Desde hace algún tiempo se echan de menos las reflexiones del periodista Rafael Jorba sobre la política catalana. Está voluntariamente ausente de las tertulias y las columnas de opinión. Se jubiló en La Vanguardia tras una trayectoria intensa, que incluye, además de la responsabilidad de la edición en catalán del diario del grupo Godó, la subdirección de ‘El Periódico de Catalunya’, la dirección de los informativos de TVE en Catalunya y cuatro años como miembro del Consejo del Audiovisual de Catalunya. También ha trabajado en ‘El País’ y ha sido corresponsal en París. Su último libro es ‘La mirada del otro. Manifiesto por la alteridad’. Prepara otro.
¿Dónde estamos y hacia dónde vamos en Catalunya? ¿Qué composición de lugar se hace de la situación política y social actual?
Estamos en un ciclo político largo y, para tranquilizarme un poco, quiero creer que no es sólo una cuestión catalana sino que este mismo ciclo de cambio y transformación se vive en el resto de España y en el conjunto de Europa. En septiembre de 2008, con la caída de Lehman Brothers, se puso en crisis toda la globalización, las clases medias entraron en vértigo y se desató una ola de repliegue nacional en los diferentes países y naciones de Europa y también en Estados Unidos. El resultado de todo ello ha sido el estallido de los populismos, con un factor global que es la crisis económica y los factores locales. Aquí puede ser la apuesta por la independencia. En Alemania, la cuestión de la inmigración. En Gran Bretaña, el Brexit. En Francia, la crisis de los partidos tradicionales y la emergencia del populismo de extrema derecha de Marine Le Pen y del populismo ilustrado de Emmanuel Macron. En Italia hemos visto la respuesta en clave del movimiento ‘Cinco Estrellas’ y ‘La Lega’. En cada lugar se produce una respuesta populista específica, sea de derechas o izquierdas. Los populismos dan respuestas sencillas a problemas complejos. La Icaria que puede representar la independencia se inscribe en el auge de los populismos en Europa. No digo que el independentismo político sea populista. Digo que vinculo el estallido electoral del independentismo a partir de 2010 o en 2012 con el auge de las respuestas en clave populista en Europa, el mundo occidental y los Estados Unidos de Donald Trump.
¿Cuánto tiempo durará este ciclo político?
Si cogemos la historia del siglo XX y miramos la crisis del crack de 1929 vemos que no se sale de la inestabilidad hasta el 1945 y no se reformula un nuevo paradigma para Europa hasta el Tratado de Roma, en 1957. Salir del túnel costó 16 años. Si lo aplicáramos a la crisis actual, iniciada en 2008, nos iríamos el 2024 para vislumbrar la salida definitiva. Estamos en un ciclo político largo y como creo en el progreso de la Humanidad pienso que acabará emergiendo un nuevo paradigma en positivo que reformulará el modelo social de ámbito europeo. Hay una diferencia fundamental entre ese período y el actual. Ahora, la crisis nos ha cogido en Europa con redes de seguridad económicas (el Banco Central Europeo), políticas (la Unión Europea y su modelo social, que está en crisis pero que aún ha servido para amortiguar su impacto) y de seguridad (la OTAN). Hemos entrado en una fase de turbulencias con un estallido de respuestas populistas y de repliegue identitario y nacional pero en un escenario con redes de seguridad que no existían los años treinta.
La gente que dice que está harta de esta situación y que se quiere ir a otro país ¿cómo encajará la idea de que estamos en un ciclo largo y que hay que tener paciencia a la espera de tiempos mejores?
