Recuerdo que hace un año escribí que el paso del tiempo debería decirnos si estábamos ante el inicio de una época de más libertad, o ante el principio de una época oscura. De una época de la que Catalunya saldría más dividida, más aislada, más pobre. Y menos libre y democrática. Entonces todos intuíamos que entrábamos en un tiempo imprevisible y desconocido. Eran los días de la incertidumbre. La historia no se ha pronunciado todavía. Pero un año después podemos mirar atrás y apuntar algunas reflexiones.
La declaración unilateral de independencia (DUI) del 27 de octubre del 2017 fue simbólica. Pero sus efectos fueron muy reales. El 2 de noviembre se cumple un año del ingreso en prisión del entonces vicepresidente del Govern, Oriol Junqueras, y del primer encarcelamiento de los consellers Jordi Turull, Josep Rull, Dolors Bassa, Raül Romeva, y Joaquim Forn. Después, el 23 de marzo, vendría la orden de prisión contra la presidenta del Parlament, Carme Forcadell. De aquel símbolo sin efectos jurídicos surge una prisión provisional injustificable desde el punto de vista legal y un cargo de rebelión que no se sustenta en hechos.
El 16 de octubre se había cumplido el primer año de prisión de Jordi Cuixart, presidente de Òmnium, y de Jordi Sánchez, presidente de la Asamblea Nacional Catalana (ACN). Fue el primer choque contra la realidad del independentismo. Pero fue mucho más. El encarcelamiento de líderes independentistas significó un impacto emocional y político demoledor. Aquellos días ya figuran en el calendario como unas de las fechas más negras en la relación entre Catalunya y el Estado. La prisión despierta un sentimiento de indignación muy amplio y transversal, que trasciende en mucho a los independentistas convencidos.
La prisión a un Gobierno elegido democráticamente es percibida como un intento de humillar el sentimiento de identidad nacional que comparten millones de catalanes. Es el desenlace a la decisión de abordar un problema político con los únicos argumentos de la ley y la fuerza. Es, como denuncian muchos juristas, el resultado de retorcer los procedimientos legales para construir una acusación por un delito de ‘rebelión’ que nunca existió.
A partir de entonces, una mayoría social en Catalunya se plantea el reto de configurar un amplio frente común en defensa de la dignidad. Para ello, es necesario que el independentismo reconozca sus errores y recupere las alianzas que rechazó durante los años de la gran ficción. Que sume, en lugar de restar y excluir. Y que, desde Catalunya, vuelva a hacerse política pensando en España. Para salir del bucle interminable. Para contribuir a consolidar un cambio de las mayorías políticas en lugar de alimentar el discurso del nacionalismo español.
La mayor responsabilidad del desastre es de los que más posibilidades tenían para evitarlo. La historia debería ser muy severa con la derecha española, que con su actitud desbarató sistemáticamente todas las oportunidades de diálogo, todas las iniciativas para culminar el encaje de Catalunya en España, que se cerró en falso en la Transición.
Y también tienen responsabilidad los que durante años pusieron las emociones por encima de la realidad y crearon una inmensa ficción: que la independencia era posible sin sufrimiento. Que con menos de la mitad de los ciudadanos se podía doblegar al estado español. Que Europa nos apoyaría. Que las grandes empresas no abandonarían Catalunya, que la sociedad catalana nunca se fracturaría…
El independentismo se asomó al abismo hace un año y la historia fijará la responsabilidad de los que iniciaron un proceso político de estas dimensiones sin evaluar ni explicar los riesgos. Pero ahora necesitamos tejer consensos más amplios, como los que permitieron la recuperación de las libertades hace cuarenta años.
Consensos que deben tener un punto de partida: la liberación de los líderes políticos y cívicos que pagan una prisión provisional injusta y se enfrentan a un cargo de rebelión que nunca existió. Sin su libertad, Catalunya no podrá volver a la política, al diálogo, al acuerdo necesario para salir del laberinto en el que estamos.


