El activismo ecologista, las movilizaciones contra proyectos de distinta naturaleza hace tiempo que han desaparecido de la actualidad mediática. ¿Es que los medios los esconden o es que no hay? Catalunya Plural ha hablado con algunos antiguos dirigentes ecologistas y otros de actuales, portavoces de organizaciones en ámbitos y temáticas diversas para que analicen hacia donde va el movimiento en Catalunya. Entre los interlocutores consultados hay de plataformas territoriales que se oponían a proyectos que afectaban a su área y de organizaciones de ámbito general con los grandes temas como objeto de su labor.
Pep Puig, del Grup de Científics i Tècnics per a un Futur No Nuclear (GCTPFNN) y miembro de Eurosolar, apunta que últimamente «se han moderado las actuaciones contra los espacios naturales», pero advierte que los peligros siguen existiendo. Cita especialmente el caso del río Ebro y las centrales nucleares. Señala que ahora «no hay aquellas actuaciones de los años setenta, ochenta y noventa» y recuerda que era una época en que una parte del movimiento ecologista «no se quería definir como tal, sino más bien como naturalista o conservacionista».
Miquel Muñiz, que hace unos años estaba vinculado a Ecologistas en Acción, ahora forma parte del Movimiento Ibérico Antinuclear (MIA) con el objetivo de conseguir un país «que en 2020 esté libre de centrales nucleares». Ese es el año en que caduca la licencia –ya prorrogada en una ocasión– de las plantas de Vandellòs y Ascó. Cree que el movimiento ecologista «ha tenido una vertiente más territorial que global, ligado a los impactos visibles de determinados proyectos». Considera que los problemas medioambientales más importantes, «los residuos, la energía y el agua han tenido muchas veces un planteamiento local».
Distraídos en otras cosas
Rafa Madueño, exdiputado socialista en las primeras legislaturas, muy activo en asuntos medioambientales, y expresidente de la Fundación EcoMediterrània, apunta que «ahora estamos distraídos en otras cosas». Sin decirlo abiertamente, los diferentes interlocutores admiten que en algunos lugares el activismo que antes mucha gente dedicaba a la cuestión ambiental, con el Procés, ha redirigido hacia otros objetivos. Pero no como causa-efecto. La crisis y los recortes que han afectado en los últimos años al movimiento asociativo, también lo ha hecho en el ecologismo. Manel Cunill, que había trabajado en l’Associació de Defensa i Estudi de la Natura (ADENC) –centrada en la zona del Vallès– y a la Lliga per a la Defensa del Patrimoni Natural (DEPANA), señala que «la crisis ha atrasado muchos proyectos derivados del modelo desarrollista que había en aquellos años, fruto de una economía especulativa».
La crisis provocó recortes en las ayudas a las asociaciones que «tuvieron que redimensionar sus estructuras físicas». Esto lo dice Toni Altaió, que también había sido portavoz del ADENC. Esto supuso el fin «del proceso de profesionalización por el que habían apostado algunas entidades y que tenía que permitir una mayor capacidad de intervención». Altaió añade que «el voluntarismo esto no lo puede sustituir porque la gente trabaja a otro nivel». Cree que el discurso ambientalista «ha cuajado en la sociedad pero la gente sólo quiere participar puntualmente, sin implicarse». Afirma que «muchos proyectos megalómanos no se han hecho porque no había dinero para hacerlos» y asegura que «sin las entidades ecologistas, las barbaridades habrían sido descomunales».
Ximo Estellé, miembro del Grup d’Estudi i Protecció dels Ecosistemes Catalans (GEPEC) –que opera en las comarcas de Tarragona– y exdiputado por la CUP en la última legislatura, cree que ahora «han cambiado las formas. Antes había grandes conflictos muy visibles donde había grupos y plataformas que arrastraban mucha gente». En la actualidad todo se hace a una escala más pequeña, no se ve tanto y no tienen la dimensión mediática de antes. Cita el caso de la defensa de los olivos centenarios. Estellé había sido el portavoz del GEPEC y de plataformas territoriales en la zona del Ebro de oposición a varios proyectos energéticos, como el de instalar un cementerio nuclear en la central nuclear de Ascó o una de ciclo combinado en l’Hospitalet de l’Infant. Comparte la tesis que la crisis ha ayudado a desactivar ciertos planeamientos «como la autovía A-7, que ahora está en vía muerta».
Trabajo de hormiga en el día a día
Menos pesimistas son Xavi Jiménez, vicepresidente del GEPEC, y Carolina Coll, presidenta de l’Associació de Naturalistes de Girona (ANG). Jiménez asegura que «es verdad que no estamos tan presentes en la agenda mediática, pero ahora quizás hacemos más cosas. Antes todo consistía principalmente en salir a la calle en acciones muy visibles, y ahora se trabaja más en la tarea del día a día, que no se ve tanto, como presentar recursos, la batalla legal…». Pone como ejemplos la labor que se está haciendo en cuestiones como la gestión del agua en Ciurana-Riudecanyes, o la lucha contra la cacería en los nuevos espacios protegidos. Insiste que hay mucho trabajo «puertas adentro». Explica que el GEPEC ha aumentado el número de socios y también el de personal técnico contratado. Carolina Coll dice que en los últimos 5-10 años «había un activismo ecologista muy de reacción, de resistencia, y ahora es una actividad más de propuestas y más global». De este modo, ahora «no nos preocupamos tanto del trasvase, sino del cambio climático».
