La crisis de los últimos años ha llevado a la gente a vivir niveles elevados de sufrimiento tan a corto como mediano plazo. Se ha vivido también un aumento en la tasa de intentos de suicidios y de suicidios reflejados en estadísticas de mortalidad. Todos estos intentos se recogen dentro del protocolo del Código Riesgo de Suicidio, un código que desarrolla el sistema sanitario para intentar reducir la tasa. Este código parte de la premisa que la mayoría de intentos se dan por la prevalencia de una enfermedad mental.
Varias voces ponen en evidencia la falta de consistencia científica en asegurar que las conductas suicidas se atribuyen a enfermedades mentales. Elena Serrano, autora de un documento elaborado por el F`roum Català de l’Atenció Primària (FoCAP) denominado ‘Consideraciones para un abordaje social y sanitario del suicidio a propósito del Código Riesgo Suicidio’, opina que no és creíble que el 90% de los casos, como afirman, sean causados por una enfermedad mental y valora que no se puede hablar del suicidio sólo sobre bases biomédicas. En este sentido, durante la presentación del librito, Serrano planteó la necesidad de comprender factores sociales y de vivencia y también impulsar políticas vinculadas a una realidad comunitaria.
En el documento, sus autoras defienden que la muerte voluntaria es un fenómeno multicausal, que responde en parte a la existencia de agresiones externas, entre las cuales se encuentran las pérdidas de trabajo y de ingresos económicos o de vivienda que comportan graves dificultades para subsistir y ponen las personas en situaciones límite. También apuntan que “el sistema neoliberal ha desarrollado una sociedad altamente competitiva, con grandes desigualdades, generadora de expectativas que no se pueden lograr y que pueden conducir a la frustración. Esta misma sociedad traspasa a los individuos las causas de los fracasos y de las insatisfacciones sociales y esto puede provocar sentimientos de culpa y sufrimiento mental”.
Esto choca frontalmente con la interpretación de entornos médicos que apuntan que tener una enfermedad mental es la causa en un 90% de los casos de suicidios o intentos de suicidio. Este argumento está basado “en la concepción biologicista que ha dominado la medicina desde la mitad del siglo pasado y menosprecia los determinantes sociales de la salud y de la conducta humanas”.
Apoyo mutuo ante el riesgo de sufrir problemas de salud mental
A principios de abril un informe impulsado por el Observatorio DESC, la Agencia de Salud Pública, Ingeniería Sin Fronteras, la Alianza contra la Pobreza Energética y la Plataforma de Afectados por la Hipoteca afirmaba que la inseguridad habitacional aumenta por cuatro el riesgo de sufrir problemas de salud mental y física. Herramientas como la PAH, para Lucía Delgado, su portavoz son esenciales para hacer trabajo emocional: “afrontar un problema individual de manera colectiva con un resultado transformador y de apoderamiento colectivo”.
Delgado, invitada al acto de presentación del documento sobre abordajes del suicidio, explicó el relato de creación de la PAH. Un relato que empieza con un grupo inicial de personas enfadadas con las leyes y el trato de los bancos y el hecho que la gente pierda su casa y todavía se quede con la deuda pero que sigue con historias en primera persona de “gente que no estaba enfadada, lo qué estaba era hecha polvo”.
De hecho, un vídeo denominado ‘Ley de vivienda PAH. Salud y vivienda’ muestra a través de testigos el proceso de bienvenida a la PAH, con los problemas específicos de cada cual y como a partir de compartir sus experiencias han superado situaciones extremas. Es el caso de Jose Antonio que explica como se acercó a una de las asambleas pero no fue hasta el quinto encuentro que se decidió a hablar. Ahora gestiona todas las órdenes de desahucios. “Una persona que venía a buscar una solución individual ahora forma parte de un colectivo aportando lo que él ha recibido”, explica Delgado. Esto, lo que significa es que en situaciones extremas, formar parte de una red acaba siendo terapéutico.
Para las autoras del documento, “las redes de apoyo naturales [cómo sería la PAH] tienen un papel protector de la salud mental en la medida que contrarrestan la soledad y el aislamiento y pueden operar como estructuras solidarias de ayuda material y también emocional”.

