Para la mayoría de los españoles, este viernes fue un buen día. Lo fue también para la inmensa mayoría de los catalanes. En ningún otro lugar le tenían tantas ganas a Rajoy como en Catalunya. Por razones muy diversas.

Hasta en las jornadas de Sitges del Círculo de Economía se notaba cierto alivio. Sin embargo, en la calle, en los medios, y en las redes, la alegría es descriptible. Contenida. Mitigada por una difusa sensación de que será difícil arreglar el estropicio. Sobre todo aquí, donde la salida del hombre que gobernó contra Catalunya deja al descubierto un auténtico camposanto.

De ahí que la justicia sólo pueda ser poética, que es justicia literaria. Una forma de castigo donde lo simbólico lo es casi todo. Lo contrario de la justicia verdadera, la que mandó Bárcenas a la cárcel. La llamamos así para subrayar que se trata de una victoria del bien sobre el mal, y para soslayar que las causas del mal siguen ahí, intactas. Y sus actores, incólumes. Esto explica que la justicia poética vaya acompañada de melancolía. De una turbación que impide descorchar el champan. La mayoría de los catalanes piensan que hoy estamos mejor que ayer. Salvo algunos irreductibles, los del cuanto peor mejor. Sin embargo, pocos son los convencidos de que mañana estaremos mejor. ¿A qué viene tanto pesimismo?

Pues a qué la moción de censura ha sido un no a Rajoy más que un sí a Sánchez (Tardà). Un pasar página sabiendo que la siguiente está por escribir. Ante semejante incertidumbre, se impone la prudencia. Hay razones para la esperanza, desde luego.

La primera es que la moción ha sido un sorprendente ejercicio de democracia cuando algunos pretendían que la democracia, en España, había muerto. La otra tiene que ver con la liberación de energía que acompaña todo cambio. En política, como en la física, esta suelta de energía puede hacer milagros. Pero a la vista de cómo está el percal, también hay motivos para la circunspección. Con un Sánchez emparedado entre un PP zaherido, un Ribera tocado, una Susana Díaz descolocada y un Llarena que va a lo suyo, y un Puidgemont inquieto, una ANC extraviada y un horizonte político que lleva al PDeCat a mantener la puja hasta las municipales (Artur Mas). Como dijo el diputado vasco que manejó la función con maestría: señor Sánchez, no le arriendo las ganancias.

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Periodista i escriptor

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