Tras los atentados, reflexiones hacia el futuro
Son pocas las iniciativas educativas que, a raíz de los atentados, han promovido reflexiones sostenidas sobre los ataques del pasado agosto, o temas vinculantes. La coincidencia con las vacaciones en el momento de los hechos, y los acontecimientos del 1 de octubre eclipsaron rápidamente la reflexión sobre los ataques del 17-A. Otro motivo, según han expresado algunos educadores, es la sensación de no tener suficientes argumentos o suficiente criterio para abordar este tema en el aula.
Probablemente, para tratar de dar respuesta a esta inquietud, algunas reflexiones humanistas han recomendado una serie de pistas para interpretar ataques violentos más allá del miedo, o de cómo se debería Educar después de los atentados, con aportaciones muy valiosas de Philippe Meirieu o de Miquel Àngel Essomba.
Este último destaca la necesidad de desarrollar una cultura democrática en las escuelas que transmitan de forma más significativa los valores de los derechos humanos; reivindicar la filosofía de la duda, para hacer frente a las certezas y los dogmas; fomentar el conocimiento y el reconocimiento del Otro, y la capacidad de empatía hacia las otras personas; y asegurarse de que las escuelas permiten tener vivencias culturales ricas que favorezcan el arraigo.
Philippe Meirieu también resalta la necesidad de educar para la esperanza: “Debemos tener una confianza activa en nuestra capacidad para ofrecer a nuestros hijos otras causas que dediquen su vida a la destrucción del universo en que vivimos”. La importancia de que los educadores reconozcan la capacidad del alumnado de eliminar las violencias del planeta, de ser actores de cambio constructivo.
Desde la Escuela de Cultura de Paz, también, recogiendo las aportaciones de autores como John Burton o Paco Cascón, se insiste mucho en la importancia de convertir al alumnado en una comunidad cohesionada, mediante la “provención”. La provención debe permitir proveer al alumnado de las competencias necesarias para afrontar el conflicto y, con ellas, el aprecio a la diversidad, la estima hacia el otro, la inclusión, la cooperación…
Todas estas recomendaciones son pertinentes y permiten encarar los hechos de forma muy constructiva, pero digiriendo estos (buenos) artículos me queda una inquietud. ¿Es esta toda la autocrítica que podemos hacer? ¿Basta con hacer propuestas “en positivo”, si no se erradican malas praxis escolares?
Tras los atentados, reflexiones autocríticas
Aunque considero que todas las propuestas hechas más arriba son válidas, me pregunto hasta qué punto permitirán cambiar nada si no se erradiquen, al mismo tiempo, algunas inercias escolares que no se han cuestionado suficiente.
Cabe decir que el atentado del 17-A se pueden identificar múltiples causas (como la misma responsabilidad de los jóvenes/menores), un sistema de cooptación digno de las sectas, una política internacional occidental que vende armas y expande mensajes supremacistas sobre los países musulmanes, una sociedad que discrimina la población inmigrante y le ofrece perspectivas de futuro bastante oscuras, la dificultad para expresar la propia identidad en un entorno donde lo extranjero no suele ser visto con buenos ojos…) y que todas estas causas merecerían reflexiones, autocríticas y recomendaciones. En este artículo, sólo se reflexionará sobre lo que se puede hacer (o no se ha hecho lo suficiente) desde el ámbito educativo, pero es relevante tener en cuenta todas las otras causas, para dimensionar que, en el fondo,
Teniendo en cuenta esto, sin embargo, no se puede olvidar, como apunta María José Morillas, que la escuela pública catalana acoge el 82% del alumnado de origen extranjero, mientras que la escuela privada-concertada sólo el 18,2%. En varios informes, el propio Síndic de Greuges califica las escuelas con mayor concentración de alumnado inmigrante como “guetizadas”. Un gueto, quizás hay que recordarlo, es cuando un grupo étnico-cultural no quiere o no puede mezclarse con las otras comunidades. Así pues, ¿para que se utiliza el término “guetización” para las escuelas más mestizas, donde se da más convivencia multicultural o intercultural, y no por aquellas étnicamente homogéneas de alumnado de origen autóctono? Yo lo atribuyo a que las escuelas, los y las profesionales de la educación, y las familias, no estamos suficientemente preparadas para la interculturalidad, y que arrastramos demasiado etnocentrismos inconscientes.
Si no, que alguien me explique por qué tuve que soportar, hace dos años cuando buscaba escuela (pública) para mi hija, que más de una familia me recomendara ir a la salida de una escuela para ver si “había muchas madres con velo o de otros países”.
Que alguien me explique por qué todavía es necesario publicar guías anti-rumores que aclaren que los resultados escolares no dependen tanto del origen de las familias como de su nivel socioeconómico, educativo, o de la lengua hablada en casa.
Que alguien me explique por qué en los libros de ciencias sociales (¡de geografía!) aólo el 7,1% de los autores y personalidades citadas son de África, América, Asia y Oceanía.
Que alguien me explique por qué los grados de infantil y magisterio, ni los másters para profesorado de secundaria todavía no se considera una necesidad incluir la formación intercultural como asignatura obligatoria.
Que alguien me explique por qué las escuelas deben sufrir medidas de islamofobia institucional con mecanismos como el Proderai.
Pese hechos tan graves como los atentados del 17 de agosto, que necesariamente van a remover conciencias, encuentro que nos falta autocrítica a la hora de reconocer nuestros propios micro-racismos como comunidad educativa. El mestizaje aún no está suficientemente visto como una riqueza, y la violencia cultural también es violencia. Esta invitación a autocuestionarse tampoco es nueva, pero duele ver que, un año después, no se haya abordado con más profundidad. Desde estas líneas, reivindico una mayor responsabilización sobre cómo vemos el Otro, y un mayor compromiso para plasmar estas reflexiones en la organización escolar y la comunidad educativa.

