El rasgo más sobresaliente de Quim Torra no es el de ser un independentista convencido. Puigdemont también lo era. Tampoco lo es la turbadora radicalidad de su discurso de investidura. Estamos curados de espantos. Lo verdaderamente novedoso es su condición de intelectual. Un rasgo que hará de él el primero en ocupar la presidencia de la Generalitat si la CUP no lo impide. Torra es un hombre leído, articulado, que formula con el implacable descaro del ideólogo aquello en lo que lleva años pensando. Como todo intelectual que se precie, primero son las ideas, lo otro ya vendrá.
Quim Torra no es de los que sube a una tribuna en busca de consensos o apaños, como suelen hacer la mayoría de los políticos, por impetuosos que sean. Ungido por la legitimidad de Puigdemont, y amparado por la urgencia de un gobierno, subió al estrado para defender la idea de Catalunya en la que lleva tiempo cogitando. ¡Menuda oportunidad! Después de años de escribir sobre la patria para cenáculos de fieles, por fin llegó el gran día. El sueño que muy pocos intelectuales alcanzan. La posibilidad de que sus ideas se encarnen en un proyecto político. Una República que nace de su cabeza, como si fuera la de Zeus. Es una república para la mitad de los catalanes, pero esto poco importa.
Todo en Torra rezuma esta condición de intelectual. Lo relevante en él son los conceptos, no tanto su viabilidad. De ahí su determinación y su falta de sensibilidad ante quienes se sienten expulsados a las tinieblas. Esto también explica sus tuits. No son los de un político arrebatado, a lo Rufián. Son los de un hombre severo, profundamente cristiano, que piensa antes de escribir, y lo hace en la soledad de su fe y no llevado por el jaleo de los seguidores.
Quim Torra es un científico de las ideas que lleva años en su laboratorio y que ahora, por fin, está a punto de mostrarnos el universo que ha pergeñado buceando en los años treinta. Esto también explica que, cuando alguien le discute los atributos de la nueva criatura o la oportunidad del ejercicio, prefiera el desdén tranquilo de quien se cree superior al mosqueo ruidoso del político. Los intelectuales suelen ser tan útiles a la sociedad como discutibles para el ejercicio del poder. Será por esto que nunca uno de ellos ha llegado a la presidencia de la Generalitat. (Pujol era otra cosa, un político erudito). Los políticos tienen defectos, pero Dios nos libre de intelectuales dispuestos a asaltar el cielo. Y si es en circunstancias tan dramáticas como las que vive Catalunya, aún más.


Catalunya Plural, 2024 