Ya ha pasado el 1-O, la fecha histórica que tenía que reconciliar la voluntad de un pueblo con su pasado, al tiempo que orientarlo hacia su futuro. En cambio, la sensación dos días después es radicalmente opuesta. Hay un mal sabor de boca. Las piezas, en lugar de alinearse, se desordenan. La sensación de desengaño entre los independentistas crece.
Los enfrentamientos entre manifestantes que querían entrar en el Parlamento a reivindicar el llamado “mandato del 1 de Octubre” y la policía parecían despertar algo más que los morados de los porrazos. Al canto de “ERC y PDCAT, la paciencia se ha acabado”, despertaban a los manifestantes la rabia de un desengaño . Una rabia comprensible, pero que alterará lo que ha sido la historia del procés. Las palabras del President Torra horas antes de los hechos resonaban con fuerza como la promesa incumplida del amante que ha vulnerado la promesa de un futuro mejor. Las promesas, a partir de ahora, serán mucho más caras.
Sant Julià de Ramis, el pueblo natal de Carles Puigdemont, fue el lugar elegido por el President Torra para dar el pistoletazo de salida a la jornada histórica del 1-O. Parece que con la lección aprendida de la entrevista del pasado sábado en el programa FAQ s, donde ante la incapacidad de dar respuestas a las preguntas de Laura Rosel (le llegó a preguntar, con cierta sorna, si se arrepentía de ser Presidente) decidió volver a la vía de la contundencia simbólica. Acompañado por el President del Parlament, Roger Torrent, y en un mensaje pensado para motivar a un votante independentista que tenía la mosca tras la oreja, el President Torra llamó a la esperanza – “libertad o libertad” – al tiempo que atizaba a la desobediencia civil . Nada nuevo, hasta aquí. Pero estas palabras escondían algo más que la necesidad de tener una población movilizada.
Primero, Torra, apelaba a la “conciencia colectiva” de todos los catalanes “para saber si aceptaremos o no”, refiriéndose a las posibles sentencias condenatorias a los presos políticos. Ya no había desobediencia institucional, ni independencia en “18 meses” ni “de la Ley a la Ley”. La responsabilidad caía sobre los “amigos” de los CDR, a los que enviaba un claro mensaje: “Apretáis y hacéis bien de apretar”.
Hay dos posibles lecturas que el ciudadano independentista movilizado podría hacer al oír el mensaje del President Torra. La primera, sería la del votante que mantendría plena confianza en la estrategia Torra, y consecuentemente actuaría “apretando” para conseguir la independencia. La segunda lectura, más cruda, sería la de aquel votante independentista que entendería que el mensaje de Torra era una señal de impotencia y que fiaba en la movilización cualquier esperanza independencia. Tanto la primera lectura como la segunda, conducían a la misma conclusión: la responsabilidad recaía en ellos y ellas, y el Gobierno daba un paso atrás. Y, recordemos, era el 1 de Octubre.
El desconcierto
Lo que sucedió el lunes por la noche, durante la manifestación que terminó a las puertas del Parlamento, está excelentemente descrito en esta crónica. Los Mossos volvían a ser los Mossos: un aliado del estatus quo. Eran por otro lado lo que siempre habían sido, el brazo armado de la institución y la única instancia con capacidad de aplicar el monopolio legítimo de la violencia que se le supone al Estado. Pero aún quedaban en el imaginario las rosas en los furgones antidisturbios tras los atentados de Barcelona y Cambrils, en agosto del año pasado, y el proceder tranquilo – en comparación a la actuación de la Guardia Civil – de aquel uno de octubre de ahora hacía un año.
Elisenda Paluzie, Presidenta de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) afirmaba, en una entrevista en RAC1, que los momentos vividos en las calles de Barcelona fueron fruto de una “indignación colectiva” de parte del independentismo. Paluzie se refería, claro, al desengaño sufrido por la parte del independentismo representado en la manifestación del día anterior. Palabras que se deben analizar en el contexto de la agenda propia de una ANC cada vez más desvinculada en el ideal de la confluencia de Junts per Catalunya (siempre liderada por el sector convergente) y más cercana a la apuesta municipal de Jordi Graupera.

Peligra el relato
Otra consecuencia de los enfrentamientos entre manifestantes y Mossos se hacía notar al día siguiente en la prensa internacional. The New York Times le dedicaba un artículo, donde además de resaltar la naturaleza ilegal del referéndum, destacaba las movilizaciones y confrontaciones entre los manifestantes y las fuerzas de seguridad. Esta lectura dista mucho de la que se dio hace un año. Ya no es la imagen de toda una familia participando de un acto democrático, sino la de activistas y estudiantes rebelándose contra algo que consideran injusto.
Esto hace peligrar el relato del independentismo como movimiento plenamente pacífico. No es que no lo sea. El relato bebe de los hechos, pero no son los hechos. Es la forma en la que los hechos se perciben, convirtiéndose en una verdad determinada. Y si hace un año, la verdad le sonreía al independentismo, hoy ya lo mira con cierto recelo.
El martes por la tarde, en la sesión del Parlament, Quim Torra tiraba un ultimátum a Pedro Sánchez con el afán de recuperar la confianza perdida: o hay una oferta de referéndum vinculante antes de que finalice el mes, o retirada del apoyo parlamentario. El PSOE pudo hacer efectiva la moción de censura con 180 diputados (la mayoría se sitúa en 176), y el PDCAT dispone de 8 diputados, por lo que sin su apoyo podría hacer caer al gobierno que echó a Mariano Rajoy.
Es decir, que la capacidad de hacerlo es real. Ahora, que hagan la amenaza efectiva es más que dudoso. Esto llevaría a otras elecciones, que, según muestran las encuestas, podrían hacer ampliar el apoyo electoral al PSOE. Pero si no fuera así, y hubiera un ejecutivo liderado por Pablo Casado con el apoyo de Ciudadanos, se reactivaría, con más fuerza que nunca, la judicialización de la política. Y eso los políticos no lo quieren. En todo caso, lo sabremos a finales de mes. Porque lo que no pasará seguro, como dijo la portavoz de la Moncloa, Isabel Celaá, es que Sánchez acceda a la propuesta.
¿Se puede sellar, pues, el fin del processisme? Pues no. Porque si algo hemos aprendido en todo este proceso es que el Estado, o más adecuadamente, el resultado de algunas correlaciones de fuerza dentro del Estado, tiene una capacidad inigualable de avivar de nuevo el conflicto. Lo aprendimos, también, en aquel 1 de Octubre del 2017.