Imagen del acto de presentación del documento Consideraciones para un abordaje social y sanitario del suicidio a propósito del Código Riesgo de Suicidio del FoCAP / Carla Benito
“El sufrimiento, como los suicidios, se tienen que abordar colectivamente y políticamente”
Como también destacan dentro del documento, la complejidad y diversidad de las causas del suicidio son muy diversas. Aunque “el acto suicida se produzca en un momento de desesperanza y de grave afectación del estado de ánimo, esto no equivale a un estado patológico de depresión”. Algunas de las causas sí que son fruto de la depresión u otros trastornos, pero una parte son desencadenados por las condiciones de vida y la falta de expectativas de futuro. De hecho, los datos epidemiológicos relacionan claramente su aumento con episodios de crisis sociales y políticas de austeridad.
El incremento en el número y las tasas de suicidios se inició en España el 2012 y se ha mantenido durante los años 2013 y 2014 (las tasas de suicidios por 100.000 han pasado de 7’6 al 2012 a 8’4 a 2014). Los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE) son del 2015 y parece que disminuyen ligeramente en los hombres, tanto el número como las tasas, y se mantienen en las mujeres.
Así, como se comentó durante el acto, las redes son importantes para crear redes que ayuden a contrarrestar los efectos biopsicosociales que puedan llevar a una persona a pensar en el suicidio. Cómo destaca Alberto Ortiz Lobo, psiquiatra en el Centro de Salud Mental Salamanca en Madrid, que hizo un recorrido por el significado del suicidio en diferentes momentos de la historia, hay que hacer énfasis en el carácter colectivo y político del sufrimiento. En este sentido, Ortiz denuncia que el relato que se hace mayoritariamente del suicidio es el relato de un fracaso del individuo, de una persona que es la responsable de su destino y ha fracasado, que está enferma.
Este es el significado actual que se le da al suicidio pero la muerte voluntaria siempre ha acompañado al hombre y no siempre ha tenido un vínculo con la enfermedad. El significado se da según la época histórica. Para Ortiz, es durante el siglo XIX, cuando sale la psiquiatría, que se produce una progresiva medicalización de la vida y se empieza a identificar la muerte voluntaria con una enfermedad mental. Además, “desde hace 40 años se ha instalado una sociedad neoliberal y todos somos empresarios de nosotros mismos, de nuestro destino totalmente ajeno al contexto y a los determinantes sociales”, explica Ortiz que critica que incluso los libros de autoayuda hablan de las personas en términos económicos.
Del mismo modo, protocolos y programas como por ejemplo el Código Riesgo de Suicidio, acaban siendo, para Ortiz, “productos de la narrativa individualista del neoliberalismo y del autoritarismo científico”, ya que a su entender, “la prevención individual sanitaria es una aproximación ingenua y nociva, hay que focalizar en la persona en particular y no aplicar un protocolo estadístico”. El suicidio tiene que ser pues una prioridad multisectorial: “siempre se silencia las personas que sufren y se hace un abordaje del suicidio desde una perspectiva unidireccional y profesional pero hay que tejer alianzas y ver que hay en aquello personal, ir más allá de los modelos de evaluación y comprender qué le pasa a cada persona”.
El suicidio y la salud mental, una tarea multisectorial
Uno de los últimos bloques del documento indica que “el suicidio de causa social expresa una denuncia del fracaso de la sociedad para garantizar unas condiciones de vida dignas para todo el mundo, y expresa también una rotura de la persona con la sociedad que lo ha maltratado”. Así, aparte de las necesidades materiales y psicológicas habrá que tener en consideración las necesidades de inclusión social de la persona con ideaciones o conductas suicidas. Por lo tanto, se tiene que abordar también desde fuera del sistema sanitario.
Aún así, una orientación integral para la prevención del suicidio tendría que incluir medidas de prevención primaria como por ejemplo políticas sociales activas de mejora de los condicionantes sociales. El documento explica que “la ideación suicida relacionada con la privación económica está vinculada con sentimientos de desesperanza, injusticia, pérdida de dignidad personal y de inutilidad para resolver las pérdidas y la pobreza”. Para contrarrestar esto, es necesario que “la sociedad encuentre la manera de asegurar los medios de vida a todos sus miembros”.
En este sentido, los médicos se tienen que preguntar cuál es su papel. En el texto se observa que, como los servicios de Atención Primaria son los más cercanos a las personas y a las comunidades, el papel de los médicos y médicas de familia en la prevención del suicidio de causas sociales puede ser más relevante del que han tenido hasta ahora si se llevan a cabo planes de formación para la detección del riesgo y para la intervención.


Catalunya Plural, 2024 