El paradigma de la socialdemocracia, que junto con la democracia cristiana, fueron los padres de la construcción de Europa entró en crisis con la globalización. Antes, la producción era local y el reparto era también local. Hemos pasado a una etapa en que la producción es global y el reparto, local. Para rehacer el paradigma hay que dar respuestas en clave política, fiscal, económica, al menos en el marco de la Unión Europea. En lugar de ello, se ha puesto en cuestión la propia Unión, se ha desatado el repliegue de los viejos estados-nación, de las viejas naciones. El nuevo paradigma progresista debe reformular el modelo social europeo a partir de estos parámetros globales y, como mínimo, de una Unión política, económica y fiscal a escala europea. Hay que tomárselo con calma. Va para largo. En 2012 me preguntaron en una tertulia como acabaría el proceso catalán y contesté que “como la comedia de Falset, que tenía que empezar a las ocho y acabó a las siete”. Desgraciadamente, hemos vivido varias entregas de esta comedia de Falset con el episodio actual representado por la apuesta del legitimismo que representa el presidente Puigdemont en el espacio libre de Bruselas.
Las encuestas insisten en que los ciudadanos están divididos mitad por mitad ante la cuestión independentista. La última del CEO da un 46,7% de partidarios de ella y un 44,9%, en contra
El nuevo paradigma debe hacerse con las claves del siglo XXI y el debate sobre Catalunya y España lo estamos haciendo con los viejos paradigmas del siglo XIX: nación, soberanía,… Se debería hablar no sólo de soberanía compartida sino también de ciudadanía compartida, que nos permitiría ser ciudadano de Catalunya, de España, de Europa, del mundo. Tanto en las elecciones plebiscitarias de 2015 como en las elecciones de diciembre de 2017, durante la aplicación del artículo 155, la consulta del 9N y el referéndum del 1 de octubre (dando por buenos los resultados dados por los propios convocantes) tenemos unos resultados donde el independentismo nunca ha sido mayoritario. El país está empatado consigo mismo y algún día se tendrá que dar una respuesta que sume el apoyo del 60% o el 65% de la población. El problema de la independencia no es que el Estatuto o la Constitución la impidan. El problema es que no goza de una mayoría social. Cuando hablas con un observador extranjero te dice tres cosas. La primera, que es una cuestión interna de España. La segunda, que le gustaría que se llegara a un acuerdo. Y la tercera, y eso no lo verbalizará nunca en público, que si el independentismo fuera mayoritario, con un apoyo del 65% o el 70%, más allá del statu quo habría que tomar nota. Pero no estamos en este escenario. El independentismo miente cuando dice que tiene un mandato porque nunca ha sido mayoritario, no ha obtenido nunca el 51% en términos de plebiscito. Deberíamos ver si basta con el 51%. La ley de la claridad de Canadá pide una pregunta clara y una mayoría suficiente. Deberíamos ver qué estableció la Unión Europea para el referéndum de Montenegro, etcétera. Pero al menos haría falta un 51%, que nunca ha existido.
Seis años de proceso son bastantes años
Lo que hemos vivido los últimos seis años desde que Artur Mas convocó las elecciones de 2012 ha sido un gran déficit de política. El gobierno de Mariano Rajoy ha actuado, hasta la moción de censura, como si sólo existiera la ley y el gobierno de Catalunya ha actuado como si la ley no existiera y en medio, un gran déficit de política. Hemos vivido una subasta emocional entre dos nacionalismos -el catalán y el español- y los ciudadanos de un lado y otro han quedado prisioneros de esta subasta. Mientras el debate se siga situando en la coordenada identitaria y no programática no saldremos adelante. Una de las paradojas del estallido del independentismo es que ha producido una respuesta ‘no catalanista’, por no usar la expresión ‘españolista’, que no me gusta. Las elecciones plebiscitarias de septiembre de 2015 provocaron que, por primera vez desde el restablecimiento de la Generalitat en 1980, el primer partido de la oposición no formara parte de la tradición del catalanismo político. Y las elecciones de diciembre de 2017 provocaron que, por primera vez, el primer partido de Catalunya no forme parte de la tradición del catalanismo político.
¿Le preocupa la situación en la que estamos? ¿Teme que la tensión social se consolide o se agrave?
