Desde que se supo la noticia de la muerte de Josep Fontana, en las últimas horas los periódicos y las redes sociales se han inundado de artículos sobre su larga trayectoria de historiador y hombre de cultura así como sobre su perfil de ciudadano partícipe del debate público en la sociedad catalana.
Nacido en 1931 en Barcelona, Fontana se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad de Barcelona donde también culmina sus estudios doctorales en 1970. Teniendo como maestros figuras de la magnitud de Ferran Soldevila, Pierre Vilar y, sobre todo, Jaume Vicenç Vives , sus estudios se centraron a lo largo de una parte significativa de su carrera en el siglo XIX, con un paradigma que evolucionó de la historia económica hacia la historia política. Probablemente es quien explicó más y mejor la crisis del antiguo régimen en España con los libros La quiebra de la monarquía absoluta (Crítica, 1971) y Cambio económico y Actitudes políticas en la España del siglo XIX (Ariel, 1983). Más adelante -una vez terminada su trayectoria laboral en las universidades de Barcelona, de Valencia y la UAB-, se interesó por el siglo XX.
Fruto de esta dedicación son libros como Por el bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1.945 (Pasado y Presente, 2011) o bien su último ensayo El siglo de la revolución: una historia del mundo de 1914 a 2017 (Crítica, 2017). El subtítulo recurrente en estas obras -una historia del mundo-, delata una parte decisiva del enfoque de sus estudios. Se podría decir, en este sentido, que como historiador aceptó el reto quizá más complejo y difícil, que no es otro que el de mirar a la historia de manera global, sistémica.
También, la referencia a la historia global define otra de las características fundamentales de su trayectoria como investigador y -más en general- como historiador tout court. Josep Fontana -hijo de un librero de Ciutat Vella, era un lector incansable, con un conocimiento de la historiografía internacional por encima de cualquier otro académico de su contexto. Aquí radica una de sus aportaciones más importantes: fue Fontana a introducir al público catalán y español (y también latinoamericano), el grueso de la historiografía marxista británica a finales de los años 70. Fue él quien se encargó de la llegada de autores como Hobsbawm y, sobre todo EP Thompson (la publicación al castellano de la obra magna de este último sobre la formación de la clase obrera inglesa se debió en buena parte a Fontana). Una historiografía que marcaría de manera clara la formación de generaciones de académicos y que abriría la puerta a la introducción de temas,
Fontana también se interrogó sobre la función social del historiador, como demuestra la reciente publicación de su El oficio de historiador (Arcadia, 2018). Y la respuesta que se dio fue toda en el sentido de un compromiso firme con la transferencia del conocimiento a la sociedad. De esta inquietud nacen las muchas publicaciones que hizo a lo largo de las décadas y orientadas a la reflexión general sobre la historia (sin ir más lejos, historia. Análisis del pasado y proyecto socialCrítica, 1982 -revisitat al 2000-; La historia Después del final de la historia Crítica, 2001; la Historia de los Hombres , Crítica 2013), pero también su incansable labor como formador de docentes, fueran ellos universitarios o de enseñanza secundaria.
Fue un hombre comprometido también como ciudadano, siempre a la izquierda: militante del PSUC desde 1957, permaneció hasta 1980. El abandono de la militancia partidista no significó paso un desinterés por la política, al contrario. Mientras en 2003 pedía al lado de muchas otras personalidades la conformación de un gobierno de las izquierdas en Cataluña que apartara el nacionalismo conservador, en 2015 no hesitar a formar parte -aunque fuera en un lugar simbólico-, de la candidatura de Barcelona en común para las elecciones municipales ganadas por Ada Colau.
Este pequeño recordatorio de la figura de Josep Fontana quedaría cojo si no se hiciera una pequeña mención a las vicisitudes historiográficas y también políticas de los últimos años. Uno de los últimos libros que publicó -y, probablemente que más éxito de público tuvo-, fue La formación de una identidad. Una historia de Cataluña (Eumo, 2014) en plena eclosión del proceso independentista. Cogió a muchos por sorpresa, admiradores y también críticos con su obra.
Sin embargo, la publicación del libro respondía a la inquietud de medirse con uno de los temas que habían quedado fuera de sus intereses de investigación hasta ese momento, pero al que como buen Thompson -de base marxista pero convencido de la importancia de los hechos culturales – se quiso enfrentar. Lo hizo desde sus posiciones ideológicas e historiográficas, poniendo en el centro las clases populares y rechazando los paradigmas fáciles que subsumen la identidad de clase en la identidad nacional. Lo hizo -aunque sea de largo su obra que ha generado más debate y controversia-, una vez más con una mirada larga, sistémica y poco amiga de las simplificaciones. Simplificaciones que mucha prensa y muchos actores políticos e institucionales en cambio hicieron sin contemplaciones: Así se originó la idea de una “conversión” de Fontana a los objetivos del Proces, conversión reforzada por su participación a finales de 2013 (declaró que cuando aceptó no le dijeron el título) del controvertido simposio “España contra Cataluña”, así como por el apoyo a la lista de Junts Pel Sí en las elecciones autonómicas de 2015 . Una idea destinada pero a tener poco recorrido.
Como historiador de mirada global y convicciones de izquierdas, fue crítico implacable de la manera en que las fuerzas independentistas habían gestionado los resultados de 2015 y aún más de las acciones unilaterales tomadas a partir de ese momento. Pero sobre todo, como ciudadano estaba preocupado por las derivadas que aquella dinámica tendría sobre la sociedad. Así lo declaraba en una de las últimas entrevistas que concedió: “Yo entiendo la ilusión de la gente y lo que me angustia es pensar, si esto termina en frustración, qué efectos puede tener sobre la gente y sus aspiraciones” .



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El Sr. Fontana confiava que Catalunya persistiria per la voluntat de ser del poble català. Tesi heretada del seu mestre Jaume Vicens Vives. Repectem la seva memòria per damunt de qualsevol intent de manipulació, vingui d’on vingui: “Sembla difícil que unes solucions que satisfacin les demandes de canvis profunds de la nostra societat puguin venir de la gestió d’uns partits, l’interès fonamental dels quals és que tot segueixi igual. (…) Circula un corrent poderós i profund de consciència col·lectiva que és el que ens ha permès de preservar la nostra identitat contra tots els intents de negar-la.(…) Un sentiment que ha perdurat en el temps i que ha arribat en plena vigència al present, havent resistit cinc-cents anys d’esforços d’assimilació, amb tres guerres perdudes -el 1652, el 1714 i el 1939-, sotmès a unes llargues campanyes de repressió social i cultural, que encara duren avui”. Així acabava el seu llibre La formació d’una identitat. Crec que no cal afegir-hi res més.