El paso del tiempo es más veloz de lo que pensamos y en muchas ocasiones nos hace perder ciertas perspectivas de la realidad, asimismo afectadas por la publicidad municipal. Hace poco un alumno de mis paseos se sorprendió cuando le expliqué la breve existencia de la rambla del Raval, que él creía casi centenaria.
Su concepción se debía a un curioso factor. Si buscamos en la red fotos de esta arteria central del antiguo barrio chino apenas tendremos oportunidad de dar con su aspecto anterior, compuesto por un buen número de calles pequeñitas propias de la zona, como Cadena, famosa por suceder en su esquina con Sant Rafael el asesinato de Salvador Seguí.
De este modo Google no tiene piedad en cancelar el pasado para crear una especie de eterno presente urbano. Lo mismo acaece con la avinguda Gaudí, cuya actual estética está como congelada en el tiempo, sólo alterada por rebaños de turistas entusiastas del templo Gaudiano y ansiosos por comer paella a las seis de la tarde, cuando es más sabrosa e indigesta.
En el Pla Cerdà el Guinardó no recibió ninguna importancia. No formaba parte de la capital catalana y sólo se planeó un cementerio. Por suerte, las posibilidades del espacio cambiaron las tornas, llegó la Companyia d’Aigues y luego unos viejos terrenos de Xifré se transformaron en el Hospital de Sant Pau, cuya belleza hace que algunas páginas web definan avinguda Gaudí como una calle modernista, cuando el único motivo para justificarlo sería su panorámica de enlace entre la obra de Domènech i Montaner y la joya de la corona del parque temático, la misma donde nos maravillaremos en el futuro al observar Barcelona desde sus alturas al no ver la Basílica.

De hecho este bulevar que homenajea al autor de la Pedrera aún no cumplió la centuria. Su puesta de largo fue en 1927, y quizá por eso recibió el nombre de Miguel Primo de Rivera. En el lapso previo a la Guerra Civil mutó para dedicarse a Gaudí mientras por su asfalto corrían coches en dos direcciones para conectar esa periferia con el centro. Con la victoria franquista recuperó el recuerdo al primer dictador, pero en el imaginario popular era la del místico arquitecto, por lo que en 1962 sus pasos regresaron al lugar desde el nomenclátor, quedándose hasta la fecha sin peligro de desaparición.
Con la llegada de la Democracia el ayuntamiento socialista planteó una reurbanización, completada en 1985 con una sección central por y para el peatón. Para darle lustre el Consistorio recuperó del depósito municipal las farolas de Peres Falqués ubicadas hasta 1957 en la confluencia de Diagonal con passeig de Gràcia, míticas por dar a esa rotonda el nombre del Cinc d’Oros.
Su nuevo emplazamiento confirió un sentido de verticalidad extra a sus dos edificios de principio y fin. El único problema es que ese posible Stendhal, por desgracia tapado mediante la frondosidad de los árboles, eclipsa todo el alrededor, propulsándose su arquetípica hermosura. Ello conlleva descuidar los mismos orígenes de la avenida, que en sus laterales tiene interesantes edificios de clara impronta racionalista. Estos inmuebles suelen tener una fachada principal que hace esquina con otras calles verticales del Eixample.
Aquí encontramos dos casas que son prototípicas de lo que intento contar. Ambas son de Joan Mestres i Fossas, un racionalista adscrito al GATPAC sin firmar por sus principios por tener otros pese a la afinidad con el grupo. Fossas se deslumbró durante la celebración de una exposición de Artes Decorativas del París de 1925 y en su tarea nunca tuvo tanta frialdad geométrica como otros colegas excelsos en la materia.

Ello es visible tanto en la casa Joan Ginestà como en la Sala Viladot. La primera, en el chaflán de Gaudí con Còrsega, desprecia la pura linealidad e incorpora balcones para proporcionar un ritmo encumbrado en la parte superior con un escalonamiento. En la segunda, mi predilecta por verla en más ocasiones, hilvana una planta pentagonal con balcones laterales más pequeños que las ventanas rectangulares. En la fachada principal opta por situar sus queridas terrazas en el centro, como si así quisiera propiciar alegría a un todo que sin esos elementos sería otra muestra más de la perfección del menos es más.
Lo curioso es que ambas construcciones son marcas fronterizas. La casa Sala Viladot se halla en el cruce de Castillejos con avinguda Gaudí. A la derecha se abre el camino hacia el Baix Guinardó y el passeig de Sant Joan y abandonas un destino hacia Camp de l’Arpa o Guinardó, donde enseña el límite, o la invitación a entrar, la casa Joan Ginestà.
Ambas, como muchas otras muecas del revólver de esta zona, son ignoradas por completo; pese a la riqueza del patrimonio racionalista nadie ha hecho nada para destacarlo. Escribir sobre esta parcela barcelonesa es como darse cuenta cada dos por tres de la inmensa necesidad de poner en relieve todas las épocas arquitectónicas. Dándoles relevancia entenderemos pluralidad y renunciaremos al monocromo modernista, culpable de un desconocimiento absurdo, pues desde la variedad edilicia es aún más fácil amar la ciudad.