Me preocupa mucho. No me gusta decir que tenemos un país dividido o enfrentado. Uso la expresión más fría de ‘país empatado consigo mismo’. Me da igual si la relación es de 53 a 47 o de 51 a 49, a favor de unos u otros. Para salir de esto hay que encontrar una propuesta que sume una mayoría de catalanes y volver a gobernar el día a día, rehacer la confianza. En una comunidad de vecinos si se discute si un vecino puede tener la bandera estelada o la española en el balcón no se pondrán de acuerdo, pero seguro que lo harán si tienen que poner una rampa para discapacitados físicos. Sólo volviendo al eje programático y de acción de gobierno se podrá rehacer la confianza y restablecer el diálogo necesario para abordar una fase que sume una mayoría amplia de catalanes. Esta subasta emocional se podría resumir en dos ideas y una víctima, que es el catalanismo. Por un lado, la república independiente de Freedonia, que proclaman los hermanos Marx en la película ‘Sopa de ganso’. Es el espacio libre de Bruselas de Puigdemont. Frente a ella tendríamos a Tabarnia. ¡Pobre Catalunya, prisionera entre Freedonia y Tabarnia!. Freedonia representa una Catalunya sin ciudadanos, como un bien abstracto. Tabarnia representa a unos ciudadanos sin Catalunya, lo que defienden Rivera y Arrimadas. La víctima ha sido el catalanismo mayoritario, sintetizado en la expresión de Tarradellas cuando hablaba de ‘ciudadanos de Catalunya’. La victoria de Pablo Casado -un Rivera bis- el congreso del PP y la renuncia de Marta Pascal en la asamblea del PDeCAT se inscriben en esta lógica. Sigue la subasta. A corto plazo, pintan bastos. Catalunya está secuestrada emocionalmente entre Freedonia y Tabarnia.
¿Por dónde pasa esta idea de ciudadanía?
Pasa por aceptar que lo que nos une es la ciudadanía y la residencia. Por poner un ejemplo: tengo que hablar catalán porque vivo en Catalunya porque es la lengua propia, además del castellano que no es impropia ni extraña. Pero ningún gobierno autonómico o estatal puede regular qué es lo que me siento. El eje que debería permitir restablecer la normalidad es la idea de ciudadanía y los derechos y deberes que están relacionados con ella. Se puede regular que una persona que vive en Catalunya tiene que aprender el catalán pero no qué se siente, si se ha de sentir catalán, castellano, español, latinoamericano, magrebí… Esto no forma parte del espacio de la política. En el siglo XXI deberíamos plantearnos la idea de una segunda laicidad. La nación, lo que uno se siente debería pasar a formar parte de la privacidad, como ocurrió con la religión en los siglos XIX y XX. Es necesario que hagamos este esfuerzo a nivel catalán, español y europeo. Catalunya irá bien cuando los que no se sienten catalanes puedan vivir con normalidad y España irá bien cuando los que no se sienten españoles vivan con normalidad y unos y otros sean reconocidos como ciudadanos.
¿La nueva fase debe incluir algún tipo de consulta popular, de referéndum?
Hay que acabar votando. Sin embargo, hay que saber si queremos votar una solución o votar el problema. Muchos decían que el referéndum era una pantalla pasada. Ahora vuelven a hablar de hacer uno. El referéndum nos confirmará que estamos empatados y con los deberes por hacer. Sería más inteligente en lugar de atascarse aquí que pusiéramos sobre la mesa una propuesta que sume, al menos, los dos tercios que se necesitan para hacer un nuevo Estatuto. Se aprobó la Ley de Transitoriedad Jurídica y la de Referéndum de Autodeterminación con menos votos de los que se necesitan para hacer un nuevo Estatuto o el régimen electoral, que son dos tercios del Parlamento. Si unas nuevas mayorías en Madrid, después de unas elecciones, pusieran al día la Constitución y ofrecieran un nuevo comienzo en Catalunya, la votación de este nuevo comienzo podría tener el mismo valor que tuvo en 1978, con el amplio apoyo de la Constitución en Catalunya. ¿Vale la pena votar algo que divide o sería mejor que, al final de un largo proceso, se pusiera sobre la mesa una propuesta que obtenga una mayoría más amplia de los catalanes? Un referéndum hecho con la idea binaria de independencia/no independencia, cualquiera que sea su resultado, dejaría a la mitad de catalanes muy contentos y a la otra mitad, muy enfadados. En un sentido o en otro. Los políticos deberían poner sobre la mesa una propuesta que permita que haya más de un 65% de la población que esté moderadamente satisfecha.
