Hoy va de paradojas. Barcelona las mima con mucho cuidado desde su eterna despreocupación en lo relativo a educar mediante el patrimonio. Si hiciera una encuesta por la calle sobre los edificios destacados de la Diagonal es posible que me encontrara con muchos silencios y suspiros antes de dar con una respuesta del interpelado, algo que no deja de ser curioso, sobre todo si se considera que la avenida cruza gran parte de la ciudad de punta a punta y siempre está repleta de vehículos.

Quizá esa es la clave de la cuestión, pues nadie, salvo por un extraño capricho, suele querer pasear por la Diagonal, entre otras cosas porque no parece habilitada para el caminante. De este modo su legado arquitectónico, notable en algunos tramos, queda totalmente eclipsado, y algo parecido ocurre con otras calles relevantes, como Balmes, Aragón o la Via Laietana.

Los ocultamientos históricos son un clásico barcelonés. Como la época ama lo selecto la desmemoria campa a sus anchas y en cada materia, en especial si quieres urdir un parque temático, se eligen escasos referentes para consolidar una serie de mensajes perfectos para limitar el conocimiento, empobreciéndolo. En el campo que nos concierne todo el mundo identifica a Gaudí, Domènech i Montaner y Puig i Cadafalch, como los genios del Modernismo. Los demás no existen y desde la parcelación se facilita la ignorancia, pues, sin ir más lejos, el último de esta particular fila fue un político importantísimo que, otra paradoja, determinó un impulso decisivo para con el Noucentisme al considerarlo un lenguaje cultural digno para una Catalunya con capacidad para elaborar lo que hoy denominamos estructuras de Estado.

Si les cito una serie de construcciones como las oficinas de la Fira en plaça d’Espanya, la fuente de la misma, los balcones de la Pedrera, detalles de la casa Batlló de passeig de Gràcia, la sala hipóstila del Park Güell, el rosetón de la església del Pi, la casa Heras del carrer Tapioles o la finca Sansalvador en Vallcarca es posible que les suene el primer gran elenco de la enumeración y piensen, como es comprensible, en el autor de la Sagrada Familia. Sí, Antoni Gaudí es el responsable de parte de esas maravillas, pero si aludo a aspectos concretos es porque son obra de Josep Maria Jujol, uno de sus grandes colaboradores, muy valorado fuera de nuestras fronteras y enmudecido en la capital catalana, que lo trata como si no hubiera existido pese a lo notable de su trayectoria.

Jujol y la Diagonal confluyen en la esquina con el carrer Sicilia, donde luce la casa Evelí Planells, terminada en sus dos primeras plantas en 1926, cuando el contratista que le da nombre vendió el inmueble por falta de liquidez. Antes Jujol le había propuesto dos proyectos. El primero contaba con mucho más espacio, pero al vender Planells la mitad del solar la idea de una vivienda unifamiliar con jardín para un médico pasó a mejor vida.

La casa Evelí Planell, de Josep Maria Jujol | Jordi Corominas y Julián

Las nuevas condiciones constituían un reto mayúsculo. Cuando la parcela es reducida se requieren soluciones imaginativas que suelen derivar en una exaltación de la verticalidad para realzar lo construido. Jujol contaba con ochenta metros cuadrados y apostó por una fachada con una tribuna y balcones ondulantes que confieren a las ventanas el mismo efecto. Unos óculos, hoy en día cegados, ventilaban las estancias. En el interior se sirvió de entreplantas, altillas y un sinfín de curvas para obtener pisos de 120 metros cuadrados.

En sus previsiones también había un altillo para el hermano de Planells, de profesión pintor. El sucesor del contratista encargó terminar el bloque a un colega de Jujol, quien sin embargo dejó su impronta, actualizada en 2012, cuando tras una primavera lluviosa se detectaron patologías en la estructura y se pintó la fachada de amarillo con silicatos. Su visión completa desentona con una imagen en blanco y negro de 1925. En esa instantánea su excentricidad sale reforzada por su dominio de las alturas y el vacío de los alrededores.

Según muchos expertos la casa Evelí Planells debería calificarse de última casa modernista de Barcelona. Quien escribe discrepa en este punto. Sin duda el asunto es complejo. El estilo que todos identifican con Barcelona se agarró con fuerza a sus propios estertores, que en mi modesta opinión ya eran ostensibles con la Pedrera, una iconoclastia dentro del movimiento al privilegiar la forma a la exuberancia decorativa tan propia de los nuevos ricos. La victoria del Noucentisme, más sencillo como prueba de la madurez de todo un país más consciente de sus dones, provocó una resaca horrible de su antecesor, presente en el Eixample de la Primera Guerra Mundial como si se resistiera a entender que su tiempo ya había pasado.

En realidad, nuestra protagonista de hoy destaca por su rareza. Su fecha desmentiría cualquier veleidad modernista, pero la tribuna del primer piso denota esa influencia, desmentida en el resto del conjunto, con connotaciones de preludio racionalista, como si Jujol, siempre imaginativo y avanzado a su época, de ahí su ostracismo en el canon catalán del siglo XX, fuera de la escuela Bauhaus o quisiera recrear las espectaculares escenografías del Expresionismo alemán, tan en boga durante los años veinte del siglo pasado.

Estas características hacen de la casa Planells una excepción dentro del catálogo. Nunca entré en el bar de los bajos por mucho que en más de una ocasión paré para ver desde la calle los minutos finales de algún partido de fútbol. Si me imitáis os recomiendo alcanzar la Diagonal y contemplar la vivienda con la tranquilidad de quien dialoga con un secreto.

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Ciutadà europeu i escriptor. El meu últim llibre és La ciutat violenta.

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