente intenta ser feliz. No hará falta que pasen tantos siglos. Las heridas se han ahondado tanto en los últimos días que costará generaciones cerrarlas el día en que los políticos vuelvan a recuperar el protagonismo. Y de poco servirá que unos atribuyan la culpa a Gog, y otros carguen las tintas sobre Magog. Lo relevante serán los escombros sociales y morales sobre los cuales tendremos que vivir.

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Periodista i escriptor

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