¿Por qué hemos llegado hasta aquí?
El filósofo alemán Victor Klemperer dice que si hemos llegado donde estamos es por el miedo de la gente culta. En Catalunya si hemos llegado donde estamos es por el miedo y el silencio de la gente culta, de sectores del periodismo, de la intelectualidad, de la academia, del empresariado, los sindicatos,… No se han expresado cuando era necesario con libertad y con firmeza ante la situación que vivíamos. Se ha alimentado un relato que se ha ido construyendo a través de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales, no sólo en la fase actual sino durante los dos tripartitos. La Corporación y la Cultura en los tripartitos las dirigió ERC. Las consejerías de peso estructural -Economía, Obra Pública,…- quedaron en manos del partido mayoritario, el socialista, y las que sirven para lo que se llama relato fueron para Esquerra. Si se analiza TV3 no desde el punto de vista cuantitativo, de porcentajes, sino cualitativo vemos que ha servido para construir un universo simbólico que ha sido más nacionalista que nacional. Esta visión no sólo se ha dado en la información sino que ha colonizado transversalmente toda la parrilla, desde la ficción hasta el entretenimiento y el deporte. Es cierto que esto también ha pasado en Televisión Española pero en el grado que se ha dado en TV3 explica cómo se ha construido este relato. Las audiencias lo reflejan. TV3 se ha circunscrito a alimentar una determinada franja del electorado. Habría sido preciso poner un gran angular para que todas las visiones fueran reflejadas de una manera más plural en la cosmovisión de la CCMA. Desde los medios públicos se ha contribuido, ya en los largos años del pujolismo, a esta cosmovisión. También los medios de comunicación privados, en la medida en que han sido más concertados que privados por las ayudas y subvenciones públicas que han recibido, se han decantado hacia esta cosmovisión.
¿Ponemos ejemplos?
Hace cuatro años, en el tricentenario de 1714 se convocaron unas jornadas de debate desde la academia bajo el título “España contra Catalunya”. Tú puedes convocar lo que quieras, pero la academia no podía dar cobertura a estas jornadas. Es falsear el debate. Desde 1714 hasta hoy ha habido catalanes y españoles en ambos bandos, en la guerra de sucesión, en las guerras carlistas, en la guerra civil, durante el franquismo,… En 1714 no hubo una guerra de secesión sino de sucesión a la corona española. El relato ha terminado por transfigurar la realidad. En las escuelas, los maestros han hecho una tarea ingente para absorber el impacto de la inmigración de los últimos tiempos. Hay que sacarse el sombrero ante ellos, pero hemos construido un relato que no se corresponde exactamente con la realidad. Si ahora le preguntamos a un joven qué se celebra el 11 de septiembre y le damos tres opciones -la guerra del francés, la guerra de independencia de Catalunya y una guerra de sucesión a la corona española-, responderá la segunda opción. El relato romántico que se construye el siglo XIX ha sido rearmado ahora. Las bases intelectuales del presidente Quim Torra entroncan más con el nacionalismo romántico que representan Estat Català o Nosaltres Sols que con el catalanismo mayoritario, que tiene una raíz cívica antes que étnica, legitimista. A los que me hablan del viaje a Ítaca les recuerdo que, después de su larga travesía y aventuras, Ulises llegó solo. Todos sus compañeros se quedaron por el camino. Si vemos el precio que han pagado y todavía están pagando algunas personas por el viaje actual tal vez sería ya hora de buscar un escenario nuevo que incluya a una amplia mayoría del pueblo de Catalunya.
