La palabra adoctrinar tiene mala prensa: “el profesorado no debe adoctrinar”, “los libros de texto no deben adoctrinar”, y se les investiga y se mira con lupa sus contenidos y si han ejercido bastante bien la autocensura. A partir de las denuncias frecuentes después del 1-O y el 155, he ido leyendo algún artículo sobre la necesidad educativa de hablar y opinar en la escuela, o en la enseñanza en general, sobre la realidad como tarea inalienable de la acción de enseñar, cuidado, ¡Pero sin adoctrinar! Por la edad que tengo viví en la infancia un adoctrinamiento/enseñanza sin fisuras -por el imperio Hacia Dios; España, una grande y libre; la pérfida Albión- y la verdad me da pereza escribir sobre este tema.
Quería aclarar y he buscado en el diccionario del DRAE la palabra “adoctrinar”. La primera acepción significa “instruir (a alguien) en algo”. Quería asegurarme, y he buscado la palabra “instruir” y encuentro que es “dar (a alguien) conocimientos o informaciones, especialmente de una manera metódica”. Utilizando la lógica que aprendí en el bachillerato, adoctrinar sería por tanto nada menos que “dar a alguien conocimientos o informaciones, especialmente de una manera metódica”, que es lo que hacemos en cualquier enseñanza formal. Es decir, si no lo entiendo mal, adoctrinar y enseñar son términos intercambiables.
Es cierto que hay una segunda acepción que daría pie al sentido abominable de la palabra adoctrinar: “Hacer entrar (a alguien) en ciertas doctrinas, en ciertas opiniones”. El Diccionario de la Lengua Española, por su parte, se apunta como única acepción a la mala prensa de la palabra y la define como “Inculcar a alguien determinadas ideas o Creencias”. Se podría hacer una disquisición sobre las razones de estas importantes diferencias entre las dos primeras acepciones de la palabra “adoctrinar” en el diccionario catalán y el español, pero no es este el tema que me preocupa. Me quedo con la primera acepción del DRAE, siendo consciente del sentido peyorativo que arrastra la palabra adoctrinar.
Ya he dicho que me daba pereza escribir sobre este tema, pero la lectura de unas declaraciones de la ministra de educación recogidas por El Periódico el martes 2 de octubre me ha animado a hacerlo. Titulaba el diario: “Celaá sobre el adoctrinamiento: «El educador debe dejar la ideología en la puerta de la escuela»”. Al margen de que me imaginaba un bonito cuento sobre las ideologías aparcadas en la puerta de la escuela, una del CUP y una de Ciudadanos, por ejemplo, allí juntas, a la espera de que termine la escuela, aburridas o explicándose chistes o conviviendo o peleándose. Dialécticamente, eso sí, no podrían llegar a las manos por su condición de ideologías. Otro posible cuento explicaría que salen las respectivas profesoras de la escuela, se equivocan, y la de la CUP se pone la ideología de Ciudadanos o viceversa. Aparte de estas digresiones de mi imaginación la pregunta es, ¿podemos el profesorado entrar en el aula sin ideologías o hacer un esfuerzo inconmensurable y un poco o bastante hipócrita por disimularlas?
Continuaba la crónica de la comparecencia de la ministra: “Su departamento está en contacto con las editoriales desde hace tiempo y se reunirán en breve -también para que se garantice en los textos «la igualdad de género o los valores constitucionales»- y ha confiado que se puede «solucionar» el tema de los presuntos adoctrinamientos”. Más interrogantes: ¿educar en la igualdad de género o los valores constitucionales no es adoctrinar? ¿Educar en valores, simplemente educar, no es adoctrinar/enseñar según la definición del DRAE?
Leo en la puerta de algunas escuelas: “enseñamos a pensar, no qué pensar”. Y también me provoca interrogantes: ¿se puede enseñar a pensar sin un objeto sobre el que pensar? ¿Podemos enseñar a solucionar problemas sin referirnos a problemas por solucionar? ¿Podemos enseñar a analizar la historia sin hablar de ningún acontecimiento histórico? Todo esto nos lleva a la clave de la cuestión sobre la que ya se ha escrito. El problema no es adoctrinar o enseñar, sino cómo enseñamos, es decir, cómo ejercitamos el pensamiento crítico y enseñamos a ejercerlo. Y me parece difícil enseñar de manera crítica si el profesorado no vive sus propias ideas, sus propios pensamientos de forma crítica. Si no entra a enseñar cargado con toda su ideología, atravesada por una especie de falsacionismo popperiano incorporado, que lo aleja tanto del relativismo sin convicciones sólidas como del dogmatismo acrítico.
El silencio es adoctrinador
¿Por qué me preocupa el tema del adoctrinamiento y la campaña contra el adoctrinamiento más allá de la semántica? Porque temo que muchos profesionales de la enseñanza, ante las posibles acusaciones de adoctrinar, que cualquier padre o madre, alumno u ocasional puedan emprender, se retraerán de hablar de la realidad, de lo que está pasando, o explicarán una historia, una economía o una ciencia supuestamente neutra. De hecho, ¡estarán adoctrinando/enseñando también y en un sentido determinado!
Paulo Freire, el pedagogo brasileño, en La importancia de leer y el proceso de liberación nos recordaba que “la cuestión fundamental es la claridad sobre a favor de quién y de qué, y por tanto contra quién y contra qué hacemos la educación (…) Entendemos entonces con facilidad que no es posible ni siquiera pensar la educación sin estar atento a la cuestión del poder”. Educamos, pues, facilitando que los alumnos se informen y saquen conclusiones de un tema, contándolo y razonando, escuchando posibles argumentos contrarios, intentando solucionar dudas, ayudando a aprender a argumentar, no con la autoridad del profesorado para imponer su voz en cuestiones debatidas, no haciendo gala de autoritarismo. Pero abordando los temas espinosos cuando es necesario.
Me preocupa que la persecución insistente del adoctrinamiento lleve al profesorado al pujoliano “ahora no toca” ante cualquier cuestión delicada que pueda aparecer en el aula. El ahora no toca continuado, persistente, no es educador, no es enseñar o, mejor dicho, es enseñar/adoctrinar a favor normalmente del poder establecido. No crea pensamiento crítico, sino pensamiento conformista.
Me quedó grabado -de nuevo la edad- un discurso del dictador en alguna zona rural de las Españas, agradeciendo a los agricultores su silencio ante los hechos políticos. Venía a decir: os agradezco vuestro silencio, porque con tu silencio eres el mejor apoyo del régimen. El silencio tenía un gran valor político. Un silencio que en aquella época estaba macerado en el miedo. Si queremos educar, es necesario que la prudencia, siempre necesaria, no esté demasiado ablandada por el temor.


