Hay una secuencia que aparece en muchas películas. Es la siguiente: el padre o la madre llega tarde del trabajo y las criaturas ya duermen. El padre o la madre abre la puerta de la habitación, se acerca a la cama de sus hijos, los tapa, los besa en la frente y si está muy cansado, preocupado o deprimido se estira un rato a su lado y los abraza. Las criaturas deben percibir ese contacto, esa tibieza y se deben sentir protegidas de los poderes del mal del mundo para seguir durmiendo.
El otro día en el Parlamento Español se decidió si se vendían armas a Arabia Saudita, país que no respeta los derechos humanos más elementales y que ahora presume de progresismo porque permite que las mujeres conduzcan.
Con estas armas -que como todas las armas están hechas para matar gente, criaturas también, criaturas que esperan a sus padres y madres como los nuestros o como los de las películas- hay quien hace muchos negocios, sacan importantes ganancias económicas, hacen el agosto todo el año y también emplean a trabajadores que las construyen.
Todo ello se ha puesto en primera plana de la actualidad porque un periodista ha sido asesinado en un consulado en Turquía. Este hecho tan terrible -parece ser que ha sido descuartizado mientras todavía vivia- ha conseguido que los poderosos del mundo tengan que tomar alguna decisión. Los miles de personas de Yemen que sufren bombardeos constantes no lo habían conseguido, pero ya se sabe que estas cosas pasan a veces: un nombre propio hace mucho más que las cifras de víctimas con varios ceros.
Hemos escuchado argumentos como que si no las vendemos nosotros las venderán otros países, que estas armas sólo matan a los malos de tan precisas que son, que si somos un país serio y tenemos compromisos comerciales que debemos satisfacer, que si cancelamos los contratos enviaremos gente al paro y estamos entrando en periodos electorales…
Son decisiones difíciles las que tienen que tomar sus señorías parlamentarias que llegarán tarde a casa y se encontrarán que sus hijos e hijas duermen tranquilamente.
Olvidamos que hay temas que no admiten ningún tipo de relativización. Por ejemplo, en ningún caso se puede torturar a un ser humano. En ningún caso, repito. En ningún caso se puede admitir una violación o un maltrato. Hay casos donde no puede haber circunstancias atenuantes.
En pleno franquismo se discutía sobre la pena de muerte, sobre si había que suprimirla o mantenerla vigente. Pues la pena de muerte siempre es un mal mayor que se suma a otros males, por tanto, no podemos estar a favor o en contra de la pena de muerte a medias. No a la pena de muerte en ningún caso. O sí a la pena de muerte, claro.
El gobierno no puede vender armas a Arabia Saudí porque no respeta los derechos humanos y las utiliza contra la población civil indefensa. No hay más cera que la que arde.
La sociedad decente debería exigir que las fábricas que construyan las armas dediquen sus esfuerzos a otros productos que no provoquen más muerte y más destrucción. ¿Soy naif? Sí, seguro que sí pero prefiero pasar por ingenuo que por cínico cuando hay vidas de por medio.
Por la mañana, los padres y madres que han besado en silencio sus hijos los despertarán. Qué alegría verlos y qué trabajo que dan: deben lavarse, ordenar cuatro cosas, desayuno, coger la cartera, pelearse con los hermanos, contar alguna vivencia … y pueden preguntar: padre, madre, ¿qué votaste ayer ?
Y el padre o la madre deberá responder … Mira, criatura inocente y preguntona: el mundo es muy complejo, hay razones de estado … parole, parole y más parole mientras algo muy frágil y muy importante se agrietará.
Recordemos el verso del poeta Jordi Virallonga, uno de mis poetas de cabecera:
Lector, recorda que hi ha homes que no estimen ningú,
ni han pensat que, en morir, els seus fills tindran memòria.