¿Hay que rehacer el contrato social?
A nivel catalán, español y europeo. Jean-Jacques Rousseau, cuando habla de aprobar leyes, dice que en la discusión de leyes con un voto basta para conseguir la mayoría pero que cuando tratamos de contrato social se necesitan mayorías cualificadas, como es el caso de las constituciones. El contrato social catalán no se puede rehacer con la mayoría de un voto sino con uno nuevo que tenga el aval de una mayoría amplia.
Pero estamos en el terreno de las emociones
A estas alturas, hemos llegado a una fase de la que será muy difícil salir. Toda una generación se ha socializado en este clima. Salir de la subasta simbólica será muy difícil. Esto va para largo. Además, tampoco podemos salir de este momento emocional mientras haya políticos presos. Lo importante, en una primera fase, es contribuir a rebajar el nivel de ruido. No pienso que la salida pueda sear dentro de dos o tres años. Esto se podrá encauzar en una época. Y habrá que tener presente que hay una parte del país que ha vivido de una manera muy activa este proceso independentista, que hay un sector de población joven que ha crecido en este clima. Rehacer todo eso, establecer puentes de confianza recíproca entre las fuerzas políticas y sociales del país, que en Madrid se redefinan las mayorías, no es cuestión de quince días. Es cuestión de una década.
¿Qué papel pueden hacer los medios públicos? TV3 tiene un director reprobado por el Parlamento catalán
No hay director que cambie el universo simbólico que se ha construido. Discrepo a veces de Vicent Sanchis pero le reconozco el valor de dar la cara y exponerla. Otras personas y en otras circunstancias no han tenido esa valentía. A veces, se ha hecho lo mismo escondiéndolo o disfrazándolo de una cierta cordialidad cuando el telón de fondo era idéntico. La dirección de TV3 es más el epifenómeno que el núcleo del problema. Si Jordi Pujol duró 23 años de presidente fue por la complicidad y el silencio de la política, de los medios de comunicación y del empresariado al que ya le iba bien. Lo que no fueron capaces de hacer en 23 años la política y el periodismo mayoritarios, lo hacen ahora los tribunales. En este país, las cosas no han crecido por generación espontánea. Una parte de los pensadores del mundo soberanista, independentista, ha pasado por la Fundación Acta, impulsada por Jordi Pujol y Lluís Prenafeta. Habría que ver cuál es el listado de miembros de aquella Fundación y cuál ha sido su trayectoria profesional y política posterior. No hemos llegado donde estamos por generación espontánea y tampoco saldremos de este lío por generación espontánea. Hace falta un período de deconstrucción del proceso, de desarmar el eje identitario-nacional para volver a poner en valor el eje programático-ideológico y cuando se rehagan las confianzas y haya un nuevo clima político en Madrid podremos salir adelante.
¿Reformando la Constitución?
Hace falta una reforma de la Constitución no sólo en sentido federal sino que suponga una puesta al día en todos sus aspectos, desde la estructura territorial al papel de la Monarquía. Debe ser una reforma valiente, que abra el melón constitucional. Sólo una reforma de peso, de esta envergadura, puede ponerse sobre la mesa para que los ciudadanos de Catalunya se animen a rehacer el consenso constitucional que se consiguió en 1978. Algunos amigos míos de Madrid me dicen que se debe tener cuidado con abrir el melón y hace años que les advierto que quizás sí, pero que si no se abre a tiempo, y ya empieza a ser tarde, se pudrirá en las manos de la clase política y el establishment español.
¿Qué recomienda a la gente a la que le resulta muy pesada la idea de tener que esperar muchos años a que se dé una salida a este conflicto?
Poner distancia psicológica, no dejar que nadie nos tome como rehenes de la subasta emocional entre nacionalistas, ni de un lado ni del otro, y hacer caso del personaje Pangloss, de Voltaire, que recomienda que cada uno cuide su huerto. Me lo recomiendo a mí mismo: cuidemos nuestro huerto, en el sentido físico y metafórico del término.



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