Miércoles, 26 de septiembre, salía de la sede social del Casal dels Infants, en el Raval de Barcelona e iba a la comparecencia en comisión parlamentaria, del Consejero de Trabajo, Asuntos Sociales y Familia El Homrani, sobre los menores sin familia llegados en las últimas semanas. En el portal de enfrente, dos personas desconocidas dormían acurrucadas. Recordé aquellos menores que desde 1999 acogíamos durante el día, en el proyecto Marhaba (Bienvenidos), en el Casal. Y que, de noche, tenían que espabilarse tirados por la calle. Una medida de urgencia, a veces eterna. Pasaron los años con tensiones con la administración, superada por el fenómeno y colaborando, como otras entidades, desde la responsabilidad social que como entidad ciudadana asumimos.
Hace casi veinte años y han pasado muchos y muchos gobiernos. Las llegadas han sido constantes, aunque estos dos últimos años han sido mucho más numerosas. Se han dado pasos con recursos muy limitados y con una alta presión para los profesionales que trabajan. Son muchos los chicos de entonces que forman parte y trabajan en nuestro país. Otros volvieron, sobre todo durante la crisis de trabajo. Pero esta llegada exponencial se veía venir: la situación económica y social en la otra orilla del Mediterráneo, que afecta fundamentalmente a menores y mujeres, los conflictos geopolíticos que generan muerte y dolor, la falta de libertad y expectativas de futuro y la atracción del Norte, impulsa a muchos menores a hacer la aventura europea, deseando una vida mejor para ellos y sus familias.
Se veía venir desde hace años, pero no se proyectó tener más recursos, porque nunca los hemos considerado nuestro problema. No son nuestros menores. Por mucho que la ley los proteja, por mucho que nos llenemos la boca de humanidad y solidaridad universal. ¿Qué hubiera pasado si una noche hubieran sido abandonados en la calle cincuenta menores “catalanes”? ¿No habrían declarado un estado de emergencia, y habríamos exigido todos los recursos disponibles, tirándonos de los pelos?
En el caso de los menores migrantes se buscan soluciones rápidas reduciendo la situación a simples factores coyunturales, para arrinconar el problema. Esto es muy peligroso, ya que después de aplicar pequeñas acciones, algunos respirarán aliviados, pero las consecuencias futuras serán mucho más graves. El problema es enormemente complejo. En primer lugar, los perfiles de los menores son muy variados y exigen medidas diferentes. Algunos precisan de atención muy especializada porque provienen de largas situaciones personales muy duras en sus países de origen. Otros tienen claro que Cataluña es sólo un punto de su proyecto y quieren seguir subiendo porque su destino está más al norte. La mayor parte tienen un gran coraje y motivación, esperan ser protegidos y poder iniciar caminos más dignos de los que han vivido hasta ahora. Es doloroso que los países de origen pierdan un capital humano tan potente: jóvenes y con un empuje que les hace jugarse la vida. Y es de poca vista perderlos nosotros.
En segundo lugar, porque, como insistió el Consejero, no sólo hay que asumir las necesidades vitales, sino que hay que generar proyectos globales y personalizados que les faciliten la autonomía futura. Que es lo que quisiéramos para cualquiera de nuestros menores.
El bienestar del menor, sea quien sea, es un deber de la administración. Pero su dignidad es responsabilidad de todos. Porque es un derecho humano, que nos exige. Es la humanidad que nos impulsa. Es la ética que nos compromete. Por ello, no perdemos la esperanza de que los partidos políticos lo prioricen, la sociedad se implique, los profesionales aporten la experiencia y la ética profesional. Y todos juntos encontramos soluciones globales para generar oportunidades para ellos y para la sociedad. Es muy complejo, pero con recursos, buenas políticas y con ganas, podemos llegar.
Las dos personas acurrucadas en el portal de enfrente o por muchos lugares de la ciudad y del país, seguirán durmiendo en el suelo, mientras se van construyendo nuevas casas de lujo en el barrio. Mientras la desigualdad siga incrementando desbocadamente, habrá más personas expulsadas del bienestar y la dignidad a la que tienen derecho. Mundialmente, si no hacemos nada, el dolor se va apropiando de más población desesperada que busca vivir y huye de los países, de los poderes, de los cambios climáticos. Es lo que haríamos nosotros, es lo que harían nuestros menores si se encontraran allí.


