A menudo, el ruido te deja sorda. Creo que eso es lo que le esta pasando a esta sociedad con la violencia de género. Escuchamos gritos de fondo pero no entendemos lo que se dice. Violencia de género. Son tantas las veces que oigo esas palabras, demasiadas para mi gusto. Y no porque su repetición constante me conecte con que sigue sin desaparecer si no porque están vacías de significado, vacías de emoción, vacías de historias. Vacías completamente. Quizá, que oigamos más estas palabras, podría significar que hemos conseguido visibilizar esta lacra. No se, pero lo que si tengo claro es que no hay más violencia ahora que antes de nuestra heroína Ana Orantes.
Ella consiguió remover las conciencias de una sociedad que no nombraba la violencia muriendo a manos del que la había ido matando día a día durante 40 años a los pocos días de vencer el miedo, la culpa y la vergüenza y hacernos escuchar fragmentos de su infierno. Con valentía habló y dijo “Yo no podía respirar, yo no podía hablar, porque yo no sabía hablar, porque yo era una analfabeta, porque yo era un bulto, porque yo no valía un duro. Así ha sido cuarenta años. Yo lo creía, lo creía, lo creía, porque yo tenía once hijos, no tenía dónde irme, no tenía dónde irme…” Su voz y los hechos fueron una gran sacudida y en 1999 se reformó el Código Penal estableciendo órdenes de alejamiento y teniendo en cuenta la violencia psicológica. Más tarde, en 2004 se aprobó la Ley Integral contra la Violencia de Género y en 2007 la Ley para la Igualdad Efectiva entre Hombres y Mujeres del Estado español y en 2008 la Ley Catalana del Dret de les dones a erradicar la violència masclista.
Y ahora, después de 20 años, la sociedad sigue sin saber dar respuesta. Porque no es ni más ni menos que una sociedad llena de personas cómplices que después de una ley estatal, varias autonómicas y un pacto de estado siguen sin saber lo que significa la violencia de género para quien lo sufre, no saben lo que estamos diciendo cuando pronunciamos estas palabras. Es más ¿Quieren saberlo? o ¿Saberlo de verdad implicaría reconocer que no están tan lejos? ¿Sería reconocer el daño que les han hecho o el que han podido hacer? ¿Habrán sido alguna vez víctimas o agresores?
Cada día muchas más heroínas como Ana hablan y nos cuentan su sufrimiento. Relatan como los maltratadores han llegado a secuestrar su ser sin golpes, sin bofetadas pero con armas invisibles muy poderosas. Las han agujereado con palabras, miradas, silencios, humillaciones, castigos…Estas historias nos cuesta mucho más escucharlas pues quizá no sean tan diferentes a las nuestras alguna vez. Mirar de frente a la violencia te hace mirarte a ti y a tus dinámicas relacionales. Las de antes y las de ahora.
Personalmente, cuando te has atrevido a no situarte lejos y a verte allí con esas mujeres a las que llamamos victimas de violencia de género, sabes que eres una de ellas y podrías haber tenido o tener algún día esa vida de pesadilla. Quizá la estés teniendo ahora.
La violencia de género, esa violencia estructural, presente en todos los ámbitos cobra una especial importancia en el ámbito familiar y de pareja porque son entornos en los que existen vínculos y porque son espacios en los que deberíamos sentirnos seguras. El hogar, que en teoría tendría que ser un espacio de protección y cuidado cuando hay violencia de género se convierte en un infierno para mujeres y criaturas. ¿Podemos intentar imaginar lo que significa no sentirse segura en tu propia casa?
La violencia de género es sufrimiento, pérdida de identidad, muerte en vida y muerte definitiva. Es dejar de ser tu, que te roben tus deseos. No hacen falta palizas para que llegue un día en el que no sepas quien eres. Pero las señales de los golpes parecen ser muy necesarias para que el mundo te crea. Para que ellas mismas, nosotras mismas, nos creamos.
En la violencia de género en la pareja podemos encontrarnos con mujeres que han vivido violencia psicológica, económica, social, ambiental, sexual y física. Pueden haber sufrido de uno a todos los tipos de violencia, con más o menos intensidad y con más o menos frecuencia por un tiempo determinado. Pero todas ellas tienen una herida que curar y es la que les está doliendo. Se rompieron. Bueno no, las rompieron. La persona en la que tenían que confiar las humilló, insultó, despreció, abofeteó, violó, las obligó a abortar, a dejar de ver a su familia y amistades o las forzó a dejar de trabajar o a trabajar y no disponer libremente de sus ingresos.
Cuando hablemos de violencia de género, seamos conscientes de que estamos hablando de niñas y mujeres supervivientes. Sí, fuertes pero aun así rotas. Mujeres que una vez salen de las llamas tienen que recuperarse de esas quemaduras. Ellas, a algunas de las cuales conocéis y habéis mirado a sus ojos, intentan reconstruirse en un mundo en el que se las cuestiona. Con familiares y amistades que les dicen que como pudieron aguantar algo así. Ellas, después de vencer su miedo y escapar de la situación se pasan los días justificándose y buscando que las crean pues aun queda inseguridad en ellas, culpa y dudas sobre lo que vivieron como consecuencias de la violencia recibida.
A menudo, muy a menudo, nos encontramos con entornos que ayudan a perpetuar la violencia, que esconden, que tapan y les piden a ellas que tapen. Las callan con su silencio o diciéndoles que no es para tanto, que eso no es violencia, que ellas también son agresivas, que perdían los papeles… No lo hagáis, les duele muchísimo. Es la violencia que tienen que soportar después de haber salido de esa relación que las estaba destruyendo. Les hace incluso volver a dudar de si vivieron lo que vivieron, de si estarán exagerando, si se habrán pasado denunciando a ese hombre o simplemente echándolo de su vida.
A menudo les decimos que no están solas. Pero ellas se sienten así, solas. Y lo cierto es que la mayoría de veces no es sólo un sentimiento. La sociedad sigue sin estar preparada para proteger y facilitar la recuperación de estas mujeres pues está inmersa en el sistema que retroalimenta la violencia. El famoso patriarcado.
Las mujeres supervivientes de la violencia de género, una vez dan el paso esperan de la sociedad algo que nunca llegará: Comprensión y reparación. No, tendrán que lamerse ellas solas la heridas o encontrar una manada que las arrope. Una manada que no las cuestione, que simplemente las escuche y no ponga ni una sola vez en duda sus sentimientos. Lo que acaba sucediendo, demasiadas veces es que se tapan la herida y siguen produciendo.
Las personas que hemos decidido implicarnos en la lucha contra la violencia de género nos sentamos y escuchamos las vidas desgarradoras de esas grandes mujeres. Mujeres que están muy lejos del perfil de mujer sumisa y dócil pues como dice Eduardo Galeano “el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo de hombre a la mujer sin miedo”. Son muchas, escúchalas cuando quieran explicarte pues casi siempre será veraz lo que cuentan. Y escúchate tu a la vez porque algo resonará en ti. No seas cómplice ni un día más y atrévete a escucharos de verdad.


Catalunya Plural, 2024 