Anna Rosa Martínez, exdelegada de Greenpeace en Cataluña, dice que «se echa de menos el activismo de hace unos años. Ahora no hay conflictos territoriales». Cree que en la actualidad «el discurso institucional es mucho más ecologista y ahora los objetivos son mucho más ambiciosos, se hacen propuestas en el ámbito de las energías renovables y todo esto contribuye a hacer que haya menos activismo». Además, organizaciones como Greenpeace «ahora optan para una actividad mucho más internacional», probablemente también por razones financieras.
Un entorno hostil
Cunill ve un panorama oscuro porque «las políticas ambientales no han sido prioritarias. El sector se mueve en un entorno hostil, con pocos recursos». Lamenta el discurso de «siempre faltan infraestructuras» porque esto facilita que constantemente haya proyectos dando vueltas. La crisis aparcó el cuarto cinturón –la autovía para unir el Maresme y el Alt Penedès a través del Vallès– que ahora parece que vuelve a reaparecer. Cunill admite que el ecologismo es muy reactivo, «respuesta ante la agresión». También reconoce que la situación ha mejorado, pero se pregunta «¿qué pasa con los pasivos ambientales, quien paga la contaminación, quien paga Flix…?»
Los que proceden del movimiento ecologista más global –Puig y Muñiz– ponen el énfasis en la cuestión energética. Puig apunta que esta cuestión y el cambio climático son los retos principales. Recuerda que «somos energéticamente dependientes del exterior y en cambio podríamos tener un sistema 100% de origen renovable». Sobre conflictos abiertos de alcance más territorial muestra su inquietud por la contaminación de los acuíferos en Osona debido a los purines. Muñiz se refiere al conflicto vivido dentro del ecologismo en relación a las energías renovables.
Algunos colectivos locales se oponían a proyectos basados en la energía eólica o la fotovoltaica por el impacto visual que suponían o las afectaciones en el medio natural que generaban. Esta es una cuestión que provocó en los últimos años graves enfrentamientos entre estos dos ámbitos. Muñiz señala que «en los años noventa las plataformas de defensa territorial, que había más de 400 de todo tipo, taparon al movimiento ecologista». Afirma que algunas de estas «estaban dinamizadas por la CUP, o ERC o CDC y esto facilitó que más adelante el movimiento territorial virase hacia el Procés».
Madueño destaca «el momento interesante que hubo en los noventa de simbiosis entre el movimiento ecologista y la actividad parlamentaria, porque de este modo se pudieron resolver algunos conflictos». Ahora cree que en la cámara catalana «no hay tanta sensibilización y movimientos como Greenpeace y Ecologistas en Acción están un poco desaparecidos».
La Generalitat no habla de medio ambiente
La parálisis política que habido en los últimos meses en Cataluña «se ha notado y ha tenido consecuencias», apunta Carolina Coll (ANG). También cree que ha cambiado la cultura de la participación. Antes, dice, «las entidades eran los órganos de participación. Ahora se han puesto de moda las mesas participativas», que Coll las define «como una forma de desmovilización ciudadana». Conceptualmente, concluye «están muy bien, pero en la práctica…». Otra razón es, para Xavi Jiménez (GEPEC), la falta de un departamento de Medio Ambiente. Lo había habido «pero Artur Mas se lo cargó. Lo que ha pasado es que antes, cuando salía el consejero de Medio Ambiente sólo hablaba de asuntos medioambientales. En cambio ahora, cuando sale el consejero de Territorio y Sostenibilidad, casi nunca habla de medio ambiente».
Un punto de vista a tener en cuenta es el que aporta Altaió. Dice que en el momento de los recortes, el personal profesionalizado de las entidades «se tuvo que buscar la vida porque se quedó sin trabajo». Como consecuencia, las asociaciones perdieron el conocimiento, la experiencia, el activo que suponían estos técnicos, que no ha podido ser sustituido por el voluntarismo». Esto ha provocado «un empobrecimiento en el mundo ecologista que se ha notado muchísimo».
Finalmente, sobre la incidencia del Procés. Puig dice «estamos en el Procés, pero también seguimos haciendo ecologismo». Para Altaió, «el Procés ha absorbido muchos esfuerzos y las entidades han tenido que trampear la situación». Estellé admite que en Catalunya «con el Procés, han cambiado las prioridades de la gente y esto ha afectado al ecologismo». Madueño explica que se había hecho un plan de protección de espacios naturales muy de escaparate. «Había el PEIN pero después no se crearon los parques naturales. Algunos que tenían que ser protegidos, como el de les Gavarres, siguen igual. Ahora, la gente y el Parlamento están centrado en otras cosas y no se ha hecho».


Catalunya Plural, 2024 