En frío, son veinticinco fotografías de medio formato que componen el mosaico visual Monólogo de Chernobyl de Raúl Moreno y que se pueden ver hasta el 7 de junio en Grisart Escola Internacional de Fotografia. En caliente, son parte del trabajo en profundidad que este fotoperiodista lleva realizando sobre las consecuencias del desastre nuclear de 1986, cuando colapsó el reactor número cuatro de la central.

No son la destrucción ni los paisajes desolados por sí mismos, las protagonistas son las almas que habitan todavía en la zona irradiada. Raúl Moreno (Albacete 1979) vuelca su mirada en las personas que por falta de medios no pueden huir del lugar radioactivo, que respiran y que comen –ahí justamente se centra el presente trabajo– productos cargados de cesio 137 o estroncio 90.

Una intoxicación que avanza silenciosa y se manifiesta en forma de deformaciones genéticas, cánceres de todo tipo, autismo… El conjunto de instantáneas conmueven, pero a través de la falta de artificio y truculencia: Moreno pone el foco en el día a día de una comunidad que padece ese veneno lento e invisible del apocalipsis.

Un centenar de personas mayores sigue viviendo en la Zona –las inmediaciones de la central–, son aquellas que no se adaptaron a una nueva vida. Sin embargo, en la llamada Área Contaminada hay más población y esta crece asumiendo las consecuencias. Actualmente hay unas 600.000 personas irradiadas y se estima que hasta la fecha han fallecido unas 4.000 por culpa del desastre y sus consecuencias. Hablamos con Moreno:

¿Hemos olvidado demasiado rápido lo sucedido?

Realmente no se conocen las consecuencias del accidente de Chernobyl y de lo que podría haber provocado si los liquidadores no hubiesen evitado una explosión en cadena. Se habla de que Europa entera hubiera sido contaminada. Vemos el accidente como algo horrible sucedido hace 32 años pero no todo el mundo conoce por todo lo que está pasando la población a día de hoy. Chernobyl no solo fue una catástrofe nuclear, fue una condena de por vida para gran parte de las gentes de Ucrania, Rusia y Bielorrusia.

¿Cómo surge tu relación con la zona?

La idea surge en 2009 al ver un documental que hablaba de la labor tan importante que desempeñaron los liquidadores de Chernobyl (personas venidas de toda la URSS para minimizar los efectos de la radiación). Muchos de estos murieron por las altas dosis recibidas, otros muchos padecen las consecuencias en la actualidad. Fue el detonante que me despertó la curiosidad para ir al lugar. Mi relación con la zona ha sido cordial, he tenido mucho respeto por el lugar y sus habitantes. No he querido abusar de los tiempos de exposición radiactiva… aunque nunca sabes si las precauciones han sido suficientes. Es un lugar que te hace mirar de otra manera, más despacio.

¿Cómo se ha desarrollado tu trabajo?

Comencé en verano de 2010 y he estado viajando a Ucrania y Bielorrusia en muchas ocasiones. Conforme he ido conociendo el problema al que se enfrentan me ha sido más fácil fotografiarlo. Al principio mi visión estaba muy influenciada por todo lo que había visto al documentarme, muchas fotos de niños con mutaciones genéticas, mucha imagen directa y sin recovecos donde intentar imaginar algo. Con los viajes comprendí que no quería que mi trabajo fuera igual que el resto de trabajos relacionados con el tema. El libro Voces de Chernobyl, de Svetlana Alexievich, –muy recomendable para entender la tragedia– y una manzana contaminada dieron un giro a mi proyecto. Incluir alimentos en forma de bodegón al reportaje e inspirarme en muchas de las conversaciones de ese maravilloso libro, hizo que el trabajo adquiriera otra dimensión, más poética.

Monólogo de Chernobyl / Raúl Moreno

¿Por qué llamó tu atención el tema de la comida?

Es uno de los principales males, los isótopos radiactivos entran al organismo por los alimentos provocándoles niveles altos de cesio 137 con todo lo que esto conlleva. Lo peor es que es inevitable, la falta de recursos hace que en la mayoría de los casos no puedan comprar productos importados, viéndose obligados a consumir los contaminados. El precio de alimentarse en Chernobyl es una muerte lenta y silenciosa.

No somos demasiado conscientes de que ahí todavía vive gente, que ahí tiene una vida.

Sus vidas en su mayoría son sencillas, muy humildes. Además de lo relacionado con el accidente, hay que sumarle la falta de recursos. Viven con salarios muy bajos y pensiones que dan vergüenza. Esta falta de recursos les hace muy creativos pero también les obliga a consumir alimentos que ellos cultivan a sabiendas que están contaminados. Me gusta mucho hablar con ellos y entrar a sus casas porque, a pesar de todo lo anterior, son gentes muy alegres y risueñas. Les encanta reír, incluso ironizan con lo relacionado a la tragedia. Es una buena táctica de supervivencia, sino sería muy complicado resistir.

Hacer las fotos es compartir los riesgos de la zona radioactiva: respirar, comer…

Miraba los alimentos con recelo, me había impuesto no comer ningún alimento procedente de su cosecha propia. Saber que podían contener cesio 137 o estroncio 90 me ponía los pelos de punta. Sin embargo, eso fue sobre el papel, cuando estás en sus casas y te ofrecen lo único que tienen y te reciben con tanto entusiasmo es difícil rechazarlos. Si quiero poder acercarme a ellos debo compartir esos momentos. Compartir para poder ser aceptado. Es cierto que yo como los alimentos durante poco tiempo y que mi organismo se puede limpiar una vez regreso a casa. El miedo siempre existe, estar en una de las zonas más contaminadas del planeta hace que estés siempre alerta, pero tomando las precauciones adecuadas haces que los efectos se minimicen.

Para cerrar, aquí el texto que abre la exposición de Raúl Moreno:

“El tercer ángel tocó la trompeta, y cayó del cielo una gran estrella, ardiendo como una antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos, y sobre las fuentes de las aguas. Y el nombre de la estrella es Ajenjo. Y la tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo; y muchos hombres murieron a causa de esas aguas, porque se hicieron amargas”. 

 

Apocalipsis según San Juan 8:10-11

Chernobyl en ucraniano significa Ajenjo

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