Ninguna frase puede resumir la complejidad que vive Cataluña. Pero si hay una expresión adecuada, es aquel viejo aforismo que la sabiduría popular atribuye a Maquiavelo: “el fin justifica los medios”. Sólo así se explica que un ‘fin superior’ justificara la utilización política del homenaje a las víctimas de los atentados de La Rambla y Cambrils. Fue así hace un año en Barcelona, ​​sólo unos días después de la masacre, y volvió a pasar en los actos de recuerdo del primer aniversario.

Teníamos la esperanza de que el duelo y el respeto a los que perdieron la vida y los heridos fuera suficiente para firma una tregua. Sabemos que no fue así. Si unos y otros hace años que viven en la dinámica del ‘todo vale’ para conseguir sus objetivos, ¿por qué ahora debía ser diferente? ¿Por el hecho de haberse producido 16 víctimas mortales? ¿Por qué sufrimos un atentado islamista que nos unía en el dolor y en la defensa de la libertad? ¿Por qué ya nos causaron una masacre de estas dimensiones en 1987 en Hipercor y compartimos juntos las lágrimas y la indignación? Muchos creímos que eran motivos suficientemente sólidos para la tregua. Ni así.

Lo ocurrido en la respuesta a los atentados no es un capítulo más de la acelerada historia de los últimos años. Es el síntoma más evidente, más triste, de que nuestro mal es mucho más profundo de lo que pensábamos. Y que en la raíz se esconde el dilema moral que expresa la eterna pregunta de si el fin justifica los medios. Creo que los dos polos que han intentado instrumentalizar los atentados han respondido que ‘sí’, que sus ‘nobles causas’ estaban por encima del dolor y del respeto. Que el aniversario era un escenario idóneo para expresarse. En forma de panfleto, de pancarta, de bandera, de manifestación o de ‘fotografía instituciona’. Que era el día para las palabras gruesas, incluso, para ‘atacar’ al adversario.

Pero cuando se abraza la idea de la ‘causa superior’ ya no hay posibilidad de discernir. Se aplica siempre. Porque la razón está de nuestra parte y no importa nada más. Ni la empatía con los que piensan diferente; ni la verdad cuando no encaja con nuestras ideas preconcebidas. Y, poco a poco, sin darnos cuenta, incluso vamos dejando de lado principios básicos de la democracia y la convivencia. Es como una pendiente que sabemos dónde empieza, pero no hasta donde nos lleva. La historia está llena de ejemplos de sociedades que así, lentamente, se deslizaron hasta el desastre. Por eso es tan importante reaccionar cuando se encienden luces de alarma. Y la respuesta a los atentados de Barcelona y Cambrils son eso, señales de emergencia.

Estamos a punto de entrar en el primer aniversario de una cadena de hechos que tienen, precisamente, como denominador común la frase atribuida al autor de El Príncipe. La sentencia según la cual ‘el fin justifica los medios’ la aplicó la mayoría en el Parlamento a principios de septiembre y también los poderes del Estado en su ola de represión. El día 1 de Octubre, con la brutalidad policial contra los votantes en el referéndum y, después, con el abuso de la prisión preventiva aplicada a los líderes sociales y políticos del Procés. Es sólo el punto más álgido de ‘la política del todo vale’, el mal endémico de nuestra democracia, en Catalunya y en España. Hace un año vimos dónde nos llevaba esta dinámica y ahora el riesgo es que, al recordarlo, únicamente profundicemos más en la confrontación.

Necesitamos todo lo contrario. Analizar cómo hemos llegado hasta aquí. Y ver cómo la defensa de una causa noble, ‘el fin’, puede provocar los efectos contrarios a los deseados. Precisamente porque se decidió que no importaban cuáles eran ‘los medios’ para conseguirlo. Es un dilema político, pero también ético, que, posiblemente, la política y la sociedad catalana no se han planteado con suficiente profundidad. Un dilema que se mostró con todo su dramatismo cuando teníamos que recordar en silencio y respeto a las víctimas de los atentados de Barcelona y Cambrils. Y algunos prefirieron el ruido de su causa.

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Josep Carles Rius és president de la Fundació Periodisme Plural. Va ser degà del Col·legi de Periodistes de Catalunya. És doctor en Comunicació, autor del llibre Periodismo en reconstrucción (UB, 2016) i Periodismo y democracia en la era de las emociones (UB, 2024). Professor de periodisme durant 25 anys a la UAB, ha estat sotsdirector de La Vanguardia i també ha treballat a El Periódico, TVE o Público, entre altres mitjans.

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